Los elementos de origen en la formación de una cultura de la
naturaleza en las sociedades que hacen parte del Occidente del moderno sistema
mundial pueden ser encontrados en los primeros nueve capítulos del Génesis.
Guillermo Castro H. / Especial para Con Nuestra América
Desde Ciudad Panamá
Para Rodrigo Noriega y Gustavo Adrián Zarrilli, gentes de luz
Los puntos de partida
La moderna cultura de la naturaleza –de Darwin acá–
ofrece un panorama abigarrado de tendencias que van desde el utilitarismo más
egoísta hasta formas casi místicas de ecología profunda. Aun así, ese panorama
puede ser organizado en torno a dos visiones encontradas, que se influyen entre
sí de múltiples maneras. Una concibe a la naturaleza como una realidad externa
al ser humano, fuente a la vez de recursos y de peligros, que nuestra especie
recibió como cosa creada y puesta bajo su responsabilidad, en el mejor de los
casos, o a su disposición, en el peor. La otra percibe al mundo natural como
una biosfera de la cual los humanos hacen parte, y con la que interactúan
mediante procesos de trabajo socialmente organizados que dan lugar a la
formación de ambientes característicos de la socialidad de sus procesos.
La naturaleza creada para el hombre, y el ambiente
producido por el trabajo humano constituyen, así, dos facetas del sentido común
de nuestra cultura. Comprender el carácter de cada una, y el de las relaciones que guardan entre sí,
permite avanzar hacia un buen sentido capaz de dar cuenta de los procesos de
creación de su ambiente por los humanos, y los de formación y evolución de
nuestra especie a lo largo de su presencia en la Tierra.
La naturaleza
creada
Los
elementos de origen en la formación de una cultura de la naturaleza en las
sociedades que hacen parte del Occidente del moderno sistema mundial pueden ser
encontrados en los primeros nueve capítulos del
Génesis. Allí se describe el
proceso de creación de la naturaleza por fuerzas extrahumanas que, a partir de
un caos original, establecen un orden que sustenta la existencia de nuestra
especie y cuya conservación depende en una medida decisiva de la conducta
humana.[1]
El Génesis
presenta ese proceso en lo que hace a la estructura que rige su
desarrollo, y a las funciones y el sentido de sus resultados. En lo general, el
proceso es presentado en dos grandes fases. La primera da origen al medio
abiótico (Génesis, 1, 3 – 10) [2], y
la segunda a la formación de la vida a partir de ese medio (Génesis, 1, 11 – 12; 20 – 27). Esa
sencilla secuencia sólo se altera con la
creación de los elementos extra terrestres - el sol, la luna y las
estrellas - en este segundo momento (1, 14 – 18).
A
esto cabe agregar otros dos rasgos característicos. Uno consiste en el carácter
binario del proceso. La creación, en efecto, aparece estructurada en pares,
tanto en lo que hace al medio abiótico (luz / oscuridad, cielo / superficie,
mar / tierra), como al biótico (flora / fauna; peces / aves; mamíferos / reptiles).
El otro se expresa en el carácter ascendente del proceso, que culmina en la
creación de la especie humana:
Entonces dijo [Dios]: “Ahora
hagamos al hombre a nuestra imagen. Él tendrá poder sobre los peces, las aves,
los animales domésticos y los salvajes, y sobre los que se arrastran por el
suelo”.” (1,26) […] Cuando Dios creó al hombre, lo creó a su imagen; varón y mujer los
creó, y les dio su bendición: “Tengan muchos, muchos hijos; llenen el mundo y
gobiérnenlo; dominen a los peces y a las aves, y a todos los animales que se
arrastran”.
