La
Corte Suprema de Justicia validó por mayoría el 2x1 (beneficio a genocidas
condenados por delitos de lesa humanidad), habilitando la libertad de los
condenados por sus responsabilidades en el genocidio. Es obvio que una parte de
la sociedad avala la disposición y que al mismo tiempo existe un amplio rechazo
social y político.
Julio C. Gambina / ALAI
En
rigor, se vuelve a tensar a la sociedad en torno al “juicio histórico”, no solo
el “juicio legal”, sobre los acontecimientos suscitados hace más de 4 décadas y
que involucraron a militares, a civiles, a religiosos y muy especialmente a
sectores económicos que se beneficiaron con los cambios estructurales acaecidos
desde entonces y que sustentan aun hoy la impunidad de beneficiarios y ejecutores.
Remito
a cambios que fueron profundizados en distintos momentos en estos años, bajo
administraciones constitucionales, tanto en los 90´ como en la actualidad y por
eso nos convoca a repensar la relación entre terrorismo de Estado, orden
económico y coyuntura.
La
obcecada decisión de disciplinar el conflicto social y sindical, negando
actualización salarial por la diferencia entre la inflación y los acuerdos de
parte en 2016 y obviando la proyección reiterada del desajuste entre ambos
aspectos para el 2017, da cuenta de una continuidad esencial entre el propósito
de aquellos años de plomo y el presente.
Ofensiva contra trabajadoras y
trabajadores
En
1975/76 y los años siguientes se instaló un propósito que con matices se
proyecta a nuestros días. Se trataba de disminuir el costo de producción
afectando los ingresos salariales para inducir una mejora en la tasa y masa de
ganancias del sector más concentrado de la economía.
Más
allá de relativas recomposiciones en ciertos momentos de estos 42 años, la
tendencia principal, en sentido histórico es una menor participación del
salario en la distribución funcional y personal del ingreso, agravada con el
cambio del papel del Estado que deterioró su función social destinada a
asegurar derechos de educación, salud, empleo, etc.
Los
cambios estructurales en el orden económico social enunciados en el programa
económico de la dictadura genocida se materializaron en un proceso continuo que
nos trae al presente, insistamos, más allá de relativas discontinuidades o
atenuaciones en este tiempo histórico.
Por
eso, cada vez que se puede, el sistema político responde al mandato de las
clases dominantes y persiste en el rumbo estratégico para debilitar a los
trabajadores y trabajadoras en la relación con las patronales.
No
debe sorprender la actitud contra los docentes en todos los niveles, incluso en
estas horas la presión sobre el sindicato y los trabajadores del sector lechero
para atender el financiamiento de una empresa como SANCOR en crisis.
Disciplinar
social, sindical y políticamente es imprescindible para abrir paso al programa
de máxima del sector hegemónico en la economía local y por eso la intervención
del Gobierno ante el conflicto, negando paritarias, aplicando cuando se puede
el protocolo de seguridad y una fuerte iniciativa ideológica y propagandística
para deslegitimar las demandas salariales y laborales.
Necesitan
explicitar la estrategia para convencer a potenciales inversores que demandan
desarticular un elevado nivel de sindicalización que existe en Argentina, con
relación a lo que acontece en la mayoría de los países del mundo. Recordemos
que hace ya unos años, las patronales y varios Estados nacionales empujan en la
reunión anual de la OIT la eliminación del derecho a huelga.
Lo
que se pretende desde los tiempos del terrorismo de Estado apunta a
desarticular la organización sindical en el país y su trayectoria histórica
plural de conflicto y “paro general”, no necesariamente usual en otros
territorios, incluso por debilidad o complicidad de las direcciones sindicales.
Sin ir lejos se puede recuperar la historia reciente y verificar que el último
paro nacional debió ser arrancado ante la escasa convicción de la dirigencia
tradicional.
El poder detrás del poder
Los
poderes del Estado, en consenso unánime o con matices retoman el sentido
histórico del plan reaccionario de 1975/76, cuyos resultados son el crecimiento
de la desigualdad, lo que supone creciente enriquecimiento de pocos y
empobrecimiento de muchos. Los últimos datos oficiales nos hablan de 30,3% de
pobres por ingresos y que para menores de 14 años alcanza al 45% de la
infancia.
Junto
a ello se destaca la extranjerización de la producción que tributa a una
acumulación mundializada definida por las transnacionales en las distintas
actividades de la economía local.
Vale
destacar que la desigualdad es simultánea a la dependencia de la Argentina, la
que se consolida con las relaciones subordinadas al curso restaurador que
supone la ofensiva liberalizadora en estas horas en todo el continente y en el
mundo.
Los
integrantes de la Corte Suprema fueron propuestos por el Poder Ejecutivo y
designados por el Poder Legislativo, lo que afirma el carácter republicano del
orden capitalista en el país.
Pretendo
llamar la atención de una lógica subyacente en la decisión del máximo tribunal
del Poder Judicial, coherente con la búsqueda del poder “real”, detrás de las
formas de la democracia electiva e institucional (constitucional).
Con
la reforma judicial en curso, con antecedentes desde el comienzo de la
Dictadura genocida se busca otorgar “seguridad jurídica” a los inversores, el
poder detrás del poder, a contramano de la seguridad social masiva que inspira
una concepción solidaria de derechos humanos integrales para toda la sociedad.
Esa
seguridad supone la impunidad con los dueños del poder y aquellos sectores que
fueron o son funcionales para la ejecución del plan del poder sustantivo.
Resulta
imprescindible denunciar el fallo de la Corte y bregar para su revocación, al
tiempo que se profundiza la promoción de los juicios y el castigo a todos los
responsables del genocidio y la regresiva reestructuración económica y social
operada desde 1975/76, lo que supone discutir el modelo productivo y de
desarrollo construido desde entonces con la secuela de beneficiarios y
perjudicados.
Buenos Aires, 5 de mayo de 2017
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Julio C. Gambina es Presidente de la Fundación de Investigaciones Sociales y
Políticas, FISYP
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