El fallido intento de la diplomacia colombiana -manejada por el ex
presidente Uribe- de escalar el conflicto y llevarlo a instancias
internacionales fracasó rotundamente. No se debió recurrir a ello cuando ya se
había producido una reunión de cancilleres que fue valorada positivamente por
ambas ministras de relaciones exteriores.
Sergio Rodríguez Gelfenstein / Especial para Con Nuestra
América
Desde Caracas,
Venezuela
La Corporación Nuevo Arco Iris es un una institución independiente
colombiana dedicada a realizar “estudios
encaminados a la comprensión de las dinámicas del conflicto armado, las agendas
de los actores, sus lógicas de actuación, las transformaciones que viven,
construyendo en asocio con académicos y universidades un conocimiento al
servicio de la acción ciudadana y política”. En su página web se autodefine
como “un centro de pensamiento,
investigación y acción social para la reconciliación nacional, que construye
análisis, impulsa iniciativas y promueve acciones en relación con la superación
del conflicto armado, en pro de la paz, el post-conflicto, la seguridad y la convivencia ciudadana”.
En abril de 2012, estando ya Juan
Manuel Santos en el gobierno en Colombia, Nuevo Arco Iris presentó en la Feria
Internacional del Libro de Bogotá un texto denominado “La frontera caliente
entre Colombia y Venezuela”. El mismo fue editado por Ariel Fernando Ávila
quien además coordinó la investigación realizada por un grupo de académicos del
más alto nivel, pertenecientes a ese respetable organismo. En mayo de ese año,
por la importancia de la obra, escribí un breve artículo, intentando darla a
conocer¬, esperando se estudiara el documento y se definieran políticas
públicas al respecto. Por lo que pude
saber, antes de ser expuesta a la opinión generalizada de los lectores, Nuevo
Arco Iris hizo llegar a los gobiernos de Colombia y Venezuela (en el más alto
nivel) el resultado de las investigaciones, incluyendo mucho material que no
pudo ser incorporado al libro por las consabidas limitaciones editoriales.
Todo esto viene a mi memoria, cuando ante los recientes hechos acaecidos
en la zona limítrofe entre los dos países, pareciera que se están observando
sucesos inéditos y desconocidos para las élites del poder. Sin embargo, las
frases más recurrentes escuchadas en los días precedentes son “Eso ha
acontecido desde hace muchos años” y “Todo el mundo lo sabe”. También la
pregunta más recurrente ha sido “¿por qué se llegó a tal situación?”. Evidentemente las alertas
expuestas en el libro no fueron escuchadas. La obra, con lujo de detalles,
expone en capítulos pormenorizados y particularizados la situación en las
fronteras en Arauca-Apure, Norte de Santander-Táchira y la Guajira y Cesar-
Zulia, exhibiendo las características del delito transnacional, el impacto del
conflicto armado en Colombia, en particular en la población civil y la economía
ilegal que se generaba.
A fin de no hacer interpretaciones erróneas y sabiendo que no es
original, me voy a permitir transcribir algunos párrafos del prólogo del libro,
escrito por el destacado analista y politólogo colombiano León Valencia Agudelo
quien fue cofundador de Arco Iris y su director en el momento en que se realizó
la investigación.
Dicho prólogo titulado “Unas relaciones atravesadas por la violencia”
comienza diciendo que el libro “presenta la investigación de dinámicas
recientes del conflicto armado colombiano y el crimen organizado trasnacional
en la frontera entre Colombia y Venezuela. Describe la transformación y
reconfiguración de los nuevos mercados legales e ilegales y los altos grados de
penetración institucional que alcanzan las estructuras criminales en la zona
fronteriza, sin desconocer fenómenos tradicionales como el contrabando y el
narcotráfico. Además analiza los grupos armados ilegales y bandas criminales
que actúan en la zona de frontera”
Continúa Valencia Agudelo más adelante: “En el desarrollo de la
investigación se encontró algo verdaderamente escandaloso: algunos grupos
paramilitares –“los Rastrojos”, ”las Águilas Negras” y el ejército privado del
“Loco Barrera”- se formaron en Venezuela y de ahí se expandieron hacia las
regiones próximas de Colombia. La consolidación violenta de estas estructuras
criminales a lado y lado de la frontera estuvo acompañada de procesos de
parapolítica, ascenso de élites políticas locales asociadas a la criminalidad,
y reconfiguración de la disputa territorial con grupos guerrilleros”.
