La economía cubana debería
crecer a ritmos de entre 5 y 7 por ciento anual para satisfacer las demandas
del desarrollo autosostenido y preservar las conquistas de la Revolución. En
esas circunstancias no cabe duda que lo único revolucionario es dar los pasos
que sean necesarios para lograr ese crecimiento y el ingreso de inversión
extranjera que demanda.
Ángel
Guerra Cabrera / LA PUPILA INSOMNE
La Asamblea Nacional de Cuba aprobó la ley de inversión extranjera el pasado 29 de marzo. |
La nueva ley de inversión
extranjera acordada por el Parlamento cubano dentro del profundo proceso de
cambios en el modelo económico socialista iniciado en 2011, me ha estimulado
estas reflexiones por su gran trascendencia.
La acumulación de capital
y el aumento sensible y sostenido del Producto Interno Bruto(PBI) son
condiciones ineludibles del desarrollo económico. Ello, independientemente de
la concepción que se tenga sobre la función del desarrollo y del PBI. Ya sea
como redistribuidores de la riqueza con equidad si se trata de Cuba u otras
pocas naciones con proyectos de bienestar mayoritario; o vistos como medio de
enriquecer cada vez más a una pequeña élite con la imposición de enormes
despojos al común, tal cual ocurre en una mayoría de países sometidos a la
tiranía neoliberal.
La Revolución Industrial
del siglo 19, fundamento de la civilización “occidental” de economía de mercado
y democracia liberal, exigió una gran acumulación de capital. Nutrida, entre
otros métodos nada santos, de la trata negrera, el corso, la piratería, el
saqueo de metales preciosos con trabajo forzado y la estrujante expulsión
masiva de la población rural a las ciudades. Marx lo sintetizó elocuentemente
al afirmar que el capitalismo nació chorreando sangre y lodo por todos los
poros.
La URSS, agredida con
saña, hostigada y bloqueada por los imperialistas no habría podido
industrializarse, transitar del oscurantismo y el atraso al desarrollo cultural
y científico y convertirse en superpotencia sin imponer un alto costo económico
y social a su población campesina pues no dispuso de otra fuente de
acumulación, aunque sus enormes recursos naturales hayan contribuido también a la
larga y agónica salida de la situación de penuria en que la dejaron dos
guerras(1914 y 1918).
China ha logrado altos y
sostenidos niveles de crecimiento económico en las últimas décadas y sacar a
millones de la pobreza gracias a la laboriosidad y creatividad de su pueblo
combinadas con gigantescos flujos de inversión extranjera.
Hoy, el alto grado de
mundialización capitalista y los dinámicos movimientos de capital hacen
imposible la acumulación sin recurrir a la inversión extranjera. Más aún, en
países pobres y subdesarrollados.
Esto es mucho más cierto
en el caso de Cuba, el único país en la historia contemporánea sometido por
Estados Unidos desde hace más de cincuenta años a un bloqueo económico,
comercial y financiero. En rigor, una guerra económica genocida por su objetivo
declarado de causar “hambre, desesperación y el derrocamiento del gobierno
cubano”, por su recrudecimiento en el tiempo, asimetría entre el agresor y el
agredido y su carácter extraterritorial. La potencia bloqueadora, en flagrante
violación del derecho internacional y burlándose de la condena universal
persigue y penaliza severamente a compañías de terceros países por mantener
negocios con Cuba.
El esfuerzo por insertar
a Cuba en la economía mundial en medio de esa guerra económica, sobre todo a
partir de la desaparición de su aliado soviético, y sin renunciar a su
independencia nacional ni a sus logros y objetivos socialistas, ha exigido por
ello de enormes sacrificios a su pueblo y requiere dosis enormes de audacia e
imaginación para potenciar al máximo sus fuerzas productivas.
Cualquier visión
alternativa del desarrollo –o de un socialismo próspero, para usar la expresión
prevaleciente en Cuba- debe estar signada por la sobriedad y el cuidado de la
naturaleza, típica, por ejemplo, de la filosofía andina del buen vivir. Ahora
conocemos los límites de nuestro planeta en recursos no renovables y la grave
incidencia del consumismo basado en la quema de combustibles fósiles en su
despilfarro y en el calentamiento global.
El crecimiento de la
economía cubana ha sido pobre en los últimos años comparada con la media
latinoamericana, debido en gran medida a la falta de inversión de capital.
Debería crecer a ritmos de entre 5 y 7 por ciento anual para satisfacer las
demandas del desarrollo autosostenido y preservar las conquistas de la
Revolución. En esas circunstancias no cabe duda que lo único revolucionario es
dar los pasos que sean necesarios para lograr ese crecimiento y el ingreso de
inversión extranjera que demanda.
Cuba, pese a la hostilidad estadounidense, posee una serie de ventajas que le permiten aspirar a una importante captación y aprovechamiento del capital extranjero. De ellas y más hablaremos en la próxima entrega.
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