Conferencia
inaugural en el XXII Encuentro Nacional de Solidaridad con Cuba, del Movimiento
Mexicano de Solidaridad con Cuba. Universidad Obrera de México, San Ildefonso
no. 72, Ciudad de México, 18 de marzo de 2017.
Agradezco
esta oportunidad a las mexicanas y los mexicanos tan abnegados y generosos que
realizan y mantienen estos encuentros.
Comienzo
mi intervención por el primer indicador de la vigencia de Fidel. El homenaje
que recibió, en los nueve días que siguieron a su partida, fue una consigna de
hoy, una invención de jóvenes que hizo suya todo el pueblo de Cuba: “yo soy
Fidel”. Así se demostró que Fidel es del siglo XXI, y no solo del XX, y también
que cuando el pueblo entero se moviliza con conciencia revolucionaria es
invencible. En esos días del duelo, Fidel libró su primera batalla póstuma y la
ganó; al mismo tiempo, volvió a mostrarles a todos el camino verdadero, como
vino haciendo desde 1953.
Entiendo
que ha sido muy atinado el tema que me han fijado los organizadores, porque en
la compleja y difícil situación que estamos viviendo en nuestro continente los
orígenes, los rasgos fundamentales y la vigencia del pensamiento político de
Fidel pueden constituir una ayuda inapreciable. Hoy podemos avanzar mejor con
esa ayuda de Fidel, pero a condición de emular con sus ideas y sus actos, para
sacarles provecho en lo decisivo, que serán nuestras actuaciones. No imitando
simplemente a Fidel, que nunca imitó a nadie, sino traduciéndolo a nuestras
necesidades, situaciones y acciones.
Fidel
brinda un gran caudal de enseñanzas, tanto para el individuo como para las
luchas políticas y sociales. Puede aportarnos mucho conocer mejor sus
creaciones y sus ideas, las razones que lo condujeron a sus victorias, cómo
enfrentó Fidel las dificultades y los reveses, su capacidad de identificar lo
esencial de cada situación y los problemas principales, plantear bien la
estrategia y la táctica, tomar decisiones y actuar con determinación y firmeza.
Si lo hacemos, será más grande su legado.
En el
transcurso de la vida de Fidel pueden distinguirse tres aspectos: el joven
revolucionario; el líder de la Revolución cubana; y el líder latinoamericano,
del Tercer Mundo y mundial. El segundo y el tercer aspecto suceden
simultáneamente. Vamos a asomarnos a la extraordinaria riqueza del pensamiento
político del joven que se rebelaba contra todo el orden de la dominación, y no
contra una parte de él, del combatiente revolucionario, del artífice de la
victoria de la insurrección cubana y del despliegue y la defensa del nuevo poder
revolucionario, y del conductor supremo de la creación de una nueva sociedad
latinoamericana liberada, socialista, internacionalista y antimperialista.
Fidel
fue hijo de una tradición que es fundamental dentro de la historia del
pensamiento revolucionario cubano: la corriente radical, que ha tenido puntos
en común y ha establecido una trayectoria singular. Esos radicales se fueron
por encima de las respuestas políticas que parecían posibles frente a los
conflictos de su tiempo y su circunstancia, y las propuestas que ellos hicieron
eran llamados a violentar la reproducción esperable de la vida social. Enumero
solamente a hitos dentro de esa pléyade, como son Carlos Manuel de Céspedes,
José Martí, Julio Antonio Mella y Antonio Guiteras.
Si
exceptuamos al pensador original y colosal que fue José Martí, las prácticas
revolucionarias fueron lo predominante en la historia de las posiciones y
propuestas de los radicales entre 1868 y 1959. Pero, en su conjunto, ellos
elaboraron un cuerpo de pensamiento que constituye una acumulación cultural de
un valor inapreciable, que siempre es necesario rescatar y asumir
conscientemente. Fidel partió también de la práctica, pero al mismo tiempo fue
presentando y elaborando un pensamiento radical excepcional, que lo fue llevando
a ocupar un lugar cimero en toda esta historia cubana, junto a su maestro José
Martí.
