Perfeccionar el socialismo
cubano, hacerlo cada vez más participativo, más justo, más humano y, ¿por qué
no?, más cristiano, debe ser la aspiración de todos y, en este sentido, estoy
seguro de que la visita a Cuba del Papa Francisco, que se anuncia como
pastoral, será también profética.
Salvador Capote / ALAI
Lo que voy a publicar aquí va a irritar o
escandalizar a aquellos a quienes no les guste Cuba o Fidel Castro. Eso no me
preocupa. Si no ves el brillo de la estrella en la noche oscura, la culpa no es
de la estrella sino tuya”. Leonardo Boff (1).
En mayo de este año, el presidente Raúl Castro se reunió con el Papa Francisco en el Vaticano. |
El 8 de julio de 2015,
en el camino entre el aeropuerto de El Alto y la ciudad de La Paz, en Bolivia,
el Papa Francisco se detuvo para orar cerca de Achachicala, sitio donde
fue torturado y asesinado el sacerdote Luis Espinal en la noche del 21 de marzo
de 1980, sólo dos días antes del asesinato de Monseñor Oscar Arnulfo
Romero en El Salvador y justo en el mismo año de la asamblea de obispos
de Medellín, en la que sectores de la Iglesia elaboraron fundamentos teóricos y
prácticos de una proximidad a las luchas de los pobres y oprimidos: la Teología
de la Liberación. Luis Espinal (“Lucho” para los bolivianos), periodista
y crítico de cine, además de sacerdote, fue asesinado por denunciar la
situación miserable del pueblo boliviano y la represión militar. “Me
detuve aquí –dijo el Papa a la muchedumbre reunida en el lugar- para saludarlos
y sobre todo para recordar, recordar a un hermano, un hermano nuestro,
víctima de intereses que no querían que se luchara por la libertad de Bolivia”.
Mucho se ha especulado con el
regalo de Evo Morales al Papa de un crucifico tallado en el cual la cruz está
formada por una hoz y un martillo. Los detractores de Morales creyeron ver la
oportunidad para acusar al mandatario boliviano de burlarse del Papa
regalándole un “crucifico comunista”. Sin embargo, la historia detrás del
obsequio es que se trata de la copia de una talla realizada por el sacerdote
Luis Espinal para expresar el anhelo común de cristianos y marxistas de una
sociedad más humana y más justa. Además, después de recibir la Orden Nacional
Cóndor de los Andes, el Papa fue condecorado con la Orden al Mérito que
lleva el nombre del mártir jesuita. En esta última se encuentra también la
imagen de Cristo sobre la hoz y el martillo.
Lucho era un jesuita, al igual
que el Papa Francisco y su alineamiento con los oprimidos y con la justicia
desde la fe cristiana estaba en armonía con el compromiso de la Compañía de
Jesús definido en la Congregación General 32, a partir de la cual más de 50
jesuitas darían su vida, luchando al lado del pueblo, en diversos países, para
defender una forma de fe concebida desde la comunión con los pobres, una fe
ligada a la justicia.
La Congregación General 32
(1975) tuvo lugar en el espíritu del Concilio Vaticano II y de los Sínodos de
Obispos que la precedieron con los temas: “La justicia en el mundo” (1971) y
“La evangelización del mundo contemporáneo” (1975). Esta congregación redefinió
la misión de los jesuitas, la cual se enfocaría en lo adelante en la
consagración al servicio de la fe y a la promoción de la justicia. A ella
asistió como Provincial de Argentina Jorge Mario Bergoglio, que más tarde sería
Obispo y Cardenal de Buenos Aires y, por último, elegido Papa con el nombre de
Francisco. El Papa Francisco es pues, un sacerdote jesuita comprometido con el
Decreto 4: “Nuestra misión hoy” de la CG 32 de la Compañía de Jesús, el cual
contiene impresionantes pronunciamientos. En ella los jesuitas afirman
clarividentemente que “no trabajarían por la promoción de la justicia sin pagar
un precio”, y es ciertamente alto el precio que han tenido que pagar, regando
con la sangre de numerosos mártires el suelo de América Latina y de otras
regiones del mundo.
