Primas hermanas, las
“artes” de la guerra y la política no son bellas. Y la realidad social tampoco.
Por esto los luchadores que buscan cambiarla saben distinguir y relacionar las
partes con el todo. De lo contrario, carecerían de brújula, y sólo les restaría
el consuelo de la “fuerza moral”… sin estrategia.
José Steinsleger / LA JORNADA
No es verdad que todos
los políticos y gobernantes “burgueses” carecen de vuelo propio, o que
cualquier ciudadano tiene su precio. Bastaría la excepción para que una
golondrina haga verano. Por lo demás… ¿en qué tipo de sociedad las personas
serían “distintas”?
Bien: en una sociedad más
justa. Pero luego, habrá que sopesar qué va primero: si el buey o la carreta.
En todo caso, junto con el feroz clasismo racial de sus derechas, la geografía
política de América Latina destaca por ser la más injusta y desigual del
planeta.
No sólo eso. También
empieza a tornarse crónico el oportunismo de las izquierdas gatofloristas
que, con visceralidad más enjundiosa la que les suscita el capitalismo,
embisten contra los gobiernos reacios a ser peones de las derechas y el capital
financiero global.
Ambas posiciones giran en
torno a un solo eje: su desdén por lo que un estadista de ojos achinados llamó
“contradicciones en el seno del pueblo”. Falencia que, a más de evidenciar
serios trastornos de bipolaridad, alucina con la posibilidad de pueblos sin
contradicciones y un mundo purgado de violencia y maldad.
Sin poner las barbas en
remojo, las derechas de otras épocas atacaban los procesos de transformación
porque sus medidas eran “dictatoriales”. Pero hoy, cuando son democráticos,
igual cargan contra ellos. Con lo que, por encima de adjetivos mediáticos,
queda claro que lo sustantivo es la derrota política de todas las izquierdas, sean
o no “reformistas”.
No se equivocan las
derechas que justifican el derrocamiento de los más que tibios y reformistas
presidentes de Honduras y Paraguay, Manuel Zelaya y Fernando Lugo. Se equivocan
las izquierdas que en Argentina, Venezuela, Ecuador o Bolivia sugieren
memorizar el canon de la revolución “universal”, aunque sin aclararnos en cuál
traducción.
Poco antes de morir, un
ex gobernante argentino aseguró a la revista española Cambio 16 que “…el
rechazo de la ciudadanía a los procederes dictatoriales de la presidenta
Cristina y sus secuaces les hará morder el polvo, y esperemos que esta vez sea
para siempre” ( Cambio 16, 12/2/13).
Palabras del general
genocida Jorge Rafael Videla, quien al menos fue un fascista coherente. Y
palabras que, con gran incoherencia, repiten el gatoflorista Frente
Unitario de Izquierda y los Trabajadores (FIT), que en días pasados se sumó a
la “huelga general”, convocada por la derecha sindical y las patronales
oligárquicas argentinas.
Por la misma época, el
lúcido analista estadunidense Mark Weisbrot escribió en su columna del
periódico brasileño Folha de Sao Paulo (20/4/13): “Obama ha
intensificado su estrategia de cambio de régimen contra los gobiernos
latinoamericanos ubicados desde el centro hacia la izquierda del espectro
político, promoviendo el conflicto de una manera no vista desde el golpe
militar que Washington apoyó en Venezuela en 2002”.
En Argentina, una de esas
maneras “no vistas” consiste en la entusiasta acogida del terrorismo mediático
a los desplantes ultristas de las izquierdas gatofloristas.
En enero pasado, por
ejemplo, los diarios La Nación y Clarín aseguraban que los días
de Cristina Kirchner estaban contados a causa de la “terrible inflación” (25
por ciento anual). Y recordaban la del año en que cayó Isabel Perón (719 por
ciento anual, 1976), aunque sin apuntar el sangriento accionar homicida de la
Triple A (Alianza Anticomunista Argentina).
Asimismo, olvidaron el
“golpe de los mercados” contra el presidente Raúl Alfonsín, orquestado por el
llamado Consenso de Washington tras varias asonadas golpistas. ¿Qué si el
peronismo, como dicen los gatofloristas de izquierda y derecha, sería la
madre de todos los males?
En homenaje a la verdad,
convengamos que en los años de Carlos Menem (10 años de destrucción que
acabaron en el famoso corralito de 2001), Estados Unidos y todos los
antiperonistas de Argentina y América Latina andaban felices.
El nudo del asunto,
entonces, pasa por la “pugna distributiva”. Pugna en la que los unos quieren
concentrar la riqueza y los otros defender el derecho al trabajo, la educación,
la salud, la seguridad social, el respeto a los derechos humanos, el juicio y
castigo a los genocidas, y la soberanía nacional frente al imperialismo.
En mayo de 2013, en
Buenos Aires, Lula habló frente a un grupo de intelectuales, políticos,
economistas y empresarios convocados en la embajada de Brasil por el Consejo
Latinoamericano de Ciencias Sociales (Clacso).
El embajador Enio
Cordeiro le advirtió: “Presidente, en este grupo nadie piensa como el otro”.
Lula habló dos horas y concluyó: “No es lo importante… Pero sin pensamiento
estratégico, vamos a perder lo que construimos”.
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