En una
democracia jamás se les puede reconocer como
“oposición” a las vergonzosas genuflexiones, los viles servilismos a intereses ajenos y
dañinos para el país, o a los enlodamientos en
planes desestabilizadores con fines golpistas, concebidos y acordados en
distantes latitudes. A esas reprochables conductas se les llama de otra forma y
se las condena.
José Luis Callaci / Especial para
Con Nuestra América
El canciller Timerman y la presidenta Fernández son blanco del llamado "golpe judicial". |
El
nuevo intento de golpe ya se produjo.
Por lo burdo de la trama con que fue urdido
resultó ser un fiasco que
cobró la vida de una persona
involucrada, víctima tal vez del stress a la que fue sometida o como un
epílogo decidido por una “inteligencia” que consideró necesaria esa muerte. Si
sintieron agotadas o escazas las posibilidades de alcanzar el poder político a
través de las normas que les proporciona
la legalidad democrática y escogieron la
vía violenta, que erosiona la democracia y amenaza la paz social, los
responsables tendrán que responder ante una justicia recuperada a
la transparencia la prontitud y el cumplimiento.
Tal
vez de aquí en adelante las energías tendrán que volcarse más a divulgar
la obra ejecutada, con sus aciertos y sus errores que son propios
del quehacer humano, que es lo
concreto y mostrable de un
proyecto político que ha devuelto credibilidades y confianzas y apartado
incertidumbres e impotencias. A conocer, y también divulgar, las abundantes
evaluaciones y ponderaciones positivas, comprobables sobre los logros del país,
hechas por organismos especializados en
lo económico y en lo social, y los
propios reconocimientos de destacadas
figuras de la ciencia, la política y la cultura, a nivel mundial.
Luego de tantas correrías y desatinos neoliberales
que condujeron al país a uno de sus peores
descalabros bajo la mirada complaciente, connivente y cómplice de miembros de una misma cofradía
que hoy pretende regresar al poder político, lo que se ha logrado en los últimos gobiernos, o
logren a futuro otros de cualquier signo
partidista, merecen reconocimientos. El haberse
encarrilado a Argentina por
rumbos propios, ciertos y estables, solo elogios ha cosechado. Los resultados han llegado a ser calificados incluso como
“milagro argentino”. De esto hay que hablar más, que es lo que cuenta y no es cuento. Está a la vista de todos y ya
no se puede ocultar con silencios.
Seguirán unos sumando predicciones apocalípticas que de todas las cientos que
van no han pegado una, otros fabricando y difundiendo mentiras e infundios que
algunos incautos o los apresados en odios irracionales y actitudes
recalcitrantes repetirán como cacatúas, estimulados por un poder mediático
monopólico armado durante la última dictadura y
respaldado por centros de poder de no dudosa procedencia, que no desperdicia días, horas minutos ni
segundos para emitir sus ruidos virtuales, disonantes con la realidad que se esta viviendo en Argentina.
A
la impaciencia y a la comprensible indignación que exaspera al más sereno de
los espíritus, por tanto abuso y atropello a las civilizadas reglas de la
democracia, es preferible anteponer el ser
centinela de la Patria y de esa
práctica democrática que exige
tolerancia, aceptación y respeto
por las diferencias y la mesura y la
reflexión pausada, aunque a veces cueste mucho hacerlo por la irritación
que causan tantas necedades juntas en boca de políticos que aspiran a ejercer
altos cargos de gobierno. Es lo que exigen las actuales circunstancias pero sin dejar de llamar las cosas por su nombre.
En una democracia jamás se les puede reconocer como “oposición”
a las vergonzosas genuflexiones, los viles servilismos a intereses ajenos y
dañinos para el país, o a los enlodamientos en
planes desestabilizadores con fines golpistas, concebidos y acordados en
distantes latitudes. A esas reprochables conductas se les llama de otra forma y
se las condena.
Saber diferenciar,
reunir y unir a quienes no
son parte de tales espurias conductas, tender puentes de entendimiento en
lugar de levantar muros de
incomprensión, convencer en lugar de
vencer, será siempre mejor. Al fin de cuentas es más lo que une y no separa a
los argentinos que sienten, quieren o prefieren ser parte de una mayoría no dispuesta a arrodillarse ante
nada ni ante nadie. Solo
ante Dios.
*El autor es ciudadano argentino, radicado en Costa Rica desde
hace cuarenta años, y consultor de agencias de cooperación internacional. Se
define como "argentino de
nacimiento, costarricense por vocación y latinoamericano de corazón”.
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