Una hipótesis: la crisis
civilizatoria del occidente capitalista llegó antes a Venezuela y, por tanto,
también la búsqueda de alternativas. ¿podemos aprender del complejo proceso
venezolano? Por supuesto. Una de las primeras lecciones: no hay entendimiento
posible entre modelos contrapuestos. Quizá tampoco hay que buscarlo.
Paco Gómez Nadal / Otramérica
Venezuela se anticipó. Y no siempre es
agradable llegar el primero al abismo de los tiempos.
El mundo
occidental-liberal se enfrenta a una crisis civilizatoria. Esto sólo puede ser
evidente para quien piense en el futuro. Una parte importante de la intelligentsia
conservadora construye su visión del planeta desde un presente
congelado sin consecuencias. Sin embargo, los síntomas de la crisis
civilizatoria son tan evidentes que hacen daño: crisis sistémica del modelo
producción-trabajo-acumulación; generación de millones de personas
“superfluas” (como describió Zygmunt Bauman en Vidas Desperdiciadas: la
modernidad y sus parias) y, por tanto, un grave problema de gestión de “residuos
humanos”; inminencia de la superación del “punto de no retorno”
ambiental -tal y como anuncia Greenpeace en su último informe- en 2020; colapso
de la institucionalidad liberal capitalista en tres de sus ejes
fundacionales, democracia representativa, estado-nación y pacto
social; criminalización de dichas estructuras con la penetración sin
límite del narcotráfico y otras manifestaciones del crimen organizado; muerte
cerebral del modelo del Estado del Bienestar como bálsamo
contrarrevolucionario de las sociedades del dispendio; privatización del
poder con el trasvase legal del control de grandes áreas del planeta a las
multinacionales y a su extralegalidad consentida; fragilidad de los modelos
híbridos de neocapitalismo…
Son demasiados síntomas
como para no verlos, como para no sentirlos, como para no interconectarlos. Y
Venezuela se adelantó a la disyuntiva crítica de nuestros tiempos: ¿Es
viable este orden?, ¿de no serlo, cuál es el nuevo modelo?, ¿valen mejoras
parciales o ya no hay tiempo para parches?
La reconciliación es
imposible cuando hablamos de mundos contrapuestos. El capitalismo-democrático no admite
convivencias (ni decrecimientos calculados). Es cierto que la mayoría
siente que ese es el estado de cosas "natural". Demasiadas
generaciones (mal) educadas y convencidas de que esta democracia, estas
leyes, estas instituciones con las únicas posibles. Cualquier subversión de
ese orden es un derrumbe no solo político sino existencial. De ahí la
pasión ciega con la que algunos sectores responden al proyecto bolivariano en
Venezuela. Es comprensible.
Esa es la crisis en la
que estamos, una crisis existencial que, además, no admite recetas fáciles. Si a
mitad del siglo XX las alternativas eran sólo dos (capitalismo o socialismo
soviético con versiones), en este inicio del siglo XXI ya no hay recetas
cerradas ni axiomas incuestionables. O sí. Parece que es incuestionable el
régimen actual porque no se puede contraponer un sistema cerrado como
alternativa. Esta incertidumbre es lacerante para una civilización
occidental tan necesitada de certidumbres.
Venezuela vive en la
incertidumbre, como no podía ser de otro modo. En el país suramericano, en el gigante
petrolero, las certidumbres enfermaron mortalmente en los años ochenta y
noventa del siglo pasado. Y una amplia mayoría de la población empujó a la
sociedad a la búsqueda de alternativas. No de parches, sino de una
subversión del orden conocido inédita.
Se acometió de una forma
también novedosa: sin desmontar el régimen conocido tratar de cambiarlo desde
dentro, sin recurrir a viejas fórmulas armadas y sin referentes. Quizá de ahí
partan algunos de los males actuales. Muchos vicios del régimen conocido
contaminan la búsqueda del nuevo: personalismos, gestión vertical del
poder, corrupción, dirigismo,… Estos son viejos tumores que han resistido la
medicación y no han cedido espacio.
