A Venezuela le ocurre lo mismo que a
todo gobierno de izquierda en América Latina desde la década de 1960. Su
peligro es mayor que las denuncias sobre la guerra mediática y económica. El
gobierno venezolano acaba de impedir un nuevo atentado golpista que demuestra
la locura del odio antibolivariano.
Juan
J. Paz y Miño Cepeda / El Telégrafo (Ecuador)
Es difícil pedir reflexiones frías y
análisis consistentes cuando se habla de Venezuela. Las pasiones y las
opiniones reduccionistas se imponen con más frecuencia.
La imagen de los problemas económicos
inmediatos impide considerar que con Hugo Chávez (1999-2013) se superó el
camino neoliberal, la hegemonía partidista tradicional y la
desinstitucionalización de la democracia.
Se olvida que la Revolución Bolivariana
ha contado con sistemático apoyo popular, que se alteraron las bases del poder
político anterior, y que por intermedio del Estado fue posible atender a
sectores sociales otrora postergados, con educación, medicina, seguridad
social, vivienda y mejoras laborales y sociales, todo ello destacado por
informes externos, como los de la CEPAL o el PNUD.
Se olvida que en Venezuela, así como en
otros países con gobiernos de nueva izquierda, se alteró la vida del antiguo
país, que estaba agotada en manos políticas oligárquicas. Hacer una
“revolución”, como siempre ha ocurrido en la historia de América Latina,
despierta fuerzas opuestas, porque hay un “orden” que se altera: formas de
vida, instituciones, visiones, conceptos, ideologías, cultura, Estado, poder.
Se agudiza la división social y la conflictividad política.
En América Latina toda revolución y todo
régimen reformista o progresista, que incline el peso del poder a favor de los
sectores populares, siempre despertó beligerantes reacciones de las clases
afectadas. La independencia inicial de México (1810), tanto como su revolución
de 1910, que tuvieron una enorme base campesina e indígena, fueron
traicionadas. Las revoluciones liberales latinoamericanas eran combatidas a
bala. En Ecuador el radical Eloy Alfaro fue asesinado (1912) entre otros
motivos por sus inclinaciones sociales. Pero es en el siglo XX cuando más se
expresan las violentas resistencias de las élites dominantes: los mal llamados
“populismos” latinoamericanos de los años 30 y 40 eran combatidos por
“comunistas”; la Revolución Juliana (1925) en Ecuador, pionera en promover
derechos laborales, era atacada por la regionalista plutocracia bancaria.
Los Estados militares-terroristas,
iniciados con el derrocamiento de Salvador Allende (1973) e implantados en el
Cono Sur, fueron auspiciados por las burguesías internas aliadas con el
imperialismo. Cuba ha sido bloqueada durante más de medio siglo. Y podría
seguir con numerosos ejemplos históricos que dan cuenta de la violencia contra
toda insurgencia popular y contra todo gobierno que se atreve a cuestionar el
poder de las capas dominantes latinoamericanas.
A Venezuela le ocurre lo mismo que a
todo gobierno de izquierda en América Latina desde la década de 1960. Su
peligro es mayor que las denuncias sobre la guerra mediática y económica. El
gobierno venezolano acaba de impedir un nuevo atentado golpista que demuestra
la locura del odio antibolivariano. Es que las burguesías oligárquicas, el
imperialismo y las ultraderechas están muy claras: hay que acabar con toda
izquierda, sea “buena” o sea “mala”. Ya lo han hecho antes.
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