Para
el radicalismo de las revoluciones por la independencia, la república fue al
mismo tiempo un gran logro y una gran frustración. La tremenda guerra
revolucionaria de 1895 y el sacrificio en masa del pueblo cubano en ella
constituían un legado que exigía liberar al país del dominio neocolonialista
impuesto por la invasión norteamericana, y liberarlo del dominio de los ricos
explotadores del trabajador y los políticos corruptos, tan voraces como
sometidos al imperialismo. Mella y Guiteras habían sido las figuras máximas del
gran aporte que trajeron las luchas del siglo XX: un socialismo cubano, que no
era calco ni copia del socialismo europeo y que se propuso ir al asalto del
cielo desde el suelo insular y latinoamericano, desde el mundo que fue
colonizado. El joven Fidel Castro, dirigente estudiantil y abogado de reclamos
populares, encontró y asumió muy pronto todo aquel legado de su patria y de los
combates y las ideas por la libertad, la justicia social y la liberación
nacional.
Fidel
aprendió a ser, a la vez, patriota y socialista. A alimentarse del magisterio
de Martí y a estudiar a Marx y Lenin, para poder plantearse bien la época en
que vivía, sus conflictos fundamentales y las vías y métodos de la lucha por la
liberación. A mi juicio, esta es una lección invaluable que nos ha brindado a
la mayoría de los seres humanos del planeta, que hemos sufrido durante medio
milenio la gigantesca empresa criminal de la universalización del capitalismo,
genocida, ecocida y destructora sistemática de las vidas, las cualidades y las
esperanzas de miles de millones de personas. De cinco siglos de colonialismo,
que sigue vivo en sus formas actuales, tanto mediante sus poderosos medios
económicos, culturales, de agresiones violentas y rapiña de todo tipo, como
convertido en un cáncer dentro del corazón y el cerebro de los colonizados.
Fidel
comprendió muy temprano que la lucha tendría que librarse al mismo tiempo
contra el conjunto de las dominaciones, contra lo viejo, lo moderno y lo
reciente. Pero, ¿cómo llevar esa comprensión a la práctica y volverla capaz de
atraer a la mayoría oprimida, cómo crear instrumentos capaces de organizar y
concientizar, de crecer en fuerzas reales y de ir ganando preeminencia, de
obtener la victoria? Porque mientras no caen en crisis, los que dominan basan
el ejercicio cotidiano de su poder en la hegemonía que tienen sobre la
sociedad, en su capacidad de imponer su cultura, obtener consensos, engañar,
ilusionar y dividir a la mayoría dominada.
El
joven Fidel participó en el movimiento político cubano que fue más lejos en los
intentos de utilizar la acción ciudadana, el democratismo y el sistema
electoral y representativo avanzado que existía durante la segunda república,
para lograr cambios realmente positivos para el país. El líder de masas Eduardo
Chibás y el Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxos) concitaron el entusiasmo y la
esperanza de la mayoría del pueblo, y el miedo a su triunfo fue una causa del
golpe militar del 10 de marzo de 1952. La burguesía y el imperialismo
demostraban que las reglas del juego de su sistema son las de un juego sucio, y
que cuando es necesario son sacrificadas al valor supremo del sistema, que es
mantener su poder.
Y precisamente
una de las convicciones principales del joven estudioso y activista político,
desde algunos años antes de 1952, era que tomar el poder resultaba un requisito
indispensable para cambiar a Cuba. La nueva situación, en la que todo parecía
estar mucho más lejos y había un bajo nivel de protestas, fue sin embargo
entendida por Fidel como una coyuntura en la que las formas radicales de lucha
podían ser viables, porque el sistema político en el que se basaba la hegemonía
había sido totalmente deslegitimado. Fidel no descuidó referirse a la evidencia
de que el régimen violaba la legalidad y no admitía recursos en su contra, pero
se dedicó por entero a la vertebración y preparación para pelear de un
movimiento clandestino, con gente sencilla del pueblo que tuviera ideales y
decisión personal, y asumiera la férrea disciplina y las ideas revolucionarias
como suelo común. Ninguno de sus miembros era una personalidad conocida, y
muchos pertenecían a los sectores más humildes de la sociedad.
El
asalto al Moncada tomó por sorpresa al país. La audacia, la valentía y el
sacrificio de los participantes les granjeó la admiración popular, pero ninguna
fuerza política los apoyó. Fidel lanzó La historia me absolverá, manifiesto
deslumbrante que contenía hasta medidas de gobierno, pero él y sus compañeros
quedaron prácticamente solos. La segunda lección que nos aportó fue el hecho
mismo del Moncada, rebelión contra las oligarquías y contra los dogmas
revolucionarios, como lo definió el Che, el motor pequeño que debería poner en
movimiento al motor grande. La tercera lección fue asumir la etapa de prisión
como el lugar de la firmeza inquebrantable, y proponerle al país una gran
revolución, aunque su realización pareciera tan lejana.
