Sabido es que la pandemia es el resultado de crisis de crisis de un modelo perverso predador y consumista extremo que ha destrozado la tierra en que vivimos y llevado al hambre y la esclavitud a la mayor parte del planeta. Evidencia imposible de ignorar donde sea que se encuentre.
Roberto Utrero Guerra / Especial para Con Nuestra América
Desde Mendoza, Argentina
En todo momento, los cultores del odio no han cesado de hostigar y embarrar a la atemorizada opinión pública a través de las usinas mentirosas de los medios con la intención de concentrar más riqueza y profundizar la extrema desigualdad que se viene sufriendo.
Sabido es que la pandemia es el resultado de crisis de crisis de un modelo perverso predador y consumista extremo que ha destrozado la tierra en que vivimos y llevado al hambre y la esclavitud a la mayor parte del planeta. Evidencia imposible de ignorar donde sea que se encuentre.
Conocida es también la duración y consecuencias de esta enfermedad que llegó para quedarse, como tantas otras plagas que siguen azotando y han pasado a segundo plano.
Tampoco los llamados a la solidaridad y a reconstruir los lazos comunitarios para vencer las dificultades han dado mayores resultados a pesar del tremendo esfuerzo de los gobiernos y el personal de la salud, los servidores públicos y privados encargados de la provisión y distribución de alimentos comprometidos las 24 horas en salvar y resguardar vidas humanas. No es necesario agregar que todos ellos están mal pagos, han expuesto su precaria condición y siguen abnegadamente cumpliendo funciones, situación que comparten con maestros y profesores que se transformaron en trabajadores de tiempo completo, disponiendo de sus propios dispositivos digitales como también del pago del mantenimiento de equipos e Internet. Eterno drama de la sábana corta, entre recursos y necesidades de cada vez más necesitados.
Tampoco es convincente, el desarrollo de oportunidades dirigidas a vivir con lo nuestro, dentro de los programas que incluyen una reactivación a través de incentivar el crecimiento del mercado interno; todo ese espectro que movilizan las pequeñas y medianas empresas, verdaderas generadoras de empleo.
Para que crezca el mercado interno, que significa el 60% de la producción nacional, es necesario insuflar dinero a sueldos y jubilaciones, cuestión que si se imprime más dinero se corre el riesgo de elevar la inflación, en tiempos en que el crédito externo está vedado. Hecho que estrecha el angosto camino del aconsejable equilibrio fiscal.
Sabemos ridículos los forcejeos cuando hay más de 400 mil millones de dólares de argentinos fuera. Algunos de ellos de los funcionarios del gobierno saliente. Algo que tienta a hacer propia una frase de Juan Goytisolo en su novela Señas de identidad, “los argentinos llevamos el egocentrismo, la envidia y la mala leche en la sangre”. Tampoco estamos condenados al éxito como decía el ex presidente Duhalde, quien hace semanas alentaba al golpe de estado, sino a reiterar entusiasmos que luego se diluyen.
Los dólares recaudados por las exportaciones están destinados a pagar la tramposa deuda dejada por los chicos exitosos, mientras se pone en marcha el resto de la maltrecha economía. Todo es poco, nada alcanza.
Asiduos concurrentes al comedor de lujo y la primera clase del Titanic, los megasojeros no cesan de provocar incendios en el país intentando ganar superficie para extender sus explotaciones. No les importa las vidas humanas, los pueblos arrasados, el ganado calcinado (cerca de medio millón de cabezas) ni las múltiples consecuencias irreparables del ecosistema con tal de ampliar sus ganancias. Se estima que los incendios en 14 provincias han sido provocados en un 98%, ya sea accidental o intencionalmente. Altas temperaturas y sequías han colaborado a generar este panorama desolador, como ha sucedido en otras partes del mundo en estos días.
Sin embargo, la decena de megaempresarios, se ilusiona con la demanda alimentaria pospandemia, cuyos datos comienzan a filtrarse en el mundo de los grandes negocios.
Ante la grandiosa matanza de cerdos realizada por China, los grandes empresarios locales se apuntan para proveer alimentos para los cerdos o directamente criarlos acá, en enormes granjas. Se entusiasman con llegar a un 40% de la demanda y de haber desplazado a Brasil como principal proveedor.
Felizmente ambientalistas y científicos se oponen de plano, objetando que ese tipo de prácticas han originado la actual pandemia. También han manifestado que China no se ha visto afectada por la caída del comercio internacional, dado ha mantenido su comercio como lo venía haciendo desde antes de la enfermedad.
Es de esperar que las opiniones de estos colectivos cada vez más numerosos incidan en los cuadros decisorios e intenten revertir este viaje sin retorno.
Mientras tanto continúan los incendios, las curvas de la pandemia parecen aplanarse y luego se disparan, como se observa en Europa y el insensible grupo reducido dominante se frota las manos para hacer lo de siempre.
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