En el Decreto 4 se habla “[…]
de la posibilidad evangélica, que es don de Dios, de una comunión entre los
hombres basada sobre la participación y no sobre el acaparamiento, sobre la
disponibilidad y la apertura y no sobre la busca de privilegios de castas, de
clases o de razas, sobre el servicio y no sobre la dominación o la explotación”
(4,16). Se afirma que “[…] no hay verdadero anuncio de Cristo, ni verdadera
proclamación de su Evangelio, sin un compromiso resuelto por la promoción de la
justicia” (4,27). Y sobre las estructuras de dominación explica: “Las
estructuras sociales –de día en día se adquiere de ello más viva conciencia-
contribuyen a modelar al mundo y al mismo hombre, hasta en sus ideas y
sentimientos, en lo más íntimo de sus deseos y aspiraciones. La transformación
de las estructuras en busca de la liberación tanto espiritual como material del
hombre queda, así, para nosotros estrechamente ligada con la obra de
evangelización […]” (4,40). El Decreto 4 no sólo define líneas de pensamiento y
de acción que se sitúan inequívocamente al lado de los pobres y de los oprimidos
sino que proclama la necesidad de transformar las estructuras de la sociedad.
En la V Conferencia General
del Episcopado Latinoamericano y del Caribe (CELAM), que tuvo lugar en el
Santuario de Aparecida, en Brasil, el entonces Cardenal Jorge Bergoglio fue
elegido para presidir el comité encargado de redactar el documento final. Su
elección, por supuesto, no fue accidental sino en reconocimiento de su
relevante protagonismo en eventos similares anteriores que conformaron una
tradición teológica y pastoral en América Latina: “La opción preferencial por
los pobres y los marginados”, que la Conferencia de Aparecida reafirmó y
actualizó y en la cual se confirmó la decisión de dar la vida entera y
llegar hasta el martirio en el ejercicio de este apostolado. Seguramente
tampoco fue accidental que el encargado de revelar al público las palabras del
futuro Papa Francisco durante su participación en la congregación general
previa al cónclave fuese el cardenal cubano Jaime Ortega y Alamino. En ellas
Bergoglio argumentó que la misión de la Iglesia debía ser “salir de si misma e
ir a la periferia, que no es sólo geográfica, sino también existencial: donde
hay pecado, dolor, injusticia, ignorancia e indiferencia religiosa, donde hay
miseria humana”.
Fidel Castro, antiguo alumno
jesuita, reconoció la influencia de los maestros del colegio de Belén,
rigurosos en organización, disciplina y valores -sacerdotes que sabían
inculcar un gran sentido de la dignidad personal- en ciertos elementos de
su formación (2). En 1985 el teólogo brasileño Leonardo Boff visitó Cuba por
invitación de Fidel. Afirma Boff que en el contexto de las conversaciones que
sostuvo con el líder de la revolución, éste confesó: “Cada vez me convenzo más
de que ninguna revolución latinoamericana será verdadera, popular y triunfante
si no incorpora el elemento religioso” (3). Su hermano, el actual presidente de
Cuba, Raúl Castro, después de reunirse con el Papa Francisco en su visita a
Italia en mayo de 2015, expresó: “El es un jesuita y yo, de alguna manera
también lo soy, siempre estuve en escuelas de jesuitas […]”.
Ahora se produce un
reencuentro en Cuba con los jesuitas, pero esta vez con un papa latinoamericano
que conoce, porque las ha vivido, las desigualdades extremas de la sociedad en
el continente y que sueña con una iglesia pobre y de los pobres mientras
denuncia proféticamente la injusticia de un sistema económico que pone el
dinero por encima de la persona humana. No escapa a Fidel la base común que
existe entre militantes religiosos y revolucionarios: “[…] Estoy seguro de que
sobre los mismos pilares en que se pueda asentar hoy el sacrificio de un
revolucionario, se asentó ayer el sacrificio de un mártir por su fe religiosa.
En definitiva, la madera del mártir religioso, a mi juicio, estuvo hecha del
hombre desinteresado y altruista, de la misma que está hecho el héroe
revolucionario. Sin esas condiciones no existen, ni pueden existir, ni el héroe
religioso ni el héroe político”(4). Esta base común es la que permite que el
Papa Francisco pueda dialogar con el gobierno y el pueblo cubanos utilizando un
mismo idioma ético compartido.
