Si ante cada amenaza, cada carta de condicionalidad, cada emisario del Banco Mundial o el FMI, los presidentes y presidentas latinoamericanas plantaran cara a esa forma del neocolonialismo y del intervencionismo, la historia política de América Latina no sería ese largo inventario de abyecciones y arrodillamientos -trastocado solo por algunas excepciones- que tanto humillan la dignidad de los pueblos.
Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica
Cada vez menos trascendentes para el futuro de América Latina, las Cumbres Iberoamericanas, instrumento de la política exterior española para la región, se han convertido en uno de los escenarios más visibles del de la pérdida de influencia de la diplomacia ibérica (basta mencionar su poca capacidad de convocatoria de mandatarios) y del cambio en el balance de fuerzas con respecto de la antigua metrópoli.
En la Cumbre de Santiago de Chile en 2007, un exabrupto protagonizado por el Rey de España y el Presidente de Venezuela fue instrumentalizado por la prensa hegemónica para desprestigiar al líder bolivariano y atizar el fuego de la oposición en su país y el resto del continente: saturando a los televidentes con las imágenes del borbónico monarca mandando a callar a Hugo Chávez, se invisibilizaba la discusión de fondo que propició el hecho, y que tenía que ver con la historia de despojos a la que ha sido sometida América Latina, el papel que desempeñan en esa empresa de siglos las transnacionales españolas en nuestros países y la participación de figuras de la derecha ibérica –como el expresidente José María Aznar- en la maniobras de desestabilización de gobiernos democráticamente electos.
Ahora, en la recién pasada Cumbre de Asunción, el emplazamiento del presidente de Ecuador, Rafael Correa, a los organismos financieros internacionales (OFI) y en particular a la vicepresidenta del Banco Mundial, Pamela Cox, reavivó la discusión en torno al papel que cumplen estos agentes del imperialismo financiero, y de modo particular, en su intervencionismo en la política latinoamericana a lo largo del período de contrarreforma neoliberal abierto en la década de 1980.
Correa dijo que la presencia de los OFI era improcedente en un foro democrático y acusó a la burócrata del Banco Mundial de haber cancelado un crédito de $200 millones de dólares para Ecuador en 2005, como un mecanismo de chantaje para que su país “aplicara una política económica en favor de los grandes capitales e intereses hegemónicos extrarregionales” (Question Digital, 30-10-2011).
No faltaron, por supuesto, las visiones sesgadas y parciales del hecho presentadas por algunos medios de comunicación. El diario La Nación de Argentina, propiedad del poderoso Grupo Clarín –principal opositor del gobierno argentino- calificó de “grotesca intolerancia” la posición del presidente de Ecuador, y sentenció: “Los desplantes absurdos, como el de Correa en Asunción, sólo evidencian la dramática pequeñez de sus actores” (La Nación, 01-11-2011).
Probablemente para el Grupo Clarín la grandeza de un gobernante radica, más bien, en gestos como los de aquel expresidente argentino de la década de 1990, que en el éxtasis de su entreguismo al gran capital local y transnacional, llegó a justificar el impacto social de las políticas económicas impuestas por los OFI argumentando, con un cinismo sin paragón, que “pobres hubo siempre y los habrá siempre”.
Pero lejos de ser una pose, la actitud de Correa es consecuente con sus ideas y su trayectoria política, como lo demuestra en su libro Ecuador: de Banana republic a la No República, en el que describe con absoluta claridad y contundencia el rol político que desempeñan los OFI en América Latina: siempre al servicio de los intereses de la plutocracia mundial y del marketing ideológico del neoliberalismo.
En el año 2003 tuve la oportunidad de entrevistar al ya fallecido expresidente de Costa Rica, Rodrigo Carazo Odio (1978-1982), quien en 1980 debió enfrentar una grave crisis económica y política por su decisión de expulsar del país a los emisarios del Fondo Monetario Internacional (FMI) y del Banco Mundial. La razón: condicionaban el otorgamiento de créditos al cumplimiento de un programa neoliberal de férrea disciplina fiscal y el recorte en el presupuesto para la inversión pública (sobre todo, en salud, educación y servicios públicos). Recordando aquellos momentos y los motivos de su decisión, Carazo decía: “Yo pagué ese precio y lo hice con gusto, a pesar de lo que decía la prensa y los grupos interesados. Las consecuencias que ellos dicen que se pagaron fueron las de la dignidad, esa es la realidad. No hubo hambre, sino dignidad con supervivencia. En el sur del continente han vivido experiencias muy serias por obedecer al poder que impulsa la globalización: el Banco Mundial y el FMI. Pero si no queremos ver lo que pasa allí, nos van a cocinar en la misma parrillada, como un trozo de carne más”.
Si ante cada amenaza, cada carta de condicionalidad, cada emisario de los OFI, los presidentes y presidentas latinoamericanas plantaran cara a esa forma del neocolonialismo y el intervencionismo, la historia política de América Latina no sería ese largo inventario de abyecciones y arrodillamientos -trastocado solo por algunas excepciones- que tanto humillan la dignidad de los pueblos.
Vea AQUI el video de la intervención del presidente Rafael Correa en la Cumbre Iberoamericana
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