Los pueblos europeos y de otras latitudes deberían mirar en el ejemplo de la emancipación política latinoamericana uno de los caminos posibles en la gran batalla de nuestro tiempo: la que nos reclama defender la utopía de la democracia-sin-fin ante las violentas agresiones del capitalismo y sus intrumentos militares y financieros.
Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica
Ninguna imagen retrata mejor el drama de la crisis económica europea, y la gravedad de los intereses y poderes que velan en la trastienda, que la utilizada por el diputado de la izquierda alemana Michael Schlecht, en una entrevista concedida al diario Página/12: la de una agresión sin tanques a los países más vulnerables de la Eurozona con el único objetivo de defender los intereses del mercado, que hoy cotizan por encima de los Derechos Humanos.
Los recortes presupuestarios que liquidan los restos del Estado de bienestar; los rescates financieros (de deudas con acreedores extranjeros, fundamentalmente alemanes y franceses) que terminan trasladándose a los ciudadanos por varias generaciones; y el secuestro de las decisiones políticas por parte de los tecnócratas de los organismos financieros internacionales, son algunas de las armas empleadas en este ataque del imperialismo financiero, que cercena las prácticas e instituciones democráticas e intenta clausurar toda posibilidad de construir soluciones alternativas a la crisis sistémica.
Portugal, Grecia, Italia, España han sufrido ya este acoso sistemático de un capitalismo que no se atiene ya ni siquiera a sus propias reglas y supuestos teóricos, y que se tiende amenazante sobre el resto de Europa en busca de presas. Como también ocurre en los Estados Unidos. Y como lo vivimos los latinoamericanos durante 20 años de contrarreforma neoliberal, aplaudida y tutelada por las élites y gobiernos europeos y norteamericanos.
Revertir ese dominio no es tarea sencilla: en nuestra región, tomó años de organización de la resistencia social, de movilización popular casi permanente, de persecuciones y muertes, luchas en las calles y los parlamentos, hasta el derrocamiento de gobiernos títeres que ejercían el poder en contra de los intereses nacionales y de las masas de excluidos del crecimiento económico desigual.
Detener el avance del capitalismo neoliberal, tan destructivo como ha demostrado serlo, también exige un inmenso esfuerzo de coherencia y consistencia ideológica de parte de aquellas fuerzas progresistas que son gobierno o aspiran a serlo. Si en España el histórico descalabro del PSOE en las elecciones del pasado domingo muestra hasta qué punto la ciudadanía castiga el doblez político en las urnas (sin que esto suponga que el PP represente algo mejor que socialismo desdibujado de Zapatero y Rubalcaba), en América Latina, en cambio, los recientes resultados electorales y la trayectoria de una década de transformaciones ofrecen una lección distinta: la opción preferencial por los pobres, por los excluidos y desposeídos de nuestras sociedades, sellan un vínculo positivo, de signo democrático, entre el pueblo y sus representantes. Cuando esto falta, cuando se renuncia a los compromisos profundos de humanidad y los gobiernos se rinden ante los poderes fácticos, los pueblos son los únicos perdedores.
En su ensayo Nuestra América, el prócer cubano José Martí decía que en estas tierras el buen gobernante “sabe con qué elementos está hecho su país, y cómo puede ir guiándolos en junto, para llegar, por métodos e instituciones nacidas del país mismo, a aquel estado apetecible donde cada hombre se conoce y ejerce, y disfrutan todos de la abundancia que la naturaleza puso para todos en el pueblo que fecundan con su trabajo y defienden con sus vidas”. La experiencia política nuestroamericana de los últimos años, en sus tendencias revolucionarias, nacional-populares y progresistas, todas ellas inacabadas y necesariamente perfectibles, nos ha permitido avanzar en la dirección señalada por el ideal martiano, que concibe al gobierno como “el equilibrio de los elementos naturales del país”.
En momentos en que la dinámica de los procesos globales evidencia que los intereses nacionales y el bienestar de la mayoría, ceden a la voracidad de los intereses económicos corporativos; y en que la verdad es suplantada por la mentira para justificar intervenciones militares, muertes y conflictos por la apropiación de recursos naturales y riquezas, los pueblos europeos y de otras latitudes deberían mirar en el ejemplo de la emancipación política latinoamericana uno de los caminos posibles en la gran batalla de nuestro tiempo: la que nos reclama defender la utopía de la democracia-sin-fin ante las violentas agresiones del capitalismo y sus intrumentos militares y financieros.
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