La iglesia católica está en una
profunda crisis: la pederastia como un problema estructural en los sacerdotes
(la iglesia estadounidense está en bancarrota por el pago de 2,500 millones de
dólares de indemnizaciones), la crisis de vocaciones (en Europa el promedio de
edad es de 75 años), la declinación del
catolicismo en América latina como lo revelan Centroamérica y Brasil (50% y 33%
de protestantes).
Carlos Figueroa Ibarra / Especial para Con Nuestra América
Desde Puebla, México
El lunes 11 de febrero
de 2013, el mundo quedó pasmado. Desde temprano circuló la noticia de que Joseph Ratzinger, el Papa Benedicto
XVI había abdicado de su cargo y que dejaría “el cetro petrino” el 28 de febrero.
La conmoción radica en que eso no sucedía desde 1415, cuando Gregorio XII
renunció en el contexto de la coexistencia de tres pontífices y de una fiera
guerra entre las diversas facciones de la iglesia
católica. Desde entonces, los Papas habían asumido vitaliciamente su cargo y lo
habían dejado al morir, en la mayoría de
los casos decrépitos e inútiles. Una excepción
reciente fue el caso de Albino Luciani, Juan Pablo I, quien murió
inesperadamente a los 33 días de haber asumido el papado. Su muerte ha sido motivo de especulaciones porque el
Papa Luciani se perfilaba como un Papa progresista y decidido a limpiar la
corrupción del Banco del Vaticano, el
llamado Instituto para las Obras de la Religión.
Hay que recordar que el Banco del Vaticano
estaba dirigido por el arzobispo estadounidense Paul Marcinkus famoso por sus
negocios turbios y relaciones con la Logia P-2 vinculada a organizaciones
mafiosas. El 28 de septiembre de 1978, Juan Pablo I después de reunirse con su
secretario de estado Jean Villot, ordenó que Marcinkus rindiera cuentas por los
manejos financieros que estaba haciendo y que después quebrarían al Banco
Ambrosiano. Horas después Juan Pablo I
fue encontrado muerto en sus habitaciones.
La insólita renuncia de
Benedicto XVI, una vez más ha sacado a luz los oscuros manejos financieros de la banca vaticana. Las
noticias (véase el artículo de Eduardo Febbro en el diario Página 12) dan cuenta de los desesperados
esfuerzos para sanear las actividades
financieras del Vaticano y lo infructuosas de tales tentativas en un contexto
en el cual son frecuentes las acusaciones de lavado de dinero. En marzo de
2012, el Papa recibió un informe elaborado por tres cardenales en el cual se hablaba de una guerra feroz por
el poder, corrupción, robo masivo de documentos y lavado de dinero. El
nombramiento del especialista suizo René Brühlart para limpiar la corrupción
financiera rápidamente terminó en el fracaso. En diciembre de 2012 los tres
cardenales presentaron un nuevo y desesperanzador informe y se dice que
Ratzinger terminó allí de madurar su decisión de renunciar. Además de todo ello
la iglesia católica está en una profunda crisis: la pederastia como un problema
estructural en los sacerdotes (la iglesia estadounidense está en bancarrota por
el pago de 2,500 millones de dólares de indemnizaciones), la crisis de
vocaciones (en Europa el promedio de edad es de 75 años), la declinación del catolicismo en América latina como lo
revelan Centroamérica y Brasil (50% y 33% de protestantes).
Y en todo este contexto
el pensamiento reaccionario, del cual Ratzinger es protagonista principal, que condenó a la teología de la
liberación, que no ve la necesidad de
ordenar mujeres en el sacerdocio, asumir el aborto y los anticonceptivos, la
homosexualidad, las relaciones sexuales prematrimoniales, el celibato
sacerdotal como una opción y no como obligación. La iglesia católica se sume en
escándalos de poder (la lucha a muerte entre los cardenales Bertone y Sodano), de corrupción, lavado de
dinero y pederastia mientras ignora los cambios culturales profundos que está
viviendo el mundo entero. Se va el Papa Ratzinger. Seguramente sus últimos años
cultivará su intelecto privilegiado, tocará virtuosamente a Mozart en el Piano, continuará su labor
como uno de los grandes teólogos del mundo y acariciará a sus gatos.
Y en sus oraciones
rendirá cuentas sobre la parte de
responsabilidad que le corresponde en el desastre en que deja a la iglesia
católica.
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