Los neoliberales latinoamericanos no
saben de dónde salió este Papa que no les encaja en ninguna horma. Solo Juan
XXIII, en su corto pontificado, había dicho y hecho cosas parecidas, aunque nunca
llegó a tener la empatía y la relación que este Papa tiene con los marginados y
los pobres, por quienes ha apostado sin ambages.
Rafael
Cuevas Molina/ AUNA-Costa Rica
Francisco y Evo Morales, en el II Encuentro Mundial de Movimientos Populares, celebrado en La Paz. |
En Bolivia, Evo Morales participó con
él, el jueves 9, en el Segundo Encuentro Mundial de Movimientos Sociales en
Santa Cruz de la Sierra, y dirigió a los presentes un discurso
que, sin lugar a dudas, pasará a formar parte de los documentos programáticos
básicos del movimiento social latinoamericano.
En él, el Papa Francisco reafirma su
vocación por hacer de la Iglesia Católica una institución que esté vinculada a
las necesidades y proyectos que emanan de los de abajo, lo que no es poco decir
en un continente en el que la religión católica tiene tanto peso. Asimismo,
identifica claramente de dónde provienen nuestros males, los sufrimientos de
los más, y para ello utiliza una idea de Basileo de Cesarea, santo de la
Iglesia Ortodoxa: del dinero, al cual cataloga como titulamos esta nota, el
“tufo del estiércol del Diablo”.
Es la metáfora con la que se alude a esa
economía que solo busca el lucro y que, para ello, no duda en pasar por sobre
cualquier cosa, inclusive la vida misma. Es la forma de decir que las cosas,
así como van, nos dirigen al despeñadero, no solo social sino total, amenazando
a la vida misma que mora sobre la faz de la Tierra.
Apuesta el Papa, por lo tanto, por otra
economía, la social y solidaria, esa por la que los neoliberales
latinoamericanos se rasgan las vestiduras cada vez que la oyen nombrar, y
asocian con la ocurrencia, el “chavismo puro”, la amenaza, o con una doctrina
“con contenido espantoso”, como la catalogaron políticos y empresarios
costarricenses en días recientes.
Cuánta distancia entre la imagen de este
Papa, dirigiéndose a los representantes de los sectores populares en un
lenguaje claro y llano, y el de aquel otro que, con dedo índice admonitorio
(gesto que Francisco, por cierto, criticó en su discurso), regañó a las madres
que le pedían una frase, una sola frase de compasión y solidaridad con sus
hijos muertos por la Contra en la guerra que se libraba en Nicaragua a inicios
de la década de 1980.
Como bien dijo Noam Chomsky, América
Latina se ha convertido en “el hogar de
los movimientos populares más significativos del mundo”, y el Papa ha
pasado a formar parte de esa corriente importantísima que pone a nuestra región
a la vanguardia no solo de las búsquedas posneoliberales sino, también, de
alternativas civilizatorias.
En este contexto, nos interpela a todos
y nos alienta a preguntarnos, ¿qué puedo hacer yo para sumarme a estos
esfuerzos, para aportar mi grano de arena? Es decir, por muy pequeño que
eventualmente pueda ser el aporte, todos podemos hacer algo por avanzar hacia
las alternativas que nos alejen del “tufo del estiércol de Diablo”, de la
obnubilación por el dinero, por el consumo, de la enajenación que todo lo
centra en el tener.
Como en los años sesenta, cuando la
Revolución Cubana apareció en el firmamento de las esperanzas de los explotados
del continente, la utopía ha echado a andar nuevamente, con fuerza en nuestras
tierras. Tiene múltiples rostros y múltiples propuestas; nace de las más
diversas iniciativas, de las más distintas realidades; promueve una gran
diversidad de formas de asociación o, al decir de los cristianos, de comunión
entre la gente. Se originan en los partidos políticos progresistas y de
izquierda, en los grupos organizados de la ciudad y del campo, en las
asociaciones de mujeres, de jóvenes, de indígenas y de afrodescendientes; en
las aulas y los cenáculos universitarios. Provienen de muchas partes, asocia
múltiples voces. En eso radica buena parte de su riqueza y a ellos e ha sumado
el Papa Francisco, enriqueciéndola y fortaleciéndola un poco más, haciendo
posible que alejemos el tufo diabólico que nos ahoga.
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