¿Mantiene vigencia la Teología
de la Liberación? –La actualidad de una teología, como muy bien explica Gustavo
Gutiérrez (5), “depende en gran parte de su capacidad para interpretar la forma
como es vivida la fe en unas circunstancias y en una época determinadas”, es
decir, de su contextualidad. La teología que comenzó a surgir en los tiempos
del sacerdote Camilo Torres Restrepo, protomártir colombiano de la Teología de
la Liberación, el de la famosa frase: “Si Cristo estuviera vivo sería un
guerrillero”, pertenece a una época en que la lucha armada era seguramente la
única opción viable para los pueblos oprimidos. Las circunstancias han variado
mucho desde entonces, y Bergoglio, aclaremos, discrepó en ocasiones de algunos
aspectos de esta teología, pero es incuestionable que la pobreza, la injusticia
y la desigualdad, factores que se sitúan en el origen de la Teología de la
Liberación, continúan, hoy más que nunca, como temas centrales de la reflexión
teológica.
En el intervalo entre las
Conferencias de Medellín (1968) y Puebla (1979), América Latina se convirtió no
sólo en el centro demográfico del catolicismo sino también en su centro
teológico y, dentro de este ámbito latinoamericano, Cuba ocupa una posición de
extraordinario interés para los teólogos porque –digámoslo con palabras del
dominico brasileño Frei Betto- “desde el punto de vista evangélico la sociedad
socialista, que crea las condiciones de vida para el pueblo, está realizando
ella misma, inconscientemente, aquello que nosotros, hombres de fe, llamamos
los proyectos de Dios en la historia” (6). No por casualidad Cuba, un país de
extensión territorial y población relativamente pequeñas, tendrá próximamente
el privilegio de haber recibido la visita de tres papas en un corto período de
tiempo.
El Papa Francisco visitará un
país en el cual durante más de medio siglo se han exaltado los valores
ético-morales; donde el precepto cristiano de amor al prójimo se traduce en
igualdad, fraternidad, solidaridad e internacionalismo; donde la devoción a la
Virgen de la Caridad del Cobre (Ochún en los cultos sincréticos) forma parte
raigal de nuestra cultura; donde existe una amplia coincidencia entre el
pensamiento cristiano y el pensamiento revolucionario. ¡Qué otra cosa ha sido
el programa revolucionario cubano sino una “opción preferencial por los
pobres”! Pero téngase en cuenta que el “pobre” cubano no es igual al pobre de
otras latitudes donde la pobreza no solamente es carencia de bienes
materiales sino privación de servicios de salud, educación y asistencia
social, donde la pobreza significa ignorancia, alienación, discriminación,
opresión, desempleo, exclusión, violencia, enfermedad e injusta muerte prematura.
El niño “pobre” cubano puede que no tenga juguetes electrónicos y quizás no
posea más de un par de zapatos, pero tiene médico, maestro, alimentación y
techo asegurado y, lo más importante, se cría en un entorno de protección y
amor.
El término “socialismo”, como
sabemos, abarca un amplio espectro semántico. El socialismo cubano es
consecuente con una tradición revolucionaria que se puede seguir, sin solución
de continuidad, desde los orígenes de nuestra nacionalidad, con la semilla
sembrada por las enseñanzas del Padre Félix Varela a comienzos del siglo
XIX y con gigantes del mundo ético-moral como Martí y Fidel. Si el bien
común es la principal preocupación al definir la propiedad de los medios de
producción, no debe haber dudas de que el socialismo cubano es el que mantiene
más arraigo y solidez en los principios. Perfeccionar el socialismo cubano,
hacerlo cada vez más participativo, más justo, más humano y, ¿por qué no?, más
cristiano, debe ser la aspiración de todos y, en este sentido, estoy seguro de
que la visita a Cuba del Papa Francisco, que se anuncia como pastoral, será
también profética.
Bibliografía
- Leonardo Boff: “Los 80 años
de Fidel: confidencias”, CUBADEBATE, 24 de Agosto de 2006.
- Frei Betto: “Fidel y la
Religión – Conversaciones con Frei Betto”, p. 155, Oficina de Publicaciones del
Consejo de Estado, La Habana, 1985.
- Leonardo Boff: Artículo
citado.
- Frei Betto: Idem, p. 157.
- Gustavo Gutiérrez: La
Densidad del Presente, p. 89, Ed. Sígueme, Salamanca, 2003.
- Frei Betto: Idem, p. 261.
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