Al
salir de cárcel fundó y dirigió el Movimiento 26 de Julio, de honda raíz
martiana: los fines públicos, los medios secretos; la convocatoria a todo el
pueblo sin exclusiones, pero en una organización férreamente unida en sus
ideales, su estructura y su disciplina, decidida y con vocación de poder. Y el
carácter radical de la revolución, ajeno a las discusiones bizantinas acerca de
los sujetos históricos abstractos: de los humildes, por los humildes y para los
humildes.
Al
desatar la guerra revolucionaria en diciembre de 1956, Fidel abrió la brecha
para que lo imposible dejara de serlo y el pueblo se levantara, y le brindó un
lugar donde pelear a todo el que quisiera convertir sus ideales en actuación.
En la cárcel había sido un visionario, ahora comenzaba a ser el líder del
pueblo que iba pasando de la simpatía al compromiso y a la participación en la
insurrección. Aunque sus fuerzas eran pequeñas todavía, ya era uno de los dos
polos de la contradicción principal de un país que a través de prácticas
tremendas comenzaba a adquirir una conciencia política revolucionaria.
Todo
era sumamente difícil, y cada paso lo fue. Crear el órgano político militar
capaz de combatir, crecer y llegar a vencer, y fundar y desarrollar la escuela
de la guerra revolucionaria que debía producir individuos nuevos, compañerismo
a toda prueba, cuadros capaces para esa etapa y para las que vendrían después
de la victoria. Concebir y poner en práctica la estrategia y las tácticas
acertadas, cuidar los métodos para mantener limpios los fines, no hacer
concesiones que comprometieran la naturaleza de la revolución e ir consumando
su liderazgo. Sumar cada vez más fuerzas del pueblo, y generalizar la
convicción y la decisión de que no bastaría derrocar la dictadura, que la causa
y la lucha eran para transformar a fondo la patria, y hacer realidad aquella
consigna de “independencia económica, libertad política y justicia social”.
Y en
todos esos terrenos y en todas las tareas que conllevaban Fidel fue el maestro,
el jefe, el ser humano superior y el que veía más lejos. El 6 de junio de 1958,
cuando la gran ofensiva enemiga cernía un riesgo de muerte sobre el bastión de
la Sierra Maestra, le escribió a Celia Sánchez que luchar contra el
imperialismo norteamericano iba a convertirse en su destino verdadero. Ahora
que ya era muy difícil considerarlo un iluso, Fidel avizoraba un enfrentamiento
que no parecía inminente, pero que él sabía ineluctable. Pero ahora vislumbraba
el futuro con un arma en la mano y una revolución en marcha.
El
segundo hecho decisivo fue consecuente con el primero, pero muy diferente a él.
La resistencia y la guerra popular ganaron fuerza suficiente, derrotaron y
desmoralizaron al enemigo y desembocaron en una victoria completa. En enero de
1959 la Revolución venció a la dictadura y, al mismo tiempo, destruyó los
aparatos militar, represivo y político del Estado burgués.
Se
hizo realidad aquella frase suya de 1955 sobre la única opción cubana: la
tiranía descabezada. Pero en medio de la inmensa alegría, Fidel no se
confundió. El día 8 lo dijo, al llegar a La Habana: lo más difícil comienza
ahora. Porque el proceso cubano podía transcurrir, como otros, con la
restauración de instituciones civiles, estado de derecho y modos democráticos,
pero en un progresivo desmontaje de las fuerzas y las iniciativas de la revolución,
y de la movilización y la conciencia populares. Y corromperse, dividirse y
retroceder, cada vez más parecido al funcionamiento “normal” de los sistemas de
dominación, hasta ser uno más entre ellos, en el mejor de los casos con una
dominación modernizada.
Entonces
sobrevinieron un alud de acontecimientos y un proceso vertiginoso que
transformaron muy profundamente a Cuba y a los cubanos, desarmaron, vencieron y
les quitaron a sus enemigos toda esperanza de recuperación, y concitaron el
entusiasmo y la admiración en nuestra América y en el mundo. Fidel completó
durante esta etapa su estatura de líder, fue el principal protagonista de la
generación y conducción de los hechos y fue el mayor productor de las nuevas
ideas revolucionarias que hasta hacía muy poco habían sido impensables.
