"Mártir por unanimidad y sin votos contrarios”, así se manifestaron
las comisiones de teólogos y cardenales de la Congregación para las Causas de
los Santos del Vaticano a favor de la beatificación de Óscar Arnulfo Romero.
Carlos Ayala Ramírez */ ADITAL
Monseñor Romero junto a su pueblo. |
El postulador del proceso, Vincenzo Paglia, manifestó que se logró
demostrar la tesis que proponía: "Romero fue asesinado en odio a la fe”. Y
explica que la fe de Romero no era abstracta, genérica, pasiva, ni puramente
confesional, sino la de quien confía plenamente en el Dios de Jesucristo y se
mantiene fiel en el servicio a su pueblo. "A Romero lo asesinaron por ser
un pastor surgido de una larga tradición evangélica y del magisterio de la
Iglesia. Él había comprendido que esta era la Iglesia que debía encarnar, una
Iglesia madre de todos, pero especialmente de los pobres”, puntualizó Paglia.
Añadió que la decisión vaticana se fundó no solo en la fuerza de la
documentación estudiada, sino, sobre todo, en la autenticidad espiritual de
monseñor Romero, un pastor que asumió el peligro de ser asesinado por defender
la vida de los pobres.
Es sabido que en la fe cristiana lo importante no es afirmar que se cree
en Dios, sino saber en qué Dios se cree. Pues bien, monseñor Romero creyó en el
Dios de Jesús que se revela como un Dios identificado con los empobrecidos, que
camina con su pueblo y que siente el sufrimiento de las víctimas de la
injusticia. Ese Dios fue la inspiración de su vida y al que se entregó en su
ministerio profético y pastoral. Jon Sobrino, hablando de la fe cristiana, ha
señalado que si las personas y comunidades siguen a Jesús; si anuncian el Reino
de Dios a los pobres; si buscan la liberación de todas las esclavitudes; si
quieren que todos los seres humanos, sobre todo la inmensa mayoría de hombres y
mujeres crucificados, vivan con dignidad de ser hijos de Dios; si tienen la
valentía de decir la verdad, que se traduce en denuncia y desenmascaramiento
del pecado, y la firmeza de mantenerse en los conflictos y persecución que eso
conlleva;si en ese seguimiento de Jesús logran su propia conversión del hombre
opresor al hombre servicial; si tienen el espíritu de Jesús, con entrañas de
misericordia, con corazón limpio para ver la verdad de las cosas; si no se
entenebrece su corazón aprisionando la verdad con la injusticia; si al hacer la
justicia promueven la paz y al hacer la paz la basan en la justicia; si hacen
todo siguiendo a Jesús y porque así lo hizo el Nazareno, entonces están
creyendo en Jesucristo.
Si observamos con honradez, podremos reconocer en estos rasgos reseñados
por Sobrino el modo de ser creyente de monseñor Romero. Es decir, su fe
vinculada a la liberación del mal, al anuncio del Evangelio, a la dignificación
del pueblo, a la comunicación de la verdad, a la compasión solidaria, a la
conversión y a la coherencia testimonial hasta dar la vida. De ahí que de él se
ha afirmado —y la Congregación para las Causas de los Santos lo ha
ratificado—que ha sido un mártir jesuánico, es decir, una persona que, en lo
sustancial, ha seguido a Jesús, vivió dedicado a la causa del Reino de Dios, y
fue difamado, perseguido y asesinado porque vinculó el conocimiento de Dios con
la práctica de la justicia, en el mismo estilo de los profetas bíblicos. Por
eso hoy es reconocido como el ejemplo más preclaro de mártir. Se compadeció de
un pueblo pobre, víctima de la opresión y la injusticia, se puso a su servicio
y los defendió de sus opresores. Unir la fe y la justicia es uno de los legados
fundamentales de monseñor Romero, tan necesario para el mundo de hoy y tan
ausente en muchos ámbitos del cristianismo predominante.
Don Samuel Ruiz, de grata recordación, y otro de los grandes obispos de
la fe cristiana del continente latinoamericano, decía que tres cosas se
admiraban y agradecían del episcopado de monseñor Romero: su servicio a la fe y
a la verdad; su acérrima defensa de la justicia; y su cercanía compasiva y
profética con los pobres. Y en su homilía del 30.° aniversario del martirio, el
entonces obispo emérito de Chiapas señaló que monseñor Romero "es un
pastor ejemplar porque ha sido un obispo de los pobres en un continente que
lleva tan cruelmente la marca de la pobreza de las grandes mayorías, se insertó
entre ellos, defendió su causa y sufrió la misma suerte de ellos: la
persecución y el martirio”.
Y ente la tumba de Romero, dijo: "Contemplan mis ojos un
acontecimiento realmente asombroso y sorprendente, pues, estando en una cripta,
no descubro yo signos de muerte, sino de vida; no se revelan ante mí gestos de
pesadumbre ni de apatía, sino de un dinamismo que transmite una energía
poderosa que invade este recinto; no veo rostros de dolor y resignación
sombría, sino miradas llenas de una profunda fe y esperanza que contagian. No
es la tumba de un hombre muerto la que desde aquí observamos, sino el faro
luminoso que nos ha guiado en la búsqueda y en la construcción del Reino de Dios
que nos vino a anunciar Jesús”.
Las palabras de Ruiz nos recuerdan la exhortación que hacía el Apóstol
Pedro a los pastores de las primeras comunidades cristianas, cuando llamaba a
"cuidar de las ovejas de Dios que han sido puestas a su cargo; haciéndolo de
buena voluntad, como Dios quiere, y no por obligación ni por ambición al
dinero, sino de buena gana; no como que fueran los dueños de los que están a su
cuidado, sino procurando ser ejemplo para ellos. Así, cuando aparezca el Pastor
principal, recibirán la corona de gloria, una corona que jamás se marchitará”.
Este modo de ser pastor lo vimos concretado en monseñor Romero, quien orientó y
acompañó al pueblo en sus anhelos de libertad; quien consoló a las víctimas de
la represión y la persecución; quien animó a tener esperanza contra toda
esperanza, siendo voz de las mayorías oprimidas, arriesgando y dando la vida
por buscar justicia para el pobre.
En el espíritu y las palabras de Pedro y de Samuel Ruiz, podemos decir
que Dios premió a monseñor Romero con la palma del martirio y acogió con agrado
su sacrificio colocándolo al lado de la cruz de Jesús; y Dios, que cumple sus
promesas, lo ha resucitado ya en las luchas y en el caminar del pueblo
salvadoreño, del pueblo latinoamericano y de todos los hombres y mujeres que
luchan por hacer realidad los ideales de equidad, compasión y dignificación de
la vida. Esto es lo que ha ratificado, por unanimidad y sin votos contrarios,
la Congregación para las Causas de los Santos del Vaticano, gracias al
desbloqueo y celeridad que el papa Francisco dio a esta causa.
* Director de Radio YSUCA
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