Si ese fuerte contenido del discurso del Papa Francisco en Bolivia baja
hacia la línea de obispos, la gran maquinaria simbólica y concreta de la Iglesia
habría producido un giro trascendental con una profunda proyección en el
escenario mundial.
Luis Bruschtein / Págin12 (Argentina)
“Queremos un cambio, un cambio real, un cambio de estructuras. Este
sistema ya no se aguanta, no lo aguantan los campesinos, no lo aguantan los
trabajadores, no lo aguantan las comunidades, no lo aguantan los pueblos. Y
tampoco lo aguanta la Tierra, la hermana Madre Tierra.” Estas palabras
provocaron un estallido de aplausos de los representantes de los movimientos
sociales de América Latina, muchos de ellos ubicados a la izquierda de la
izquierda. Y no estaban aplaudiendo a Fidel, a Evo, a Chávez o a Cristina
Kirchner, o Lula, sino a la eminencia mayor de los católicos. No se conocen
antecedentes en que el máximo líder de la Iglesia pronuncie un discurso como
ese discurso en semejante escenario.
El discurso del papa Francisco ante los movimientos sociales reunidos en
Santa Cruz de la Sierra tuvo una resonancia inédita y hasta cierta connotación
surrealista por lo disruptiva. Un papa católico, junto a Evo Morales y líderes
obreros y campesinos en un pequeño y expoliado país de América Latina. Más allá
del origen latinoamericano de ese papa, la elección de la escena y las palabras
que se volcaron implican una decisión política que tiene profundas implicancias
en el escenario internacional. Es un papa que ha optado por una papel terrenal,
al igual que Juan Pablo II, pero en un registro político muy diferente.
“Ustedes, los más humildes, los explotados, los pobres y excluidos,
pueden y hacen mucho. Me atrevo a decirles que el futuro de la humanidad está,
en gran medida, en sus manos.” Parece la apropiación de una frase proveniente
de otra cultura política. El Papa la formula rodeado de obispos
latinoamericanos que fueron designados por sus antecesores y que en buena
medida han expresado todo lo contrario. Ese cuerpo de obispos no tiene la misma
gimnasia y, seguramente, varios de ellos se sentirán incómodos.
Hubo varias referencias que tienen implicancias directas con muchos de
los conflictos argentinos. Al enumerar algunos de los problemas más graves de
las sociedades modernas subrayó “la concentración monopólica de los medios de
comunicación social”. Mientras hacía estas afirmaciones, que en Argentina
tienen una significación concreta con el Grupo Clarín, el enviado de ese medio,
Sergio Rubin, comentaba con ironía el extraño obsequio –una hoz y un martillo
con un Cristo crucificado en el martillo– que Evo le había hecho al Papa y que
había provocado su sorpresa. Mientras la pantalla mostraba el obsequio, que se
convertía en ese tratamiento mediático en la demostración que se trataba de dos
culturas irrremediablemente contrapuestas, el Papa se despachaba en Santa Cruz
de la Sierra en contra de la concentración monopólica de los medios, de la que
el Grupo Clarín, como exponente argentino de ese fenómeno, se ha convertido en
una especie de ogro latinoamericano.
Palabras como “colonialismo” o conceptos como “Patria Grande” formulados
en ese contexto ubican al Vaticano en un registro histórico diferente, porque
hasta hace unos pocos años, la idea de colonialismo estaba asociada a la
Iglesia Católica, también parte de la estructura de poder de señores feudales
en épocas coloniales y de terratenientes y oligarquías en las posteriores. La
Iglesia formó parte institucional y simbólica de la estructura de poder de las
clases dominantes latinoamericanas, con excepción de algunos obispos, muchos de
los cuales fueron expulsados, durante los dos papados anteriores al de
Francisco, por haber dicho la mitad de lo que dijo ayer el Papa en Bolivia.
Es inevitable hacer una lectura política, porque cada palabra tuvo esa
intención: ¿Qué dirían, por ejemplo, asesores de Mauricio Macri como Carlos
Melconian o Federico Sturzenegger de la frase “poner la economía al servicio de
los pueblos” y oponerse a “una economía de exclusión e inequidad”, o la
afirmación de que “el colonialismo, nuevo y viejo, reduce a los países pobres a
meros proveedores de materia prima y trabajo barato”? Pocas horas antes, la
presidenta Cristina Kirchner en Tucumán hablaba por la cadena nacional de
radiodifusión sobre la importancia de tener una economía independiente de los
precios de las materias primas, para lo cual era necesario industrializar el
país, como se ha impulsado desde su gobierno. Los portales de los grandes
medios la criticaron porque hacía un discurso político el Día de la
Independencia. La idea de una historia apolítica forma parte de esa cultura
colonizada que criticó el Papa, porque tanto la historia como la Iglesia
siempre hacen política. Lo que pasa es que las políticas de derecha tienden a
ser naturalizadas como apolíticas por el sentido común hegemónico, que es de
derecha.
La mayoría de los obispos latinoamericanos, sobre todo los episcopados
de cada país, no está en sintonía con esos contenidos. Representan un factor a
veces tan conservador o reaccionario como los que critica el Papa. En los
países latinoamericanos donde hay procesos populares con discursos en
consonancia con el papal, varios episcopados se han convertido en una parte de
la oposición junto a los medios concentrados de comunicación. Hubo momentos que
en Argentina, bajo la conducción del mismo Bergoglio, también funcionó de esa
manera. El discurso del papa Francisco de ayer [en Bolivia], que marcará un
hito en la Iglesia Católica, no aparece en línea con esos antecedentes. Si ese
fuerte contenido baja hacia la línea de obispos, la gran maquinaria simbólica y
concreta de la Iglesia habría producido un giro trascendental con una profunda
proyección en el escenario mundial.
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