Esta violencia
generalizada es síntoma de ingobernabilidad y, como se trata de un fenómeno
mundial en sus causas y repercusiones,
podría convertirse en la antesala
de un conflicto de dimensiones planetarias.
Arnoldo Mora Rodríguez* /
Especial para Con Nuestra América
¿Hemos vuelto a la
situación que antecedió a la II Guerra Mundial? ¿Es Trump la versión
actualizada del ascenso de Hitler a partir de la crisis financiera de 1929, que
hizo colapsar el sistema capitalista mundial en momentos en que la joven URSS
crecía a un ritmo de un 10% por mas de
una década? ¿No es lo que ha hecho ahora China por tres décadas consecutivas
logrando así convertirse en la segunda potencia política y económica mundial?
Mientras tanto, la crisis financiera en Occidente se vuelve crónica. Las
repercusiones en el campo político no se han hecho esperar. El Reino Unido
podría tener los días contados si Escocia se independiza. Algo similar podría
suceder en España. En cuanto a los Estados Unidos, dan la impresión de estar
cada vez menos “unidos”. La violencia policíaca contra negros y latinos ha
rebasado sus ancestrales raíces étnico-culturales; hoy es, ante todo, política.
El jovenzuelo que masacró a los asistentes a una iglesia de negros lo dijo:
hacía eso porque los afrodescendientes amenazaban con convertirse en mayoría.
Detrás de la
escalofriante tragedia de los migrantes se esconde una causa similar. El mundo
unipolar hegemonizado por Occidente, que proclamaron con bombos y platillos Reagan y Thatcher
luego del derrumbe de la Unión Soviética, no pasó de ser un aborto. La oleada
migratoria que hoy estremece a la geopolítica mundial recuerda lo acaecido en
los dos últimos siglos del Imperio
Romano, cuando sus fronteras fueron sobrepasadas por los pueblos circunvecinos
hasta llegar a Roma y derogarla como poder imperial pero adoptando mucho de su
cultura. En los tiempos que vivimos, Occidente da muestras inequívocas de
decadencia. Prueba de ello es el descenso demográfico. Europa y los gringos
rubios prefieren tener perros y gatos en vez de chiquitos. Yo vi en las zonas
rurales de Francia el año pasado aldeas enteras deshabitadas. Lo mismo pasa en
España. Eso se dio en la Roma imperial desde el siglo IV. Hoy las fronteras de
Occidente se han convertido en cementerios: el Mediterráneo, la frontera Sur de
los Estados Unidos, México, Ucrania, Medio Oriente.
Esta violencia
generalizada es síntoma de ingobernabilidad y, como se trata de un fenómeno
mundial en sus causas y repercusiones,
podría convertirse en la antesala
de un conflicto de dimensiones planetarias. Los gritos desgarradores de las
víctimas de hoy podrían sonar como el canto de réquiem de una especie que ha demostrado tener muy poco de sapiens.
Frente a esta apocalíptica alternativa considero que solo cabe una alternativa,
inspirada en el principio epistemológico según el cual las soluciones solo son
tales si son concordantes con la naturaleza y alcance de los problemas que las
originan. Tratándose en este caso de un problema planetario, la solución no
puede inspirarse en una concepción tendiente a una hegemonía nacional o regional. Solo puede ser
llevada a cabo por un centro de poder con jurisdicción planetaria. Para eso se
requiere un compromiso de todas las naciones en favor del respeto a los
derechos humanos y a los principios fundamentales del derecho internacional. Ya
el P. Vitoria y la Escuela jusnaturalista de Salamanca lo intuyeron en los
albores mismos de la modernidad.
* Filósofo costarricense, ex Ministro de Cultura y
miembro de la Academia Costarricense de la Lengua.
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