La matanza del 2 de octubre cimbró para siempre a una generación que guarda en su memoria una lección indeleble: las clases dominantes recurren al uso de la violencia genocida si consideran amenazados sus intereses y privilegios.
Gilberto López y Rivas / LA JORNADA
El ataque contra una multitud pacífica e indefensa se realizó con todos los agravantes de ley: premeditación, alevosía y ventaja, participando como autores materiales tropas del Ejército en uniforme, y sin uniforme, esto es, el agrupamiento con ropas civiles denominado Batallón Olimpia, así como francotiradores apostados en azoteas de edificios próximos, además de los agentes de cuerpos policiacos y de inteligencia. Los autores intelectuales más señalados son el ex presidente de la República Gustavo Díaz Ordaz; su secretario de Gobernación, Luis Echeverría Álvarez; los mandos superiores del Estado Mayor Presidencial y de la Secretaría de la Defensa Nacional, así como altos funcionarios de la policía y del entonces Departamento del Distrito Federal.
El Movimiento del 68 es culminación de una década de intensas luchas populares a partir de la huelga ferrocarrilera y su represión por el Ejército en 1959; la guerrilla campesina y el asesinato de Rubén Jaramillo en 1962; el Movimiento Revolucionario del Magisterio, encabezado por Othón Salazar; las huelgas de telegrafistas y médicos, y el trabajo político de quienes optaban por la lucha armada bajo la influencia del triunfo de la revolución cubana en 1959. El subcontinente latinoamericano, de esos años, era un rosario de agrupamientos guerrilleros activos, y en preparación, a los que no escapa México.
El Movimiento del 68 tomó a estos militantes revolucionarios por sorpresa, dado que, a partir de posiciones basadas en un marxismo ortodoxo, pensaban que el trabajo organizativo debería circunscribirse a fuerzas estratégicas, esto es, la clase obrera y el campesinado, como aliado secundario. El sector estudiantil, aunque fuente de reclutamiento de esos organismos, no era considerado como un sujeto revolucionario ni mucho menos que pudiera ser el protagonista de un proceso de la envergadura del que se inició el 26 de julio de 1968, a raíz de una violenta represión policiaca a la manifestación de conmemoración del asalto al cuartel Moncada.
Antes de estallar el Movimiento, las llamadas sociedades de alumnoseran muy comunes entre el estudiantado, aun en centros educativos con hegemonía de la izquierda. El Movimiento tornó obsoletas estas estructuras que en algunos casos eran utilizadas por el partido oficial para la cooptación de dirigentes estudiantiles, surgiendo, en su lugar, los comités de lucha nombrados en asambleas generales, cuyos delegados integrarían el Consejo Nacional de Huelga, que funcionó democráticamente hasta el final sorpresivo del Movimiento.
El 68 se caracterizó por sus magnas y combativas marchas: las de agosto y septiembre, la del silencio, la de las antorchas. Se recuerda, en especial, la generosidad, alegría, irreverencia e imaginación de esa generación impactada por un proceso de concientización que le dio señal de identidad política y brújula de vida. El Movimiento se integró principalmente por estudiantes y profesores (pero también por padres y madres solidarios) de las distintas escuelas y facultades de la UNAM, el Politécnico, la Escuela Nacional de Antropología e Historia, aunque se sumaron rápidamente alumnos de educación media y superior de escuelas y universidades de diversas procedencias sociales, e incluyeron a no pocos centros educativos privados incorporados a las brigadas de información y propaganda que recorrían la ciudad y constituyeron un efectivo medio de comunicación que se enfrentó con éxito a los grandes medios controlados por el gobierno.
El Movimiento del 68 fue un acontecimiento histórico que estremeció a diversos sectores sociales por el activismo de las y los jóvenes estudiantes, quienes como nunca sintieron el cariño popular no sólo en la Ciudad de México y sus alrededores, sino en todos los estados donde el Movimiento se expandió. Se demandaban mínimas libertades democráticas, la libertad de los presos políticos y el fin de un régimen autoritario por parte de un Estado que nunca estuvo dispuesto a resolver el conflicto. Se llegó hasta el final trágico decidido por el poder, hasta Tlatelolco, donde se aprendió el significado de la dignidad y de luchas que no claudican, y que fructifican hasta hoy en día.
La matanza del 2 de octubre cimbró para siempre a una generación que guarda en su memoria una lección indeleble: las clases dominantes recurren al uso de la violencia genocida si consideran amenazados sus intereses y privilegios.
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