Esta creación tiene una clara estructura funcional, en
cuanto cada elemento se define en sus relaciones con otros. Así, corresponde la
tierra producir “toda
clase de plantas: hierbas que den semilla y árboles que den fruto” (1,11), y
“toda clase de animales: domésticos y salvajes, y los que se arrastran por el
suelo” (1,24), como corresponde al agua producir “toda clase de animales, y que
haya también aves que vuelen sobre la tierra” (1,20), y que estas criaturas se
comporten de modo que “tengan muchas crías y llenen los mares, y que haya
muchas aves en el mundo”. (1,22)
Los
humanos, sin embargo, son definidos como especie separada por tres rasgos
puntuales. Estos son el lenguaje –
esto es, el núcleo fundamental de la cultura, en cuanto factor decisivo para la
acción colectiva con arreglo a fines –; las estructuras y conflictos inherentes
a la vida en sociedad, y el dominio sobre el resto de los seres
vivientes. Así, una vez creado el Jardín
del Edén, Dios dispuso que el hombre se instalara en él “para que lo cultivara
y lo cuidara” (2, 15) y, tras indicarle que no comiera los frutos del árbol del
bien y del mal, dijo:
“No es bueno que el hombre esté solo. Le voy a
hacer a alguien que sea una ayuda adecuada para él”. Y Dios el Señor formó de
la tierra todos los animales y todas las aves, y se los llevó al hombre para
que les pusiera nombre. El hombre les puso nombre a todos los animales
domésticos, a todas las aves y a todos los animales salvajes, y ese nombre se les
quedó. Sin embargo, ninguno de ellos
resultó la ayuda adecuada para él.
En este momento, se produce una segunda creación de la mujer, ahora
como dependiente del hombre:
Entonces
Dios el Señor hizo caer al hombre en sueño profundo, y mientras dormía, le sacó
una de las costillas y le cerró otra vez la carne. De esa costilla Dios el Señor hizo una mujer,
y se la presentó al hombre, el cual, al verla, dijo: “Esta sí que es de mi
propia carne y de mis propios huesos. Se va a llamar ‘mujer’, porque Dios la
sacó del hombre.”(2, 18 – 2, 23)[3]
El capítulo 3, finalmente,
pone en movimiento el conjunto de lo creado a partir de tres momentos
puntuales. En el primero, tras comer del fruto prohibido, el hombre y su mujer
trascienden aquel estado natural en que “estaban desnudos, pero ninguno de los
dos sentía vergüenza de estar así” (2, 25), para ingresar a uno distinto, de
conciencia de sí, en el cual “se les abrieron los ojos, y los dos se dieron
cuenta de que estaban desnudos. Entonces
cosieron hojas de higuera y se cubrieron con ellas.” (3,4 – 3,7)
Esa transición del estado
natural a la cultura va acompañada del ingreso a una relación con la naturaleza
intermediada por el trabajo. “Ahora”, le dice el Creador a su criatura:
la tierra
va a estar bajo maldición por tu culpa; con duro trabajo la harás producir tus
alimentos durante toda tu vida. La
tierra te dará espinos y cardos, y tendrás que comer plantas silvestres. Te ganarás el pan con el sudor de tu frente,
hasta que vuelvas a la misma tierra de la cual fuiste formado, pues tierra eres
y en tierra te convertirás.(3,17 – 3,19)
El ingreso al mundo del trabajo conduce a su vez a una
doble estructura de dominación y conflicto. Por un lado, esa estructura tiene
un carácter patriarcal, derivado de la decisión del Creador de castigar a la
mujer por su debilidad, sometiéndola al parto con dolor y a la autoridad de su
marido (3, 16). Por otro, incorpora a la vida de los humanos los conflictos
inherentes a formas distintas y antagónicas de relación con la naturaleza, que
afloran en el enfrentamiento entre el pastor Abel y el agricultor Caín.
De este modo, en el capítulo 4 del Génesis, tras presentar ambos ofrendas con los productos de su
trabajo al Creador, éste “miró con agrado” al pastor y a su ofrenda, y ante el disgusto de Caín,
le dijo:
¿Por qué
te enojas y pones tan mala cara? Si hicieras lo bueno, podrías levantar la
cara; pero como no lo haces, el pecado está esperando el momento de
dominarte. Sin embargo, tú puedes
dominarlo a él. (4,2 – 4,7)
El desenlace del episodio es
bien conocido. Caín se deja dominar por el resentimiento, asesina a Abel y,
cuando el Creador le pregunta por su hermano, responde:
No lo sé.