Este
es el lugar de un aporte supremo en el arte más difícil, el de la revolución
verdadera. En Cuba se logró unir en una sola revolución al socialismo y la
liberación nacional. Contra el capitalismo industrial europeo y su criminal
expansión mundial mediante su colonialismo y su mercado, Carlos Marx y sus
seguidores consecuentes desarrollaron una propuesta radical de transformación
humana y social, el socialismo, y un nuevo pensamiento, el marxismo. Esta
teoría social es la más capaz de proveer la comprensión de todo el capitalismo
y brindar ideas acerca de la revolución contra todas las dominaciones, un
alcance totalizador que se ha convertido en el requisito obligado para los que
pretendan crear sociedades nuevas, liberadas. Pero en el mundo que fue
colonizado había que asumir el marxismo en sus cualidades y su propuesta
creadora, como un instrumento, no como un dogma, y sin actitudes de colonizado
de izquierda, para enfrentar la extrema diversidad de situaciones y de culturas.
La historia real de las asunciones del marxismo en el mundo que fue colonizado
está llena de dificultades y desencuentros entre la cuestión social y la
cuestión nacional, que más de una vez han llegado a ser trágicos.
Para
vencer frente al nuevo reto, la revolución cubana fue socialista de liberación
nacional. La victoria de la insurrección fue convertida en liberación nacional
y social por la unión de una vanguardia que supo utilizar de manera óptima el
poder revolucionario y darse cuenta de que la opción más radical era la única
viable, y de un pueblo que multiplicó una y otra vez sus acciones y su
conciencia, y se volvió capaz de transformarse a sí mismo y a la sociedad. La
Cuba revolucionaria logró, por primera vez en este continente, fundir en una
sola entidad los más altos valores de la lucha patriótica con los más altos
valores de las luchas de clases, un logro trascendental de las ideas
revolucionarias conseguido en la práctica de un gigantesco laboratorio social.
La trascendencia de esa victoria se apreció enseguida a lo largo de América
Latina, y hoy sigue vigente en la cultura de liberación latinoamericana.
La
Revolución cubana provocó un avance extraordinario del pensamiento de
izquierda, porque lo puso ante la opción de luchar por los ideales de cambio
total de la vida y no solo por reformas, de confiar en las capacidades del
pueblo y no en los intereses de determinados sectores de las clases dominantes.
Probó que tenía razón y que su conducta era factible mediante sus prácticas,
pero también supo exponer sus nuevas ideas y recuperó otras de la mejor
tradición revolucionaria. Fidel y el Che pusieron el socialismo y el marxismo
en español desde la América Latina, y lo hicieron decididamente antimperialista
e internacionalista. Rescataron y asumieron la profunda propuesta
revolucionaria de José Martí, crítico radical de todos los colonialismos al
mismo tiempo que de la modernidad civilizadora, y promotor de una república
nueva y una segunda independencia continental. Y rescataron y asumieron el socialismo
cubano, que habían fundado Mella, Guiteras y las experiencias radicales de la
Revolución del 30. La nueva época revolucionaria convirtió en un hecho natural
que los problemas sociales principales fueran los problemas fundamentales para
el pensamiento.
Fidel,
un hombre muy culto y un gran lector del pensamiento europeo, se transformó
entonces en un educador popular, que supo utilizar la más reciente tecnología
como instrumento. Incansable, fue el primer dirigente político en el mundo que
usó la televisión para llevar a cabo una campaña colosal de concientización
revolucionaria de un pueblo entero. Se comenta con sonrisas la extensión de sus
discursos, pero es que se trataba de la comunicación del conductor con la masa
más humilde de la nación y con los que habían considerado que la política era
oficio de demagogos y delincuentes. Fidel es el jefe máximo, pero conversa con
todos y su comunicación es horizontal. Por eso se le escucha siempre con
emoción, no solo con la razón, y nadie lo llama por sus cargos, sino solamente
por su nombre de pila, Fidel. Es demasiado grande para necesitar títulos.
El
Che ha descrito con acierto singular al maestro Fidel en un párrafo de El
socialismo y el hombre en Cuba que invito a leer, en el que dice que su
“particular modo de integración con el pueblo solo puede apreciarse viéndolo
actuar”.
