Las nuevas y muy jóvenes generaciones no conocen nada diferente, nacieron bajo este sistema, que constantemente les refuerza, desde muy disímiles posiciones, la doctrina mercantilista de la felicidad, el distanciamiento de las luchas sociales de toda la gente y la criminalización de la protesta cuando se trata del pueblo entero.
Nuria Rodríguez Vargas / Especial para Con Nuestra América
En su libro Happycracia (2019)[i] los autores quienes no hacen una diatriba contra el concepto de felicidad, sino que, cuestionan esta visión reduccionista y mercantilista, analizan su gran impacto político, las repercusiones económicas, sociales y culturales. Entorno al término se ha construido una nueva moral que obliga a ser feliz, sonriente y rechazar todo lo que implique tristeza, pues, quien se aparta de este camino se expone al rechazo. Sus pilares son el individualismo y el egocentrismo. Dentro de sus productos existe literatura de autoayuda, automotivación, terapias diversas, rituales, mindfulness, coaching, menjunjes, pócimas “soluciones” rápidas, mágicas y caras.
De sus narrativas me interesa mencionar las relacionadas con el plano social y educativo, pues el cinismo con que han sido tejidas es sobrecogedor. Según las “investigaciones” de los “estudiosos” de la felicidad, las desigualdades sociales no provocan ni felicidad ni sufrimiento, pues la carencia es fuente de motivación para salir adelante. Es decir, “las implicaciones políticas de estas afirmaciones tratan de demostrar que esforzarse por reducir las desigualdades es innecesario e incluso contraproducente” (p. 58). Pero, por recomendación de instituciones políticas y económicas internacionales, aunque “se trate de evaluar un programa de educación o una nueva medida fiscal, la felicidad se postula como la mejor y más neutral forma de decidirlo” (p.56).
En el plano educativo, advierten los autores sobre el advenimiento del alumno feliz, no reflexivo, ni crítico, en esta línea, la educación emocional se impone sobre la intelectual, aunque lo ideal sería una combinación de ambas. Apuntan que “se tiende a infantilizar en exceso a los alumnos, haciéndolos más vulnerables ante la frustración al promover expectativas y análisis poco realistas” (p. 87). Se ha caído en la educación de burbuja protectora, los textos deben ser positivos, lindos, no violentos, ni tristes. El llamado “pensamiento crítico” se ha tergiversado y reducido al cuestionamiento moral de la vida de los autores, por encima de sus ideas y acciones. La odiosa corrección política se hermana con la educación y la psicología positiva para esconder y olvidar las obras que en cada país o cultura marcaron cuestionamientos sociales, rebeliones o revoluciones sexuales o sociales. Esa es su peligrosidad.
Géneros en tendencia. Como alternativa a las “violentas” y “oscuras” obras literarias, se han posicionado la autobiografía y el género de autoayuda, para consumo o escritura sobre las redes sociales. En esta última forma, sí se permite la tristeza, siempre que implique una dramática dosis de victimización, pero que, termine sobreponiéndose con una inspiradora disertación, pues como dicen los expertos del happiness, “basta con pensamientos y palabras positivas para cambiar el Mundo”. En el contexto del COVID-19 han florecido textos primorosos que lamentan la difícil situación de quienes no tienen comida, trabajo, esperanza; pero siempre acompañados del selfie del día, rebosante sonrisa de persona no negativa, actitud feliz, outfit de cuarentena y sus monerías; sexualidad/santidad, sensualidad/solidaridad, belleza/cotización, esclavitud voluntaria. Como señalan los autores del libro, el individuo se ha convertido en su propia mercancía, nos vendemos a nosotros mismos utilizando cualquier pretexto, es la economización de la vida, la competencia disimulada, el triunfo de la sociedad individualista.
Todos estamos atrapados en este sistema, nadie se escapa, somos presa del Big Data, usamos las redes, a veces con propósitos importantes, informativos, educativos, pero en otras ocasiones, sucumbimos al egocentrismo y a la banalidad; asoma nuestra humanidad contradictoria, los claroscuros. En este sentido, los autores afirman que SER FELIZ se convirtió en la nueva normalidad. Pero, no contaban los grandes intereses internacionales que la pandemia del COVID-19 no ha parado de revelar sus enormes contradicciones y falencias en materia política, social y educativa.