¿Acaso es mi obligación cuidar de él? (4,8 – 9)
Toda la historia de nuestra
eticidad gira desde entonces en torno a esa pregunta, y a las implicaciones de
sus dos respuestas posibles. Ser los guardianes de nuestros hermanos, en
efecto, está en la esencia misma de la aspiración a un desarrollo que sea
sostenible por lo humano que llegue a ser. Descartar esa responsabilidad, por
otra parte, nos conduce a procesos de conflictividad creciente tanto en las
relaciones sociales como en las de la sociedad con su entorno natural, que
abren paso a la insostenibilidad a través de la deshumanización.
Este tipo de crisis subyace al
relato del desastre en que desemboca la primera creación, como una suerte de
experimento fallido del Creador, que sólo preserva para continuar la vida a Noe
y aquellos favorecidos por su misión salvadora. Así, nos dice el Génesis, “la
tierra estaba llena de maldad y violencia, pues toda la gente se había
pervertido”, ante lo cual Dios decidió “terminar con toda la gente. Por su culpa hay mucha violencia en el mundo,
así que voy a destruirlos a ellos y al mundo entero.” (6,11 – 6,13) Y, una vez
culminado ese proceso de destrucción a través del diluvio universal, Dios
“bendijo a Noé y a sus hijos con estas palabras”:
Tengan
muchos hijos y llenen la tierra. Todos
los animales del mundo temblarán de miedo ante ustedes. Todos los animales en el aire, en la tierra y
en el mar, están bajo su poder. Pueden
comer todos los animales y verduras que quieran. Yo se los doy. (9,1 – 9,3)
Desde aquí, todos los
elementos fundamentales del proceso de
desarrollo de la especie humana, en interacción constante con el mundo natural,
pasan a expresarse en la conciencia colectiva como un sentido común con tres
rasgos característicos. El primero
consiste en la existencia un mundo natural creado, externo al mundo social,
aunque sujeto a factores que van más allá de la voluntad humana; el segundo, en que ese mundo natural fue
creado para satisfacer las necesidades del mundo social, y el tercero, en que la naturaleza puede y
debe ser dominada y transformada en función de las necesidades de la sociedad,
tal como ésta las entienda.
Cabría agregar a lo anterior,
incluso, que a lo largo del Viejo Testamento - sobre todo
en el libro del Éxodo -, la
destrucción del ambiente producido por los humanos mediante eventos naturales
catastróficos – inundaciones, plagas, epidemias, lluvias de fuego, y demás –
será un elemento característico de las relaciones entre el Creador y su
criatura humana. Ese castigo divino está dirigido tanto a sociedades enteras
que se apartan de la voluntad del Creador, como a individuos cuya fe es puesta
así a prueba, como ocurre con Job.
Aún habrían de transcurrir unos cinco mil años para que llegara a
formarse una cultura de la naturaleza en la que ese tipo de eventos pudiera ser
reconocido como el resultado de procesos naturales, previsibles en muchos
casos, cuyas consecuencias pueden ser objeto de procesos de prevención,
adaptación y mitigación. Pero en el núcleo de esa cultura ya no estaría la
naturaleza creada sino, y sobre todo, el ambiente producido por el trabajo
socialmente organizado con arreglo a fines conscientes, que constituye un rasgo
característico de la especie que somos.
El ambiente
producido
“En la naturaleza nada ocurre en forma
aislada. Cada fenómeno afecta a otro y es, a su vez, influenciado por éste; y
es generalmente el olvido de este movimiento y de ésta interacción universal lo
que impide a nuestros naturalistas percibir con claridad las cosas más
simples”.
Federico Engels, “El papel del trabajo en
la transformación del mono en hombre”, 1876.
Aunque son utilizados de manera casi indistinta en el
habla cotidiana, los términos naturaleza y ambiente designan cosas distintas.
Distinguirlos a partir de la relación que guardan entre sí resulta más sencillo
desde las ciencias naturales a partir del concepto de biosfera, tal como fuera elaborado por el biogeoquímico ruso
Vladimir Vernadsky en la década de 1920 para designar el
lugar que ocupa la materia viviente en la producción de las condiciones que
hacían posible la vida en la Tierra, y el papel de la materia así evolucionada
en la formación y las transformaciones de la propia corteza terrestre.[4]
En esta biosfera – equivalente cercana de lo que el sentido común
entiende por naturaleza -, agregó Vernadsky en la década de 1930, tiene lugar
el desarrollo de una noosfera en
constante expansión durante los últimos 100 mil años al menos, que resulta de
los procesos de transformación de la misma por la actividad productiva de los
humanos, en particular a partir del dominio del fuego por éstos. La noosfera, así, viene a designar el ambiente que
resulta de la actividad humana en el medio natural o, mejor, es el producto de
la interacción entre sistemas sociales y sistemas naturales mediante procesos
de trabajo que, por lo mismo, expresan tanto las modalidades de esa interacción
en distintos momentos históricos del desarrollo de cada sociedad, como la
calidad de los sistemas que interactúan entre sí a lo largo de ese proceso.
