Es con
vergüenza, derrotados, y no con orgullo, que vuelven a Cuba. La bandera cubana,
a su vez, vuelve victoriosa a Washington. Bandera –un rubí, 5 franjas y una
estrella– de un país que no se abatió frente al bloqueo de más de medio siglo,
del intento de invasión de Playa Girón, de la crisis de 1962, de tantos
intentos de sabotaje y de asesinar a Fidel.
Emir
Sader / Página12
Cuando
los recibió de vuelta, derrotados, en Washington, a los que habían quedado de
la banda de los 1500 mercenarios que Estados Unidos había enviado para intentar
invadir Cuba, a John Kennedy le dieron una bandera cubana que el grupo había
llevado en su aventura. Kennedy la guardó y les prometió que se las devolvería
en La Habana, en una “Cuba democrática”.
Kennedy
había heredado la aventura de la invasión de Playa Girón de su antecesor, Dwight
D. Eisenhower. Fue un proyecto paralelo a la ruptura de relaciones con Cuba,
después de que otros intentos de ahogar a la Isla hubieran fracasado.
Cuando
Cuba apeló a la URSS como alternativa a la suspensión de compra de la zafra
cubana, quedó la posibilidad de la ruptura de relaciones, creyendo que sería el
golpe final al nuevo régimen. El bloqueo económico empezaba en ese momento.
Los
funcionarios norteamericanos se retiraron del inmenso edificio en el Malecón
habanero, de arquitectura bien al estilo norteamericano, el edificio más alto
da la ciudad, donde desde del último piso, según la leyenda, se podía ver
Miami. Yo estuve muchos años después en el edificio, cuando abrigaba una
representación de EE.UU. para relaciones informales con Cuba, en reunión con el
más progresista y más importante diplomático norteamericano en Cuba, Wayne
Smith.
Entrar
era como entrar en el territorio de los EE.UU., con todos los mecanismos de
control de un aeropuerto, así como el mismo tipo de personal de vigilancia.
Wayne me desmintió que se pudiera ver Miami desde el ultimo piso. Pero tuve esa
extraña sensación de estar dentro de un bunker en pleno Malecón habanero. A la
salida, en un gran cartel iluminado, aguarda a cualquiera la famosa frase de
Fidel: “Señores imperialistas, prepotentes y arrogantes: No les tenemos
absolutamente ningún miedo”, para confirmarnos que del lado de afuera nos
espera la siempre acogedora La Habana.
En
ese edificio volverá a flamear la bandera norteamericana el 20 de julio. Wayne
se acuerda todavía cuando, en abril de 1971, salió con el último empleado de la
embajada, con enorme tristeza, sin saber cuándo volvería a Cuba. Volvió como
encargado de Negocios durante la presidencia de Jimmy Carter, cuando pude
encontrarme con él.
En
contrapartida, el mismo día 20 de julio, en el viejo caserón de Washington que
había sido embajada cubana en la capital de EE.UU. desde los tiempos de
Batista, antes de la victoria de la Revolución, será izada nuevamente la
bandera de Cuba. En 2013 pude estar en una recepción en ese caserón que, a su
vez, se parece a los viejos caserones de la elite cubana, en la zona de la 5ta
Avenida, en La Habana.
Obama
dijo que la bandera norteamericana será izada “con orgullo” en Cuba. Habría
sido entregada a los mercenarios a los que Kennedy había prometido obsequiar la
bandera cubana, quizá con orgullo. Pero la bandera de los EE.UU. vuelve a
flamear en una Cuba revolucionaria, nueve presidentes norteamericanos después,
54 años después de que la bandera norteamericana fuera removida de la embajada,
54 años después de iniciado el bloqueo económico, fracasado, conforme las
mismas confesiones de Obama, en su discurso para anunciar la reanudación de las
relaciones diplomáticas con Cuba.
Es,
por lo tanto, con vergüenza, derrotados, y no con orgullo, que vuelven a Cuba.
La bandera cubana, a su vez, vuelve victoriosa a Washington. Bandera –un rubí,
5 franjas y una estrella– de un país que no se abatió frente al bloqueo de más
de medio siglo, del intento de invasión de Playa Girón, de la crisis de 1962,
de tantos intentos de sabotaje y de asesinar a Fidel.
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