El senador uruguayo José Mujica, en su discurso de despedida, dijo que “la política es la lucha por la felicidad humana, aunque suene a quimera”, en una alusión a la “antigua” idea del “bienestar del mayor número de personas”. Bajo el sistema global de los seres felices, la justicia del reconocimiento de las minorías funciona muy bien; hasta que, los sujetos se atreven a reclamar la justicia de la distribución. Es decir, en cuanto, los cuerpos racializados y sexualizados exigen justicia social, automáticamente las personas indígenas, afrodescendientes, mestizas, se convierten en machos tóxicos, ellos y en mujeres subordinadas, ellas, en individuos ignorantes. Esta apreciación invalida sus demandas, según los miopes políticos “humanistas” y los influencers del mundo académico y de la cultura de masas. Lo ideal es la integración de los dos tipos de justicia, pero, no gusta cuando se reclaman las condiciones humanas básicas. No entienden los novo humanistas la desesperación, la angustia, la ira, cuando se tiene hambre, desesperanza, y se es un jefe o una jefa de familia -hablan desde su comodidad-.
La doctrina homóloga del “gobierno de la felicidad” es la “teología” de la prosperidad. También se enfoca en el individualismo, en las soluciones mágicas y caras, diezmos jugosos, rituales masivos, pócimas, exorcismos, discursos amorosos e “inclusivos” pero que excluyen a quienes consideran “pecadores”. También cuentan con poderosas organizaciones internacionales que los financian y legitiman sus posturas y acciones. Y claro, recomiendan la aceptación de la carencia como designio divino y como motivación para seguir adelante. Los japicráticos y los mercaderes de la fe tienen semejanzas y diferencias. Cuando se encuentran en el escenario político coinciden en el desmantelamiento de las instituciones públicas, últimos vestigios de los antiguos Estados de Bienestar.
En este contexto global, Costa Rica denominado en ocasiones “uno de los países más felices del mundo”, se desnudó, otra vez la pandemia quitó máscaras, afloró la gran polarización de la ciudadanía; los sentimientos de superioridad entre iguales, pugnas entre sectores, desigualdades entre centro y la periferia, los mitos y prejuicios de siempre, el abandono de pequeños y medianos productores del sector primario, la división en tribus exclusivas, la clase media en shock “santiamenes y silencios” no comprometer su opinión para no ser etiquetados, tantos etcéteras. La happycracia global ha implantado con gran éxito la idea de que la justicia social es una idea retrógrada, poco inclusiva y “no está en tendencia”. Qué infamia. ¿Cómo se puede existir sobre este mundo, cómo se puede seguir, si las necesidades básicas no están cubiertas? ¿Son suficientes las palabras positivas, amorosas, religiosas, los eslóganes para hacer cambios estructurales en el país? El pueblo costarricense entero se ha dado cuenta de que no es suficiente. Por eso hay descontento y división. ¿Qué sigue ahora? ¿Qué harán los sectores políticos y educativos de Costa Rica? ¿Seguirán con las mismas visiones?
Las nuevas y muy jóvenes generaciones no conocen nada diferente, nacieron bajo este sistema, que constantemente les refuerza, desde muy disímiles posiciones, la doctrina mercantilista de la felicidad, el distanciamiento de las luchas sociales de toda la gente y la criminalización de la protesta cuando se trata del pueblo entero. Desde el sector educativo, hay que trabajar fuerte, reflexionar que la narrativa homogénea de la felicidad global es una más, pero, no constituye la única y “verdadera” forma de vivir, creer, analizar, pensar, leer, escribir, amar, erotizar, participar, rezar, protestar… que la vida es difícil, que no hay humanos perfectos, que el disenso no es una invitación a la guerra ni a la competencia, sino el principio de una real diversidad e inclusión, que en la melancolía también hay belleza, que es criminal no invertir en el arte y la cultura de un pueblo. Termino con un poema, porque el arte sensibiliza, reflexiona, es comprometido, es por y para todos. Versos de una compositora, cantautora costarricense, una mujer que tiene una voz y una guitarra.
“Más vale cien pájaros libres, volando bajo este cielo, que a veces tiene tormentas, nubarrones, pero es nuestro… Más vale cien pájaros libres, que uno atado de una pata o apagado o en una jaula sin agua, sin luz sin cielo… Hay cosas que en casa no caminan bien y acá adentro haca falta oxígeno…[ii]
[i] Cabanas, E y IIIouz E. (2019). Happycracia. Cómo la ciencia y la industria de la felicidad controlan nuestras vidas. Barcelona: Editorial Paidós.
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