En esa perspectiva, Federico Engels plantea que – a
diferencia de los animales, que se limitan a utilizar la naturaleza exterior “y
la modifican por el mero hecho de su presencia en ella” -, el ser humano la
modifica “y la obliga así a servirle, la domina” mediante el trabajo
socialmente organizado. Sin embargo, y dado que se trata de dos sistemas
activos interactuando entre sí, después de cada una de esas victorias ocurre
que, si bien las primeras consecuencias “son las previstas por nosotros”,
en segundo y en tercer lugar
aparecen unas consecuencias muy distintas, totalmente imprevistas y que, a
menudo, anulan las primeras. […] Así, a cada paso, los hechos nos recuerdan que
nuestro dominio sobre la naturaleza […] no es el dominio de alguien situado
fuera de la naturaleza, sino que nosotros, por nuestra carne, nuestra sangre y
nuestro cerebro, pertenecemos a la naturaleza, nos encontramos en su seno, y
todo nuestro dominio sobre ella consiste en que, a diferencia de los demás
seres, somos capaces de conocer sus leyes y de aplicarlas adecuadamente.
Con ello, dice, resultaba evidente que todos los modos
de producción hasta entonces existentes “sólo buscaban el efecto útil del
trabajo en su forma más directa e inmediata”, sin hacer “el menor caso de las
consecuencias remotas, que sólo aparecen más tarde y cuyo efecto se manifiesta
únicamente gracias a un proceso de repetición y acumulación gradual.“
Al respecto, y de un modo característico de la cultura
de la naturaleza de su tiempo y su sociedad, Engels añadía enseguida que el
constante incremento en el conocimiento de los sistemas naturales permitiría a
los humanos “comprender mejor las leyes de la naturaleza y a conocer [y
controlar] tanto los efectos inmediatos como las consecuencias remotas de
nuestra intromisión en el curso natural de su desarrollo”, con lo cual “más
sentirán y comprenderán los hombres su unidad con la naturaleza, y más
inconcebible será esa idea absurda y antinatural de la antítesis entre el
espíritu y la materia, el hombre y la naturaleza, el alma y el cuerpo.” Aun
así, añadía,
si han sido precisos miles de años
para que el hombre aprendiera en cierto grado a prever las remotas
consecuencias naturales de sus actos dirigidos a la producción, mucho
más le costó aprender a calcular las remotas consecuencias sociales de
esos mismos actos. […] Pero también
aquí, aprovechando una experiencia larga, y a veces cruel, confrontando y
analizando los materiales proporcionados por la historia, vamos aprendiendo
poco a poco a conocer las consecuencias sociales indirectas y más remotas de
nuestros actos en la producción, lo que nos permite extender también a estas
consecuencias nuestro dominio y nuestro control.
De allí, finalmente, deducía la más radical de las
conclusiones – en estricto sentido martiano, de ir a la raíz de origen del
problema. Para alcanzar esa capacidad de control, señala “se requiere algo más
que el simple conocimiento. Hace falta una revolución que transforme por
completo el modo de producción existente hasta hoy día y, con él, el orden
social vigente.”
Aquí radica, en efecto, la clave más importante en la
situación de malestar que caracteriza a la cultura de la naturaleza de nuestro
tiempo. Por una parte, nuestro conocimiento de las consecuencias no deseadas –
y ya indeseables – de las modalidades de interacción con el mundo natural
inherentes al moderno sistema mundial nos conduce a la conclusión inevitable de
que si deseamos un ambiente distinto tendremos que crear una sociedad
diferente. Por otra, las evidentes dificultades inherentes a tal disyuntiva en
lo inmediato nutren una constante tentación al desencanto y la desesperanza,
cuando no al cinismo tecnocrático que identifica al desarrollo sostenible con
el crecimiento económico acompañado de las prevenciones ambientales necesarias
para sostenerse en el tiempo.