Es injusto e irreal
pensar que en Venezuela no se ha avanzado. Podría señalar varios cambios clave si de
construir un nuevo sistema se trata: la visibilización y dignificación de la
“población superflua”; la instalación del concepto del poder popular;
la difícil práctica cotidiana de la participación política; la apertura
de espacios de comunicación popular que transitan por veredas desconocidas;
la impregnación al subcontinente del viejo sueño nuestraamericano de la
Patria Grande; el discurso emancipador, aunque no siempre se
traduzca en hechos palpables… Me refiero intencionalmente a los éxitos
'conceptuales' porque estos son los que perduran más allá de las
materializaciones de las que está lleno el proceso bolivariano -aunque se
antojen pocas y débiles-.
Entonces… ¿por qué hay
el clima de crispación y polarización violentas en la país? Pues
porque no puede ser de otra manera. Las clases altas tratan de hacer
negocio en el mar revuelto, como no podía ser de otra manera, jugando siempre
con varios planes. Es decir, hacen negocio con el chavismo esperando que este
caiga y así poder recuperar el control del país que nunca pensaron perder –para
las clases dominantes la emancipación siempre es una calentura temporal-, pero
mientras han puesto a buen recaudo sus beneficios fuera del país por si la
larga noche de los desechables se alarga demasiado. Las clases medias, en
Venezuela y en todo el mundo occidental, son temerosas, conservadoras,
herramientas necesarias para las clases altas y garantía de ‘paz social’
gracias a su tendencia a no llamar la atención, a trabajar abnegadamente. Y son
las clases medias las más amenazadas por la subversión del régimen conocido.
Primero porque se acaba el sueño aspiracional de toda clase media: llegar a ser
alta. Segundo, porque, mientras la clase alta se va o guarda sus tesoros del
justo reparto que subyace en las alternativas, la clase media perderá parte de sus
insignificantes privilegios. ¿Y la clase baja? Esa asiste con estupor a
la posibilidad de comenzar a ser, hasta ahora sólo estaba, bombardeada por
discursos de uno y otro lado. Desde el orden conocido se les avisa de los
riesgos del cambio: el caos, el desorden, los engaños… Se les avisa desde los
medios de comunicación convencionales, desde la carga genética social instalada
en nuestro ADN cultural. Desde las alternativas se les bombardea en diferentes
direcciones porque, como he insistido, no hay fórmula. Hay que trabajar en su
construcción.
Las
incoherencias
El actual orden, el que
conocemos, es mentiroso, incoherente, tramposo, roba, mata y discrimina, pero exige a quienes
osen a retarlo que sean honestos, coherentes, transparentes, pacifista, incluyente
al extremo. Así es de paradójico este momento transicional entre lo que
conocemos y lo que soñamos.
De este modo, las
incoherencias de los que construimos alternativas son mucho más 'evidentes' (en
realidad, mucho más “visibles”) que las del orden establecido. Insisto, para la
mayoría las incoherencias y mentiras del orden establecido son la normalidad,
están diluidas en la costumbre. Las incoherencias nuevas son amenazantes,
sospechosas, inabarcables.
No quiero entrar en el
debate sobre Hugo Chávez o el chavismo. Prefiero centrarme en los miles, millones
de venezolanos que están trabajando en la construcción de alternativas
subversivas incompatibles al 100% con el viejo régimen, incluso con
los vicios oficiales heredados del mismo o, incluso, amplificados (burocracia,
corrupción y verticalismo, entre ellos). Sin Chávez esto habría sido imposible
pero si es posible no será por Chávez. El matiz es de un tamaño descomunal y de
no entenderlo se estará confundiendo lo visible con lo fundamental.
Tampoco voy a sacar la
bola de adivino para apuntar dónde termina este camino (que probablemente no
tiene fin) o si será truncado al ritmo de la salud del propio Chávez. No. No,
porque estoy seguro que las mujeres y hombres comprometidos con las
alternativas seguirán luchando en cualquier contexto, aunque sea menos
'consentidor' que el actual. Lo que querría es abundar en las lecciones que
podemos sacar del universo irreconciliable de Venezuela para las trincheras del
futuro inmediato en el resto del planeta. El adelantamiento histórico
venezolano los hace sufrir la gélida soledad de los pioneros con especial
rigor, pero sirve para aprender y para aprehender muchos elementos. estos son
algunos:
- La alternativa
al orden conocido será radicalmente nueva o no será. De ahí el conflicto.
