Combinando la centralidad
de las políticas sociales, el rol activo del Estado como inductor del
crecimiento económico y la prioridad de los procesos de integración regional y
de los intercambios Sur-Sur, Lula logró revertir lo esencial de la herencia
maldita que había recibido de 10 años de neoliberalismo, superar la recesión
económica y articular el crecimiento económico con distribución de renta.
Emir Sader / LA JORNADA
Lula es un enigma que no es
fácil de descifrar. Los que no logran hacerlo son devorados por él. Es lo que
pasó con la derecha y con la ultraizquierda brasileñas.
Más allá de la
extraordinaria biografía –con que los brasileños nos acostumbramos, pero que es
de un carácter épico de la sobrevivencia heroica de las familias pobres del
país–, Lula supo, como nadie, descifrar las condiciones contradictorias que
heredaba de la era neoliberal y construir un modelo económico y político que ha
permitido la más grande trasformación social del que era el país más desigual
del continente más desigual.
Es el de la capacidad de
construir alternativa al neoliberalismo en tiempos de absoluta hegemonía
neoliberal, en escala mundial, regional y local. Lula supo traducir el
planteamiento histórico del Partido de los Trabajadores (PT) –prioridad de lo
social– en políticas concretas, para lo cual tuvo que construir el esquema
político que viabilizara un gobierno con esa prioridad, en condiciones de que
no tenía mayoría en el Congreso.
Lula supo ubicar, antes
de todo, las dificultades derivadas de las herencias dejadas por el
neoliberalismo. No solamente la recesión económica, la desarticulación del
Estado, la apertura de la economía, la desindustrialización, el peso del
agronegocio, la precarización de las relaciones de trabajo, una política
externa de subordinación absoluta a Estados Unidos. También, consensos que tenían
que ser mantenidos, como el control de la inflación.
Por ello Lula combinó un
ajuste de las cuentas públicas con la promoción de las políticas sociales a la
centralidad de la acción del gobierno. Los que sólo miraron hacia el primer
aspecto se quedaron o en la denuncia de la “traición” de Lula –la
ultraizquierda– o de su fracaso –la derecha–.
Lula combinó un ajuste
con las políticas sociales, de combate al hambre, en su primera fase. Cuando la
derecha y la ultraizquierda, combinando una campaña de denuncias en los medios
de información con acusaciones en el Congreso, creyeron que tenían derrotado a
Lula –no se han atrevido al impeachment por miedo a la reacción popular,
pero intentaron sangrarlo hasta derrotarlo en las elecciones de 2006–, los
efectos de las políticas sociales ya se hacían sentir. Lula los derrotó y logró
su relección.
Combinando la centralidad
de las políticas sociales, el rol activo del Estado como inductor del
crecimiento económico y la prioridad de los procesos de integración regional y
de los intercambios Sur-Sur, Lula logró revertir lo esencial de la herencia
maldita que había recibido de 10 años de neoliberalismo, superar la recesión
económica y articular el crecimiento económico con distribución de renta.
Esa es la clave del enigma
Lula: la construcción de alternativas de salida del modelo neoliberal, aun con
la herencia recibida, aun en un marco internacional con hegemonía neoliberal.
Por eso la derecha fue derrotada sucesivamente en cuatro elecciones
presidenciales, por eso la ultraizquierda no ha logrado constituirse como
alternativa. Por eso también Lula recién mencionó su disposición de pelear por
un nuevo mandato presidencial en 2018.
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