sábado, 12 de noviembre de 2011

Ahora le toca a Irán

Es cierto que los iraníes están lejos, pero no solo nuestras necesidades de equilibrio nos llaman a no dejarlos solos. “Es posible que no seamos parientes, pero si usted es capaz de temblar por una injusticia cometida en cualquier parte del mundo, somos compañeros, que es más importante”, le dijo el Che Guevara a quien desde una zona cercana a Irán le escribiera preguntándole si eran parientes.

Rafael Cuevas Molina/Presidente AUNA-Costa Rica

rafaelcuevasmolina@hotmail.com

Ha tardado, pero el turno de Irán está llegando. Igual que con el tinglado armado para invadir a Irak, en éste los actores de siempre, conocidos como “la comunidad internacional”, empiezan a apresurar el montaje en los escenarios acostumbrados.

Nuevamente, son las armas de destrucción masiva la excusa esgrimida para que la “comunidad internacional” se preocupe. La ONU, más específicamente su Consejo de Seguridad, cada vez más impúdicamente al servicio de los más peregrinos intereses y necesidades de esta “comunidad”, empieza a desperezarse y se prepara para jugar el papel de avalador de las agresiones armadas que, casi con seguridad, se avecinan para Irán.

Israel, prepotente y agresivo, se revuelve impaciente por entrar en acción. Si de él dependiera, hace tiempo que Teherán sería una montaña de escombros asolada por las armas de destrucción masiva que él sí tiene.

El jefe de esta gavilla de bandoleros apodada “comunidad internacional”, los Estados Unidos de América, apoya y estimula la tirantez cada vez más aguda en el Medio Oriente. Las últimas escaramuzas lo pintan de cuerpo entero: retira su apoyo económico a la UNESCO por haber aceptado en su seno a los palestinos.

Irán está lejos de América Latina, pero las relaciones entre ambos se han estrechado en los últimos tiempos; hay intereses comunes que los acercan. En primer lugar, la supervivencia en un contexto dominado por los voraces intereses defendidos e impulsados por la ya mencionada “comunidad internacional”, que en nuestro rincón del mundo tiene el aspecto monocromo de los Estados Unidos.

La diversificación de las relaciones comerciales para disminuir el peso que la gran potencia del Norte tiene en nuestra balanza comercial es de vital importancia. Ya José Martí nos lo había dicho desde el lejano siglo XIX: se trata de tratar de construir el “equilibrio del mundo” poniéndole contrapesos al gigante de las siete leguas.

Es más o menos la misma lógica que acompaña la llegada de los chinos por estos lares. Éstos, mucho más agresivos y fuertes, han realizado avances fenomenales en la inversión y el comercio, y amenazan con desplazar a lugares secundarios al “hermano mayor”.

Irán no tiene esa potencia ni está en su mira ocupar puestos estratégicos tan lejos de sus fronteras, pero sí necesita romper el aislamiento al que lo someten y, como nosotros, equilibrar sus relaciones para no poner todos los huevos en la misma canasta.

Este es el sino de los países medios y chicos y no hay vuelta de hoja: deben aliarse, apoyarse mutuamente para tratar de evitar el avasallamiento de los intereses de las grandes potencias. Es una vieja máxima, más antigua que nuestra propia civilización, pero cuesta llevarla a la práctica.

Ahora, los iraníes se encuentran en la picota y el ojo del huracán se desplaza lentamente hacia ellos. Ya pasó Libia, ya le dieron caza ignominiosamente a Gadafi; ya Berlusconi se secó las lágrimas de cocodrilo que le provocaron su asesinato; siguen dándole de patadas en el trasero a los palestinos y deben ver para otra parte para ir “normalizando” al Medio Oriente. Falta Irán.

Es cierto que los iraníes están lejos, pero no solo nuestras necesidades de equilibrio nos llaman a no dejarlos solos. “Es posible que no seamos parientes, pero si usted es capaz de temblar por una injusticia cometida en cualquier parte del mundo, somos compañeros, que es más importante”, le dijo el Che Guevara a quien desde una zona cercana a Irán le escribiera preguntándole si eran parientes.

Temblemos ante esta injusticia.

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