Conclusiones,
de momento
Ser bueno es el único modo de ser dichoso.
Ser culto es el único modo de ser libre. Pero, en lo común de la naturaleza
humana, se necesita ser próspero para ser bueno. Y el único camino abierto a la
prosperidad constante y fácil es el de conocer, cultivar y aprovechar los
elementos inagotables e infatigables de la naturaleza.
El hecho de que los rasgos
característicos de cada ambiente – tal como se hacen visibles, por ejemplo, en
los paisajes que resultan de su producción - expresen las aspiraciones y los conflictos
inherentes a la sociedad que lo produce, facilita encarar de manera consciente
los problemas de la organización de esos procesos productivos, pasando del
sentido común al buen sentido, en la perspectiva planteada por Antonio Gramsci
cuando observa que
La
concepción dualista y de la “objetividad del mundo externo”, tal como ha sido
arraigada en el pueblo por la religión y las filosofías tradicionales
convertidas en “sentido común”, sólo puede ser desarraigada y sustituida por
una nueva concepción que se presente íntimamente fundida con un programa
político y una concepción de la historia reconocidos por el pueblo como la
expresión de sus necesidades vitales. No
es posible pensar en la vida y en la difusión de una filosofía que no sea
simultáneamente política actual, estrechamente vinculada a la actividad
preponderante en la vida de las clases populares: el trabajo; y que no se
presente, por lo tanto, dentro de ciertos límites, como vinculada
necesariamente a la ciencia. Esta nueva
concepción sumirá, sin embargo, inicialmente, formas supersticiosas y
primitivas como las de la religión mitológica, pero hallará en sí misma y en
las fuerzas intelectuales que el pueblo extraerá de su seno los elementos para
superar esta fase primitiva. Esta
concepción vincula al hombre con la naturaleza por medio de la técnica;
manteniendo la superioridad del hombre, y exaltándola en el trabajo creativo,
exalta por consiguiente al espíritu y la historia.[6]
Hacer esto, sin embargo, exige
preguntarse en primer término cómo se expresa este problema general en la
cultura de la naturaleza de las distintas sociedades que integran el moderno
sistema mundial. América Latina nos ofrece a este respecto un legado cultural
de extraordinaria riqueza, en cuyo marco – por ejemplo – José Martí podía
afirmar a mediados del siglo XIX que al estudiar cualquier acto histórico o
individual, resultaba evidente que
la intervención humana en la Naturaleza acelera, cambia o detiene la
obra de ésta, y que toda la Historia es solamente la narración del trabajo de
ajuste, y los combates, entre la Naturaleza extrahumana y la Naturaleza humana.[7]
Comprender esto tiene la mayor
importancia para nosotros. A partir de allí, resulta sencillo entender la más
elemental de las verdades: que si deseamos un ambiente distinto, necesitamos
crear una sociedad diferente. No se trata únicamente de identificar rasgos a
los que esa sociedad debe aspirar – culta, equitativa, próspera, democrática, y
capaz de trabajar con la naturaleza, y no ya contra ella, por ejemplo. Se
trata, sobre todo, de entender que el desarrollo nuevo que conduzca a ese
ambiente distinto será sostenible por lo humano que llegue a ser, en el sentido
señalado por José Martí.
Ciudad del Saber, Panamá, 2010 - 2015
Bibliografía citada:
Engels, Federico, 1876: “El papel del trabajo en la
transformación del mono en hombre”.
La Biblia. Dios habla hoy.
Edición internacional de referencia. Sociedades Bíblicas Unidas. Puebla,
México, 1996.
Gramsci, Antonio, 2003a: “III:
Notas críticas sobre una tentativa de “Ensayo popular de sociología””. El Materialismo Histórico y la Filosofía de
Benedetto Croce. Ediciones Nueva Visión, Buenos Aires. Traducción de
Isidoro Flambaun.
- 2003b: “Benedetto Croce y el
materialismo histórico”. El Materialismo
Histórico y la Filosofía de Benedetto Croce. Ediciones Nueva Visión, Buenos
Aires. Traducción de Isidoro Flambaun.