En
menos de dos años, la vanguardia se fue multiplicando y la mayoría del pueblo
abrazó la Revolución, y la explotación del trabajo ajeno, las humillaciones,
las discriminaciones y los desprecios dejaron de ser hechos naturales para
convertirse en crímenes. Fidel fue el principal protagonista de la gran
revolución socialista, que cambió las vidas, las relaciones sociales, los
sueños de la gente y de las familias, las comunidades y la nación. Para
lograrlo se convirtió, como para todo lo importante, en el conductor, el líder
amado, la pieza maestra del tablero intrincado de la unidad de los
revolucionarios y del pueblo.
En
aquel tiempo la actuación tuvo que consistir, para todos y al mismo tiempo, en
estudio, trabajo y fusil. Ahora los individuos de vanguardia se elegían en
asambleas y el trabajo realizado era el mayor timbre de honor. En las grandes
jornadas nos unimos todos. Fidel fue –como cantara el poeta—la mira del fusil,
y el pueblo todo –como dijera el Che—se volvió un Maceo. La nueva y mayor
victoria de Fidel fue que el pueblo entero se cambiara a sí mismo y se armara
con nuevas cualidades, valores y capacidades, y la conciencia social
confundiera sin temor los nombres de comunista y fidelista. A la sombra de
aquel árbol tan frondoso, las conquistas se convirtieron en leyes, y las leyes
en costumbres. Y a diferencia de los vehículos corrientes, el carro de la
Revolución no tiene marcha atrás. Fidel dijo de manera tajante, hace más de
veinte años, que en Cuba no volverá a mandar nunca una nueva clase de ricos.
El
antimperialismo ha sido uno de los rasgos principales de la Revolución cubana,
desde el designio que le expresara José Martí a Manuel Mercado en mayo de 1895,
porque Estados Unidos ha sido siempre enemigo de la existencia de Cuba como
país soberano y libre. Los revolucionarios radicales del siglo XX fueron
antimperialistas, y Fidel heredó la comprensión de ese requisito básico de todo
proyecto de liberación verdadera del país y de imperio de la justicia social.
No emplearé tiempo en referirme aquí a la sistemática, ilegal, inmoral y
criminal política de agresión permanente contra Cuba que mantiene Estados
Unidos desde 1959 hasta hoy, que incluye una supuesta ofensiva de paz desde
hace poco más de dos años. El antimperialismo es una constante permanente de la
política revolucionaria cubana.
De
Fidel hay que decir que durante toda la vida combatió al imperialismo
norteamericano, y supo vencerlo, mantenerlo a raya, obligarlo a reconocer el
poder y la grandeza moral de la patria cubana. Pero, sobre todo, enseñó a todos
los cubanos a ser antimperialistas, a saber que esa es una condición necesaria
para ser cubano, que contra el imperialismo la orden de combatir siempre está dada,
que como dijo un día el Che –su compañero del alma—, al imperialismo no se le
puede conceder ni un tantito así. La soberanía nacional es intangible, nos
enseñó Fidel, y no se negocia.
El
legado de Fidel es muy valioso para combatir confusiones y debilidades que
resultarían suicidas, y para denunciar complicidades. Nos ayuda a comprender
que Estados Unidos hace víctima a este continente tanto de su poderío como de
sus debilidades, como una sobredeterminación en contra de la autonomía de los
Estados, el crecimiento sano de las economías nacionales y los intentos de
liberación de los pueblos. La explotación y el dominio sobre América Latina es
un aspecto necesario de su sistema imperialista, y siempre actúa para impedir
que esa situación cambie. Por tanto, es imprescindible que el antimperialismo
forme parte inalienable de todas las políticas del campo popular y de todos los
procesos sociales de cambio.
Desde
1959 en adelante, Fidel fue el mayor impulsor y dirigente del
internacionalismo, ese brusco y hermoso crecimiento de las cualidades humanas
que le brinda más a quien lo presta que a quien lo recibe. Cuba ha aportado
apoyo solidario sin exigencias. Combatientes, médicos, maestros, técnicos, el
ejemplo impar de quienes jamás dieron lo que les sobraba, un paradigma
revolucionario, con Fidel siempre al frente, audaz y fraterno.
