Hay modos de salir de la crisis por vía de aumentar las funciones del Estado, no de achicarlas. Pero el eurocentrismo no permite advertir en Europa que es hora de que ellos empiecen a aprender de lo que hacemos sus denostados congéneres del Sur del planeta.
Roberto Follari / El Telégrafo (Ecuador)
Basta leer algunos diarios de la nunca del todo europea España -o de alguna de sus naciones constitutivas como Catalunya o Euskadi-, para comprobar cómo nos “entienden” en Europa. Una mezcla de sus intereses empresariales en nuestros países (caso Telefónica Española, por ej.) con cierto racismo mal disimulado contra países que ellos entienden “atrasados”, los lleva a pretender que nuestros países serían una mezcla pintoresca de demagogia, caudillismo y corrupción, muy lejanos a la institucionalidad madura que -según los europeos suponen- ellos habrían logrado.
La mirada eurocéntrica que los llevó a colonizarnos violentamente creyendo que nos hacían un unilateral favor civilizatorio, continúa hoy en la noción displicente por la cual suponen que pertenecemos a una esfera inferior de la vida social y económica, a una especie de etapa atrasada de la cual no seríamos capaces de salir.
Pero la brutal crisis económica europea los está despertando de su sueño, que va convirtiéndose en pesadilla. El capitalismo muestra sus límites estructurales y sus cíclicas caídas de la producción y el consumo. Caen gobiernos, se hunden primeros ministros, y los gurús económicos no saben otra cosa que repetir el monótono repertorio de medidas antipopulares y antisociales planteadas desde el FMI y la doctrina neoliberal: ajuste, agentes estatales echados a la calle, aumento de tarifas, estrechamiento de servicios y derechos.
No cabe que en Latinoamérica nos regocijemos del sufrimiento del otro lado del Atlántico, ni que nos creamos eximidos de fuertes remezones posibles de la crisis que se da en el capitalismo central. Pero también es innegable que lo que sucede da vuelta el mapa; los del Norte son los gobiernos que se caen a cada momento, ellos son los que exhiben talantes autoritarios y antidemocráticos en las medidas que toman, por las cuales los organismos de crédito convierten a los gobiernos elegidos en simples títeres de sus decisiones tecnocráticas.
Hoy Europa exhibe sus lacras, sus enormes limitaciones para el ejercicio democrático y para la salida razonable de su crisis. Mientras, en Latinoamérica son justamente aquellos denostados supuestos caudillos los que aplican recetas exitosas de una economía expansiva que aumenta el consumo y que no juega a la disminución del gasto social.
Dos premios Nobel, Stiglitz y Krugman, muestran la salida argentina de la crisis de 2001 -encarada por los Kirchner- como un ejemplo de lo que debieran hacer (y no hacen) en el Norte. Y por cierto, el argentino no es el único ejemplo; hay modos de salir de la crisis por vía de aumentar las funciones del Estado, no de achicarlas. Pero por cierto, el eurocentrismo no permite advertir en Europa que es hora de que ellos empiecen a aprender de lo que hacemos sus denostados congéneres del Sur del planeta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario