Cristina y Dilma, Dilma y
Cristina. Dos mujeres extraordinarias, que siguen generando en las élites
tradicionales reacciones brutales, que pasan de la crítica política a las
ofensas personales. Nunca dirigentes políticos latinoamericanos han sido
víctimas de tantas groserías, tantas agresiones, tantos prejuicios, como ellas
siguen sufriendo.
Emir Sader/ LA JORNADA
Dilma y Cristina en la Cumbre del Mercosur. |
Cuando fueron elegidas
las primeras presidentas de sus países, causaron gran malestar en las élites
tradicionales. Una en 2008, otra en 2010.
Me acuerdo del primer
abrazo de ellas como presidentas, en una recepción en el Palacio San Martín, en
Buenos Aires, en 2010, y el profundo sentimiento de orgullo que produjeron en
todos nosotros. Fue la primera visita de una de ellas como presidenta, rencontrarse
con su amiga, ahora las dos presidentas.
Dos países conocidos por
su machismo, por élites conservadoras, donde las mujeres sólo cambian en las
fotos oficiales como primeras damas, de repente presentan al mundo dos
mujeres como presidentas. Y no dos mujeres cualesquiera. Dos mujeres que han
estado alineadas en la resistencia en contra de las dictaduras de sus países.
Una de ellas, comprometida en la resistencia armada, detenida y brutalmente
torturada durante 22 días.
Las dos han resistido y
se han mantenido en la lucha, cambiando de forma de lucha, pero nunca cambiando
de lado, como gustan afirmar las dos. Por tanto, representan no sólo la novedad
de ser las dos primeras mujeres presidentas de sus países, sino también dos
mujeres que han transitado de la lucha en contra las dictaduras a la
presidencia de la república.
Y tampoco para hacer un
gobierno más, sino para dar continuidad y profundizar a gobiernos que resisten
a la ola global neoliberal y desarrollar políticas en la contramano de esa ola,
con desarrollo económico y distribución de renta, de afirmación de las
identidades nacionales de sus países, de integración regional.
Son las dos –y más
todavía, su encuentro simultáneo como presidentas de los dos más grandes países
de Sudamérica– por tanto, símbolos de los nuevos tiempos, del siglo XXI de
América Latina. Desde aquel primer abrazo en el Palacio San Martín, nos hemos
acostumbrado a verlas juntas, conversando, reuniéndose, abrazándose. Lo hacen,
ahora, por última vez como presidentas de sus países.
Son ellas Cristina y
Dilma, Dilma y Cristina. Dos mujeres extraordinarias, que siguen generando en
las élites tradicionales reacciones brutales, que pasan de la crítica política
a las ofensas personales. Nunca dirigentes políticos latinoamericanos han sido
víctimas de tantas groserías, tantas agresiones, tantos prejuicios, como ellas
siguen sufriendo.
Pero nunca se les notó ni
siquiera una mueca de debilidad, que pudiera hacer la felicidad de las élites
tradicionales. Nada. La firmeza de las dos se mantuvo siempre, exuberante, con
la más grande dignidad que un mandatario de nuestros países ha tenido.
Las vamos a echar de menos. Sus dos sonrisas, su elegancia, la
grandiosidad de su entregar como líderes de dos procesos irreversibles. Ellas
seguirán amigas, seguirán en el mismo combate de siempre, pero ya no como
presidentas, como las hemos visto al final de la reunión del Mercado Común del
Sur (Mercosur), en Palacio del Planalto, en el encuentro bilateral, en último
abrazo como presidentas, que concluye aquel primero, en el Palacio San Martín,
hace cinco años.
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