¿Qué
puede pensarse de un Estado que es incapaz de mantener en la cárcel a un capo poderoso de la droga como es
Joaquín “El Chapo” Guzmán Loera? Las noticias que hemos recibido con respecto a
los pormenores de su fuga, iluminan con la mayor claridad la corrupción del
Estado en México.
Carlos Figueroa Ibarra / Especial para
Con Nuestra América
Desde
Puebla, México
No pocos de mis colegas en las ciencias
sociales deploran la categoría de Estado fallido por sus orígenes y por sus
consecuencias. Con respecto a los primeros debe decirse que la categoría tuvo
su origen, como la de gobernabilidad, en los apetitos hegemonistas del imperio
estadounidense. Si un Estado en la periferia capitalista incurría en la
ingobernabilidad y en la falencia, la
consecuencia era la intervención.
Pese a esto, el México de los últimos
años nos hace caer en la tentación de
usar la categoría deplorable que fue
utilizada desde el principio en los informes que un grupo de académicos
estadounidenses preparaban para la Agencia Central de Inteligencia (CIA).
Cuando un Estado es incapaz de
garantizar su soberanía en el conjunto del territorio que gobierna, es
desafiado militarmente por poderes fácticos que controlan porciones extensas de
dicho territorio, la corrupción al servicio de grupos privados desvirtúan el
carácter público que debe tener el Estado, el mismo es incapaz de hacer
realidad la ley y administrar la justicia,
incumple el pacto hobbesiano de garantizar la seguridad ciudadana, entonces, se nos dice, estamos ante un Estado fallido.
¿Qué puede pensarse de un Estado que es
incapaz de mantener en la cárcel a un
capo poderoso de la droga como es Joaquín “El Chapo” Guzmán Loera? Las noticias
que hemos recibido con respecto a los pormenores de su fuga, iluminan con la
mayor claridad la corrupción del Estado en México. Resulta increíble que los
organizadores de la fuga de El Chapo, hayan excavado un túnel de 1,500 metros,
1.70 de altura por aproximadamente uno más de ancho, sin que las autoridades
del Penal del Altiplano y las agencias de inteligencia a nivel nacional lo
hayan percibido. Para semejante obra de ingeniería tuvo que usarse maquinaria
neumática que hace un enorme ruido, tuvieron que movilizarse aproximadamente
350 camiones de volteo con la tierra y piedra extraída y tuvo que tenerse un
plano del presidio de tan alta precisión como para que el túnel llegara directamente a la ducha que
usaba el narcotraficante. El túnel comenzó a construirse desde una casa en
construcción que no existía en febrero de 2014 cuando El Chapo fue capturado
por última vez. Casa en construcción ubicada en un lugar descampado que la hacía perfectamente visible desde las
torres de vigilancia del presidio.
No cabe duda pues que El Chapo, cuya leyenda
ya supera a la de Pablo Escobar Gaviria, contó con la complicidad del Estado
para fugarse. Lo que está sujeto a discusión es si esa complicidad llega
solamente a las autoridades del penal o si es un acuerdo que involucra a la
presidencia de la república como se dice a nivel de rumor. El hecho cierto es
que la matanza de Tlatlaya, la masacre de los 43 normalistas de
Ayotzinapa, la corrupción evidenciada en
la archilujosa casa propiedad de la pareja presidencial, y ahora la fuga de El
Chapo Guzmán, han destruido acaso
irreversiblemente la credibilidad del presidente Peña Nieto.
Y nos deja sabor a Estado fallido.
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