sábado, 10 de octubre de 2020

Gramáticas de anteayer

 Del siglo XVI acá, el sistema mundial creado por el capitalismo en su fase ascendente se fue viendo dotado de una geocultura (Wallerstein dixit) que orientaba su desarrollo y legitimaba su accionar. De allí nos viene aquella serie de dicotomías que organizaron una parte considerable del pensar en ese proceso. 

Guillermo Castro H. / Especial para Con Nuestra América

Desde Ciudad de Panamá


En su fase colonial manufacturera – hasta 1850, digamos – esa geocultura buscó legitimar el desarrollo del sistema mundial como expresión de un conflicto entre la civilización (Noratlántica) y la barbarie imperante en el resto del mundo. La transición a la fase industrial dio lugar a la transformación de aquel conflicto en uno entre el atraso y el progreso, y la transformación del sistema colonial en sistema internacional tras la Gran Guerra de 1914-1945 dio de sí la disyuntiva entre el desarrollo y el subdesarrollo.

 

Del subdesarrollo se habla poco hoy en día. En la transición entre la III y la IV revoluciones industriales – de la automatización de la producción a la intensificación del ciclo de acumulación del capital gracias a la Internet – ha ido tomando forma la demanda de un desarrollo que sea “sostenible” en la tarea de garantizar el crecimiento sostenido de la economía realmente existente.

 

Esa demanda se origina en el hecho de que el desarrollo, en su versión dominante entre 1950 y 1980, derivó en una crisis general del sistema mundial que ha venido a ser designada como un “proceso de globalización”. Esa crisis se expresa, por ejemplo, en una persistente inequidad en “el acceso a los frutos del progreso técnico”, como entendía Raúl Prebish a la dimensión social del desarrollo a comienzos de la década de 1950. En lo ambiental, se hace evidente en el incremento constante en el ritmo y el alcance de la devastación de la biosfera, que plantea una grave amenaza a ls sostenibilidad del desarrollo de la especie humana.[1]

 

Esta dimensión socioambiental de la crisis global demuestra la potencia del capital en la tarea de garantizar su acumulación más allá – cuando no en contra – de la evidencia científica generada en el marco de su propia geocultura.A eso se refiere un ensayo de Jean-Baptiste Fressoz, titulado “Perdiendo el mundo a sabiendas: seis gramáticas ambientales en torno a 1800.”[2]

 

Tales gramáticas, dice Fressoz, se formaron a partir de mediados del siglo XIX, aunque algunas tienen raíces en la segunda mitad del XVIII. Ellas incluyen 1) la formación del concepto de “entorno” para designar al mundo natural; 2)  la comprensión básica de las interacciones entre la actividad productiva y las alteraciones del clima; 3) el concepto de “economía de la naturaleza” que facilitaría la construcción del de ecología; 4) el uso del concepto de metabolismo para referirse al intercambio de materias entre la sociedad y la naturaleza; 5) el papel de la entropía en la trasformación de los elementos naturales en recursos naturales.

 

La sexta gramática, por último, se derivó del agotamiento del interés del “mundo intelectual…en las condiciones materiales de producción”, sustuido por la economía, “que se convirtió en el modo de información dominante de la élite social”. Todo ello, agrega Fressoz, condujo a que

 

La transición de una economía orgánica a una mineral, la ruptura de los ciclos metabólicos y la dependencia de fuentes no renovables de energía ocurrieran a pesar de una aguda conciencia del futuro y de claras advertencias sobre la insostenibilidad del nuevo régimen material que había surgido a finales del siglo XIX. (2015: 73-81)

 

Esta última observación aún tendría que ser sometida a discusión. Analizar los aportes de la ciencia de anteayer a la luz de los conflictos de hoy probablemente revele que en realidad muchos de sus avances resultaron mediatizados al verse incorporados a la lógica del crecimiento sostenido. Aquí es bueno recordar la advertencia de Marx sobre el estudio de “las formas jurídicas, políticas, religiosas, artísticas o filosóficas, en una palabra, las formas ideológicas en que los hombres adquieren conciencia[del conflicto entre las fuerzas productivas y el de las relaciones de producción] y luchan por resolverlo” no pueden ser analizadas con la precisión propia de las ciencias naturales. Y añade esta afirmación que descarta toda simplificación del problema:

 

Ninguna formación social desaparece antes de que se desarrollen todas las fuerzas productivas que caben dentro de ella, y jamás aparecen nuevas y más elevadas relaciones de producción antes de que las condiciones materiales para su existencia hayan madurado dentro de la propia sociedad antigua. Por eso, la humanidad se propone siempre únicamente los objetivos que puede alcanzar, porque, mirando mejor, se encontrará siempre que estos objetivos sólo surgen cuando ya se dan o, por lo menos, se están gestando, las condiciones materiales para su realización.[3]

 

En lo que hace a la crisis ambiental, esas condiciones están madurando con extrema rapidez. La gramática para comprenderlas y ejercerlas debe ser construida a partir de una premisa sencilla: si deseamos un ambiente distinto, tendremos que crear una sociedad diferente, capaz – ahora sí -, de contar con la aguda conciencia del futuro y la capacidad de comprender las claras advertencias sobre la insostenibilidad del régimen material que ha entrado en crisis abierta a comienzos del siglo XXI.

 

Alto Boquete, Panamá, 3 de octubre de 2020



[1] Así, las dimensiones social y ambiental de la crisis confirman la afirmación de Marx en el sentido de que “la producción capitalista sólo sabe desarrollar la técnica y y la combinación del proceso social de producción socavando al mismo tiempo las dos fuentes originales de toda riqueza: la tierra y el hombre.” “La gran industria y la agricultura”. El Capital. Crítica de la Economía Política (1867). Fondo de Cultura Económica, México. (2010, I:424)

[2] Fressoz, Jean-Baptiste: “Losing the word knowingly: six environmental grammars around 1800.” The Anthropocene and the Global Environmental Crisis. Rethinking modernity in a new epochClive Hamilton, François Gemenne, Christophe Bonneuil (eds.)Routledge, New York, 2015.

[3] “Prólogo” a la Contribución a la Crítica de la Economía Política (1859). C. Marx y F. Engels: Obras Escogidas. Editorial Progreso, Moscú. (1969:197-188).

1 comentario:

Carlos Massé Narváez dijo...

De acuerdo totalmente con el Profesor Castro de quien recibí clases en la ENEP ARAGÓN-UNAM, en los años 70 del siglo pasado. Lo que argumenta ayuda a comprender porque no prosperan los programas de educación ambiental. No se usa actualmente educar sobre los medios de producción, sino se considera que la tecnología es buena per se, tampoco se cuestiona mucho que poderes pueden hacer ciencia y, lo que se genera, sobre todo por el Capital es un falso discurso verde. Gracias Profesor, saludos desde México