Martí,
José: “Maestros ambulantes”. La América,
Nueva York, mayo de 1884. Obras Completas.
Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975. VIII, 289.
Thomson, George: Los
Primeros Filósofos. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2009.
NOTAS:
[1] Para el historiador británico George Thomson – en su
obra clásica Los Primeros Filósofos
-, a partir del siglo XVI a.n.e., cuando inició su transición del nomadismo
pastoril al sedentarismo agrícola, el destino histórico del pueblo de Israel
“fue conformado por dos factores principales”. Uno, el hecho de que “el camino
comercial más importante entre Mesopotamia y Egipto pasaba a través de su
territorio”, lo cual lo ponía en contacto con los principales centros de
civilización de la época, al tiempo que mantenía sus organizaciones estatales
en una situación de constante amenaza y precariedad ante vecinos infinitamente
más poderosos. Otro, que “el gran desierto que se extendía desde Gilead hasta
el Golfo Pérsico continuó siendo un depósito inagotable de tribus pastoriles”,
que “viajaban constantemente y de cuando algunos de ellos se establecían entre
las colinas de Judea. Gracias a este continuo contacto con sus propias
instituciones ancestrales, el pueblo de Israel no sólo conservó sus tradiciones
tribales sino que las veneró con gran tenacidad cuando las vio amenazadas por
los cambios económicos y sociales engendrados por la guerra y el comercio.”
Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2009. Segunda Parte: El despotismo
oriental. III. Los profetas hebreos, pp. 78 – 86. Las referencias de Amós e
Isaías provienen de La santa Biblia.
Sociedades Bíblicas Unidas. Versión revisada 1960.
[2] Las referencias aquí utilizadas provienen del texto La Biblia. Dios habla hoy.
Edición internacional de referencia. Sociedades Bíblicas Unidas. Puebla,
México, 1996.
[3] Destaca el hecho de que se presenta aquí una segunda creación de la mujer, ya
no como igual al hombre, sino como subordinada a él. Si bien no cabe explorar
esto aquí, probablemente se debe a la redacción del documento original en dos
momentos distintos del desarrollo de la sociedad que le dio origen, anterior
uno y posterior el otro a la formación del orden patriarcal.
[4] El concepto de biosfera fue propuesto en 1875 por Eduard Suess, en su
sentido más sencillo de ámbito del planeta en que es posible la existencia de
la vida. Vernadsky elaboró el concepto hasta llevarlo al nivel de complejidad
arriba indicado. El concepto de noosfera, por su parte, fue elaborado en
diálogo con el sacerdote y antropólogo jesuita Pierre Teilhard de Chardin.
Ambos lo desarrollaron en direcciones distintas que no querían ser excluyentes.
Para Vernadsky, el desarrollo de la noosfera conduciría a la formación de un
período geológico cercano a lo que hoy algunos llaman el Antropoceno. Para Teilhard, ese proceso conduciría a la formación
de una Cristosfera, que aportaría las
condiciones para la creación del Reino de Dios en la Tierra. Conviene recordar
que estos conceptos fueron elaborados en una época en la que hoy antigüedad de
la Tierra era estimada en unos 800 millones de años, mientras hoy se la estima
en unos 4500 millones; tampoco se contaba entonces con una estimación bien
fundamentada de la antigüedad de la vida – calculada hoy en unos 3500 millones
de años -, y persistían las dudas y debates en torno a su origen y los
mecanismos de su evolución, y la teoría de la deriva continental, planteada por
Alfred Wegener en 1915, solía ser considerada poco menos que como una
excentricidad.
[5] La América, Nueva York, mayo de 1884. Obras Completas. Editorial de Ciencias
Sociales, La Habana, 1975. VIII, 289.
[6] Gramsci, Antonio, 2003: El
Materialismo Histórico y la Filosofía de Benedetto Croce. Ediciones Nueva
Visión, Buenos Aires. Traducción de Isidoro Flambaun. “Benedetto Croce y el
materialismo histórico”, p. 234.
[7] “Serie de artículos para La
América”. “Artículos varios”. Obras
Completas, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975, tomo 23, p. 44.