No nos sirven ni las recetas más benignas de la derecha, ni la descafeinada
apuesta pactista de la socialdemocracia ni los verticalismos obcecados de los
stalinismos (europeos o tropicales) contemporáneos.
- La construcción
de las alternativas se dará en un entorno violento. No hay manera de que la
subversión sea pacífica. No tiene por qué tratarse de una violencia física,
pero es imposible cuestionar desde el ‘buenismo’ las bases estructurales del
ordenamiento económico, político y social.
- La construcción
del verdadero poder popular genera ‘deportados’. Las clases altas siempre
van a buscar refugios, unos internos (en sus urbanizaciones amuralladas y sus
clubs privados), otros externos (en el exilio de lujo del imperio y sus
homónimos). Pero las clases medias están condenadas a aceptar que tiene que
participar de esta construcción y que eso supone ‘desacomodarse’ para lograr
una sociedad justa y equivalente (que no necesariamente igualitaria).
-Las izquierdas deben
llevar al extremo su capacidad creativa y renunciar a los viejos asideros.
No hay que renunciar a la historia ni al acumulado intelectual, político y
revolucionario. Jamás. Ese es el patrimonio desde el que crear nuevas formas
políticas y sociales desde las izquierdas (si derecha sólo hay una, las
izquierdas siempre son plurales). Pero hay que olvidarse de las fórmulas y de
la ortodoxia colonial de la izquierda europea o asiática (tan influyente en
Cuba y en tantos movimientos convencionales de las izquierdas
latinoamericanas). El potencial de las izquierdas, como se demuestra en los
movimientos bolivarianos juveniles, es inconmensurable y se podrá desarrollar
desde las sólidas bases del pensamiento acumulado pero con la creatividad y la
imaginación como herramientas clave.
-La osadía como
combustible de la transformación. Lo normal en los seres humanos es que
acudamos a lo conocido a la hora de encontrar soluciones a nuestros problemas.
Quizá por ello, el Gobierno de Venezuela, o el de Bolivia, o el de Ecuador,
tienen tantos problemas para descartar el desarrollismo extractivista como
forma de conseguir recursos económicos para mejorar las condiciones de vida de
la población. El futuro no será desarrollista porque esa lógica es la que nos
ha traído hasta la crisis civilizatoria. La osadía consiste en romper con los
modelos conocidos, con las palabras conocidas, con los conceptos ‘aprendidos’.
-La alternativa será
popular o no será. Ya no es tiempo de vanguardias ni de partidos
omniscientes. Es tiempo de bases amplias, de construcciones desde abajo. Lo que
no parte de esa tupida red popular está condenado al fracaso. Los cimientos de
las alternativas deben ser plurales, diversos, dialogantes entre sí. No
significa que todas y todos estemos de acuerdo en todo, significa que las
mayorías ya no se cuenten por votos, sino en participación activa de la
construcción política de nuestras nuevas sociedades.
Mi pesimismo
endémico me lleva a sentir, en un primer momento, que lo que planteo es
quimérico. Pero mi tendencia a la supervivencia me anima porque o seguimos un
camino subversivo, emancipatorio, creativo y osado o esta humanidad, tal como
la conocemos, está abocada al autoexterminio. Tampoco lo descarto, pero tenemos
la obligación histórica no solo de frenar esa autodestrucción sino de construir
las alternativas. Aprendamos. El camino va a ser tan doloroso, complejo,
violento, crítico y difícil como el que está recorriendo Venezuela pero, al
igual que allí, también será ilusionante, creador, solidario, fraterno y
esperanzador. Si bien es cierto que no hay realidades ni soluciones absolutas,
también es verdad que no hay términos medios en este análisis: el orden actual
es inhumano, inviable, nocivo y criminal. Con eso, no se negocia.
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