Sigue diciendo, que “Este
hallazgo revela la inestabilidad y el cambio permanente de las fronteras, pero
muestra también que el espacio fronterizo va forjando una identidad propia en
el juego de violencias y en la interacción económica y social. La construcción
de solidaridades e intereses comunes van perfilando “lo fronterizo”. La consecuencia
lógica de esta definición es considerar las fronteras como espacios de
actuación compartida, escenarios de una
complejidad de relaciones económicas, políticas y culturales que solo pueden
establecerse de manera aproximada y transitoria. Tal vez el mayor aporte
analítico del libro sea, precisamente,
que está escrito teniendo en cuenta las fuerzas que actúan a lado y lado de la
fetichizada línea”. Sobre el tema fronterizo escribí en julio de 2013 un
artículo titulado “Las regiones transfronterizas, futuro de la integración”
intentando dar la visión positiva de la frontera cuando se trabaja
mancomunadamente con los pueblos que la habitan, a partir de la realidad
particular que se configura en ellas como un territorio que tiene
especificidades propias nacionales e internacionales, que las diferencian de otras fronteras y de
otras áreas del territorio de un país.
Valencia Agudelo es determinante al afirmar que “las fronteras se
presentan como zonas grises donde la débil institucionalidad estatal y los
liderazgos políticos locales no solo son permisivos frente a la criminalidad,
sino que en algunos casos actúan en coalición con ella. Dicho de una manera
enfática, existe hoy en la frontera colombo-venezolana el creciente ascenso de
un Estado virtualmente mafioso, donde no se pueden distinguir las acciones del
crimen organizado de algunas instituciones estatales”.
Para cerrar, una alarmante afirmación, “…en la región del Catatumbo,
próxima al estado Táchira, en Venezuela, según declaraciones del ex jefe paramilitar
Salvatore Mancuso, La Fuerza pública presionó a los paramilitares presentes en
la zona para que utilizaran la estrategia de la desaparición forzada, que
invisibilizaba la verdadera disputa territorial por este corredor estratégico
para el contrabando entre Colombia y Venezuela, en especial el narcotráfico y
el tráfico de armas. En palabras de Mancuso ´las víctimas que quedaban de los
enfrentamientos o de las acciones en contra de la guerrilla aumentaban el
número de cifras de víctimas mortales y afectaban las estadísticas de seguridad
en las regiones. Esto dañaba las hojas de vida de los militares que actuaban en
estas zonas. Fue por eso, que para no quedar mal con ellos, Carlos Castaño dio
la orden de desaparecer a los cuerpos de las víctimas y se implementó en el
país la ´política` de la desaparición`”.
Nadie puede decir entonces, que no se sabía lo que pasaba. La difícil
situación de crisis económica en
Venezuela y el incremento de la represión en Colombia donde un total de 69 defensores de derechos humanos
y líderes políticos o comunales han sido asesinados durante 2015, casi
duplicando la cifra registrada en el mismo período de 2014, según informó el
coordinador residente de la ONU en Colombia, Fabrizio Hochschild han
acrecentado una situación de por sí difícil. Sobre la misma, se montan las
prácticas delictivas y los intereses oligárquicos transnacionales que hacen del
conflicto un caldo de cultivo para incrementar ganancias.
El problema no se va a solucionar con falsos nacionalismos. Las posiciones
comunes de la ultra derecha colombiana, la oposición venezolana y el vocero del
Departamento de Estado de Estados Unidos John Kirby no aportan soluciones al
problema, sino que pretenden “echarle más leña al fuego” y profundizar el
conflicto. El fallido intento de la diplomacia colombiana -manejada por el ex
presidente Uribe- de escalar el conflicto y llevarlo a instancias
internacionales fracasó rotundamente. No se debió recurrir a ello cuando ya se
había producido una reunión de cancilleres que fue valorada positivamente por
ambas ministras de relaciones exteriores, según las declaraciones que hicieron
al finalizar el cónclave.
Colombia erró el camino, al convocar primero a este encuentro de las
máximas autoridades en materia de política exterior, después decidir el llamado
a consultas de su Embajador para luego
concurrir a la OEA y Unasur. Se alteró la ruta tradicional de la diplomacia y
eso lo sabe María Ángela Holguín que es experta en esta materia. Evidentemente,
se optó por darle un manejo de política interna a un tema que se debió
conversar y resolver bilateralmente. Así lo entendieron la mayoría de países
latinoamericanos y caribeños que no creyeron que un conflicto sobre el cual se
intercambió amigablemente en el plano bilateral, debía ser tratado en el
multilateral. Por ello, hubo tantas abstenciones. Ahora, todo está en manos de
los presidentes quienes se deben reunir sin interferencias, y si hay verdadero
interés por solucionar el problema, se encontrará el camino, tal como ha ocurrido
siempre y tal como lo legara la diplomacia
aplicada por el Comandante Chávez. Sería importante que los mandatarios
llevaran este libro a esa reunión, o al menos, ellos y/o sus asesores lo lean
primero.
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