2 comentarios:
El triunfo de la cultura se da y establece a través del triunfo, que por medio de la cultura, vive o padece un individuo vivo, que por medio de la cultura ciertamente “cree” prosperar y desarrollarse, en contra de la vida, del medio o el entrono viviente, terriblemente desbastado por su actividad, a partir del dominio y la explotación de la vida, que por medio de la cultura se establece y sostiene.
Tal vez esta sea la pregunta, sin tratar en profundidad, que es “y que representa la cultura” ya que somos objeto, como víctimas, en tanto que usuarios y beneficiarios de los medios y procesos culturales en curso.
Nos hemos convertidos como especie absolutamente dependientes de la maquinaria que nos explota y mantiene con vida, mientras nos desangra, se sirve, alimenta, de nosotros en su progresivo desarrollo y crecimiento.
La cultura como el arte en primera instancia, es representada, o se puede representar a mi criterio, por los medios y las condiciones mentalmente creadas de sobrevivencia, prácticas sociales, cultivadas y desarrolladas por los primeros grupos humanos, que dependían como tales, de las artes de pesca, de casa, de conservación y cocción de los alimentos, del manejo del fuego, de la fundición y el manejo del barro, como de los metales, como del tejido y el manejo del cuero, etc., etc.
Ni que hablar del desarrollo social grupal familiar del lenguaje, como medio y mecanismo social cultural, esencial para la sobrevivencia y la auto cohesión del grupo, para la auto conformación y estructuración defensiva, política agresiva como organización estratégica de esas formas de sobrevivencia en sociedad de los grupos humanos lanzados a la lucha por la sobrevivencia.
Plantearnos la función antropológica, histórica, social, política, filosófica, etc., de la cultura, lo cultural, en sus fines y objetivo primogénitos o iniciales, es esencial para comprender el basto dominio, de las prácticas y los medios culturales que hoy por hoy nos rigen, nos explotan, nos significan, nos utilizan y emplean y del que nos hemos hechos absolutamente dependientes, creo que es lo esencial.
Ya que un cambio, una transformación cultura, tendera que ser, acontecer, por medio de un profundo cuestionamiento crítico de la cultura como de los y las fuerzas implicada en ella, de los que representa y significa la cultura, como un cambio y una transformación profunda revolucionaria que tendera que acontecer por medio de las formas, las estructuras, las practicas las construcciones culturales, que aún no existen, no se han creado, en tanto que de sus fines y objetivos prácticos, productivos, económicos y políticos, históricos y civilizatorios, etc., etc., que hoy por hoy nos rigen.
Ahora a esta mesa de debate y discusión de búsqueda y desarrollo de alternativas no sé si se pueden sentar todos aquellos representantes que de una forma u otra son beneficiarios directos de los modelos sociales culturales en cuestión.
Reflexiones sobre la mente, en relación con sus construcciones.
Si no se comprende el lugar, el papel, el potencial implícito como poder, como la naturaleza de la realidad concebida por la mente, la acción mental, difícilmente se podrá comprender a nuestra civilización.
La motivaciones, vitales, energéticas, hacia la animación de la vida, el movimiento, la acción productiva del trabajo de un ente, un organismo viviente, son exteriores, provienen como condiciones y acondicionamientos del medio ambiente externo.
El medio ambiente, o las condiciones de la que la expresión viva es dependiente, es el que anima, determina el comportamiento, regula, reglamenta, explota y domina, el trabajo como las acciones productivas de la vida, de los cuerpos vivientes, sociales culturalmente restringidos, explotados, inteligentemente confinados y reducidos.
Si estos producen autos, tanques de guerra, heladeras, aviones no tripulados, pompas de jabón, azúcar refinada, casas, rascacielos etc., etc., como trabajo, es porque están acondicionados, motivados por el medio ambiente, del que depende, para hacerlo.
Así es como un medio socio-mental, impone sus condiciones, como un medio ambiente específico, que determina que unos hombre se convierten en mecánicos, otros en doctores, otros en ingenieros, otros en pordioseros y delincuentes, etc., etc., ya que asumen las instrucciones y las condiciones, en tanto se encuentran reducido y limitados a las tales condiciones exteriores de la que dependen para hacerlo.
https://youtu.be/EctlNIYk9xo
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