Hoy que los proyectos de
integración latinoamericana se enfrentan al complejo ejercicio de la unidad, la
unidad política y la soberanía, pero también al de la autonomía en todas sus
esferas, autonomía ciudadana, autonomía
nacional y autonomía regional, ¿cómo poner en diálogo tales retos?
Diosnara
Ortega González* / Especial para Con
Nuestra América
Desde La Habana, Cuba
Mariano Rajoy, jefe del gobierno neoliberal de España, acudió a la Cumbre CELAC-UE. |
Tengo dos motivos. Primero, se
cruzan, como siempre pasa en la historia y en el buen uso de la memoria
histórica, fechas y hechos que encierran un contenido político para nuestros países
latinoamericanos y caribeños: el 160 aniversario del natalicio del
imprescindible José Martí, el 122
aniversario del ensayo escrito por él:
Nuestra América, y la celebración de la I Cumbre CELAC-UE, en Santiago de Chile.
El segundo apunta al significado de estos hechos para Cuba y el resto de
América Latina y el Caribe: las preguntas que nos abren.
He releído al apóstol, pero también al político, al
padre amoroso, al hombre sencillo y justo que habita en Martí. La conmemoración
el 30 de enero de otro aniversario de haber sido publicado ese gran
ensayo de la historia del pensamiento político latinoamericano: Nuestra
América, me evocó volver a sus páginas. Y Martí
nos acecha nuevamente, como padre precavido advierte para los tiempos
que corren en estas tierras:
“Los
pueblos que no se conocen han de darse prisa para conocerse, como quienes van a
pelear juntos. Los que se enseñan los puños, como hermanos celosos, que quieren
los dos la misma tierra, o el de casa chica, que le tiene envidia al de casa
mejor, han de encajar, de modo que sean una, las dos manos”.
Hoy que los proyectos
de integración latinoamericana se enfrentan al complejo ejercicio de la unidad,
la unidad política y la soberanía, pero también al de la autonomía en todas sus
esferas, autonomía ciudadana, autonomía
nacional y autonomía regional, ¿cómo poner en diálogo tales retos? ¿Cómo
sortear los proyectos individuales y colectivos de nuestros pueblos con los
proyectos políticos de nuestros gobiernos? Y más aún ¿cómo integrar esos proyectos en caminos comunes,
donde el respeto a la diferencia y la superación de las desigualdades, sean
medio y fin políticos, económicos, sociales, ambientales, culturales?
Martí nos habla
sabiamente y nos deja una primera herramienta que no debemos abandonar nunca,
menos en los momentos más difíciles: la fe, la fuerza irrenunciable en la fe.
Una fe que nos devuelva a nosotros/as mismos/a, fe en nuestra historia, en
nuestro trabajo diario, en nuestros sueños y también la fe en el/la otro/a,
un/a otro/a diferente y también opuesto. “Los que no tienen fe
en su tierra son hombres de siete meses. Porque les falta el valor a ellos, se
lo niegan a los demás”.
¿Pero basta la fe? La fe empuja
pueblos, sin ella no podríamos andar, pero también se necesita del hacer, un hacer diario en el que se
crucen las tensiones de nuestros proyectos de liberación e integración. Porque
sí, los proyectos progresistas que vive una parte de nuestra América, no pueden
quedarse en eso, progresistas, también tienen y tendrán que ser de liberación.
La liberación de una cultura naturalizada en nuestras mentes y almas: la del
capital.
Es alto riesgo y reto para
nuestras sociedades, y claro se ha dicho tanto, que puede quedarse ahí, en una
sentencia repetida y con la que seguimos bajo el brazo a nuevo puerto.
Al revisar la recién firmada
Declaración de Santiago (http://www.cooperativa.cl), asaltan las preguntas: ¿Cómo
harán nuestros gobiernos para pasar del ámbito declarativo a la implementación de
políticas y acciones concretas? ¿Será esta solo una responsabilidad de nuestros
gobiernos, o nosotros, pueblos americanos, tendremos que reinventar nuevas
formas de socialización y movilización que también escapen a los
enquistamientos declarativos? ¿Cuáles serán los cómos que lleven a feliz
término los 47 acuerdos de la Cumbre?
Martí nos dice:
“Las
ideas absolutas, para no caer por un yerro de forma, han de ponerse en formas
relativas; que la libertad, para ser viable, tiene que ser sincera y plena; que
si la república no abre los brazos a todos y adelanta con todos, muere la
república”.
Otra pregunta: ¿regiones tan
desiguales, con proyectos políticos tan diferentes como la Unión Europea y
América Latina y el Caribe, cómo podrán establecer un instrumento regulatorio
que vele por el ejercicio de relaciones justas, equitativas, y provechosas para
nuestros pueblos?
En el punto 11 la Declaración
confirma: “Reiteramos nuestro compromiso de
evitar el proteccionismo en todas sus formas. Seguimos decididos a favorecer un
sistema de comercio multilateral abierto y no discriminatorio, basado en
reglas y a respetar plenamente sus disciplinas, y reconocemos su contribución
en la promoción de la recuperación de la crisis económica y en la promoción del
crecimiento y desarrollo en consonancia con el principio de trato especial y
diferenciado para los países en desarrollo”.
El
problema no está en “el proteccionismo”, sino a quien o quienes se protege y
con qué fines. El proteccionismo es necesario para luchar contra la pobreza
multiforme de nuestras sociedades, para resguardar nuestras economías frente a
un sistema hegemónico desigual basado en las relaciones de dependencia.
Cuando
más adelante en su punto 39 la Declaración apuesta por un desarrollo sostenido
al compás de la protección del medio ambiente “promoviendo la inclusión y la
equidad social”, pierde la posibilidad de salir de la lógica del capitalismo
verde. No es posible poner en diálogo crecimiento económico, desarrollo
sostenido, protección del medio ambiente, inclusión y equidad social, porque
son procesos antagónicos, la existencia de unos implica la ausencia de otros.
El
socialismo del siglo XXI tendrá que distanciarse del capitalismo del siglo XXI:
el capitalismo verde, y cuidar de no confundirse en sus ropajes.
Buenos
intentos serían si nuestros gobiernos se profundizan en sus vínculos con las
bases sociales, si Estado-Gobierno y Pueblo, se reinventan en un todo donde se
ensanchen cada vez el poder popular, de las mayorías.
Y Martí
vuelve:
“El
gobierno ha de nacer del país. El espíritu del gobierno ha de ser el del país.
La forma del gobierno ha de avenirse a la constitución propia del país. El
gobierno no es más que el equilibrio de los elementos naturales del país”.
Entonces, ¿basta la fe cuando tantos
peligros de discurso y de pensamiento, de ideología y práctica acechan los
caminos de la integración latinoamericana y caribeña? Para este hombre
universal la fe es vida, es posibilidad, pero para él “la salvación está en
crear”.
27 enero 2013
* Investigadora social. Msc. Psicología social y comunitaria.
Socióloga. Investigadora del ICIC Juan Marinello
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