A lo
largo de la historia hay tiempos calmos, lentos, largos, en los que la sociedad
parece inmóvil o los cambios son mínimos y aislados. Es como si el peso de la
estructura social fuera tan grande que oprimiese con su inercia cualquier
impulso de renovación. Pero hay otros períodos, los menos, en que la historia
se dinamiza y conoce aceleraciones sorprendentes, que rompen la inercia
habitual e impulsan a las sociedades hacia adelante.
En
las dos últimas décadas, Ecuador ha vivido uno de estos períodos de aceleración
histórica. En la primera de ellas, la búsqueda de renovación social y política
motivó a la sociedad ecuatoriana a impulsar bruscas aceleraciones, que se
expresaban en la elección de potenciales agentes de cambio, que luego
resultaban inútiles y terminaban derrocados por el pueblo. Entonces, tras el
momentáneo acelerón popular, la vieja estructura social volvía a imponer su
inercia. Eso fue lo que ocurrió con Bucaram y Alarcón, con Mahuad y Noboa, con
Gutiérrez y Palacio.
Pero
en la segunda década la historia ecuatoriana cobró una dinamia impresionante y
entró en eso que los físicos suelen llamar “un movimiento uniformemente
acelerado”. Rompiendo los diques impuestos por la ‘democracia representativa’ y
utilizando formas de ‘democracia directa’, la sociedad ecuatoriana se lanzó
audazmente a la conquista de un horizonte de dignidad, equidad y justicia. La
convocatoria a la Asamblea Constituyente de 2008 fue el punto de quiebre entre
la vieja y la nueva historia ecuatorianas.
Luego,
la aprobación de la nueva Constitución y varias elecciones o consultas
populares ratificaron esa voluntad popular de transformar la vieja estructura
política del Estado y renovar la estructura social.
Pero
ese movimiento social no hubiera avanzado como lo ha hecho sin el liderazgo del
presidente Rafael Correa Delgado. Él ha sido el conductor de la imparable
locomotora revolucionaria, que, como el legendario tren blindado de Pancho
Villa, ha ido construyendo su propia vía para avanzar hacia delante. Y esa vía
construida ha sido el movimiento Alianza PAIS, que ha sabido convocar el apoyo
sostenido de las masas populares para la Revolución Ciudadana. Diez años
después de ese acelerón histórico, los resultados son ciertamente
sorprendentes. Tenemos una formidable intercomunicación nacional, gracias a las
nuevas vías, puentes, puertos y aeropuertos. Ha cambiado nuestra matriz
energética, gracias a las nuevas hidroeléctricas. La red de represas
multipropósito ha refrenado las inundaciones invernales y nos ha puesto a salvo
de sequías.
Nuevos
y modernos servicios públicos de salud, educación, vivienda y seguridad han
elevado en todo el país el nivel de vida de la población. Los bonos de pobreza
se han vuelto estímulos para el emprendimiento. Los salarios se han elevado
sostenidamente y las amas de casa han sido puestas bajo la Seguridad Social. Los
programas ‘Manuela Espejo’ y ‘Joaquín Gallegos Lara’ han extendido la
protección del Estado hacia los más débiles. Y los terribles desastres
naturales han sido afrontados con gran eficiencia y humanidad.
Labor
todavía en marcha es la renovación del sistema educativo nacional. Se ha
iniciado con nuevos sistemas de organización pedagógica y capacitación docente,
construcción de una notable infraestructura para escuelas y colegios, creación
de nuevas universidades, otorgamiento de becas y estímulos para el talento
humano.
¡Solo
las obras inauguradas en el último mes superan a las que antes se hacían en
todo un gobierno!
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