Fidel
amplió y desarrolló en muy alto grado el contenido y el alcance de las
prácticas y las ideas revolucionarias mundiales mediante el internacionalismo
cubano. Sería una iniciativa fecunda recoger y publicar una amplia selección de
sus criterios y consideraciones acerca de este tema, cuya importancia es
estratégica en la coyuntura mundial que estamos viviendo.
El
internacionalismo es, además, la antítesis del bloqueo. Sometiendo a Cuba a esa
prueba terrible solamente lograron hacerla más unida y más fuerte en su
decisión, más socialista a su sociedad y a su poder revolucionario, más humana
a su gente en la capacidad de ser solidaria y volverse un haz de trabajo,
voluntad y amor compartidos, más consciente políticamente frente a todas las
circunstancias, hechos, desafíos y necesidades, y también frente a las
maniobras más hábiles de nuestros enemigos. La conciencia desarrollada es el
escudo y el arma de un pueblo culto, y permite a las personas ser muy
superiores a lo que parece posible.
El
internacionalismo practicado durante más de medio siglo por cientos de miles de
cubanas y cubanos, sostenidos por el amor y la admiración de sus familias y sus
paisanos, ha sido y sigue siendo una rotunda victoria sobre el bloqueo.
Creyeron que podían acorralarnos y aislarnos, rumiando miserias, y Cuba se ha
multiplicado entre los pueblos del planeta, ha sabido darse al acudir a
colaborar y a hermanarse con tantos pueblos que no conocíamos, contribuyendo
así al desarrollo de una cultura muy superior y ajena a la del egoísmo y el
afán de lucro capitalistas. Al mismo tiempo, el internacionalismo nos ha dado
mucho más que lo que hemos aportado, en términos de desarrollo humano y social.
No
debo extenderme mucho más, para no quitarle tiempo al intercambio, que siempre
es tan valioso. Permítanme comentar, o enumerar al menos, otros aspectos de sus
ideas y su trayectoria que me parecen muy importantes a la hora de referirnos a
su legado.
1-Partir
de lo imposible y de lo impensable, para convertirlos en posibilidades mediante
la práctica consciente y organizada y el pensamiento crítico, conducir esas
posibilidades actuantes hacia la victoria, a la vez que se forman y educan
factores humanos y sociales suficientes para poder enfrentar situaciones
futuras. Mediante las luchas, los triunfos y las consolidaciones, convertir las
posibilidades en nuevas realidades.
2- No
aceptar jamás la derrota. Fidel nunca se quedó conviviendo con la derrota, sino
que peleó sin cesar contra ella. Me detengo en cinco casos importantes en su
vida en que esto sucedió: 1953, 1956, 1970, el proceso de rectificación y la
batalla de ideas. En 1953, respondió a la derrota del Moncada con un análisis
acertado de la situación para guiar la acción y un apego a los fines mediatos
para mantener la moral de combate. Cuando todos creían que era un iluso, se
reveló como un verdadero visionario. En 1956, frente al desastre del Granma,
respondió con una formidable determinación personal y una fe inextinguible en
mantener siempre la lucha elegida, porque él sabía que era la vía acertada.
En
1970, comprobó que lograr el despegue económico del país era extremadamente
difícil y tardaría mucho más de lo pensado, pero entonces apeló a los
protagonistas, mediante una consigna revolucionaria: “el poder del pueblo, ese
sí es poder”. En1985, fue prácticamente el primero que se dio cuenta de lo que
iba a suceder en la URSS, que le traería a Cuba un gran desastre económico y
una agravación del peligro de ser víctima del imperialismo, pero su respuesta
fue ratificar que el socialismo es la única solución para los pueblos, la única
vía eficaz y la única bandera popular, que lo necesario es asumirlo bien y
profundizarlo. Entonces movilizó al pueblo y acendró su conciencia, y sostuvo
firmemente el poder revolucionario. En el 2000, ante la ofensiva mundial
capitalista y los retrocesos internos de la Revolución cubana en su lucha para
sobrevivir, lanzó y protagonizó la batalla de ideas, con sus acciones en defensa
de la justicia social, su movilización popular permanente y su exaltación del
papel de la conciencia.
3- La
determinación de mantener la lucha en todas las situaciones, cualesquiera que
fuesen. Al estudiar a los revolucionarios, a aquellos que se lanzan a pelear
por transformaciones sociales profundas, sería muy conveniente considerar como
concepto a la determinación personal.
4-
Organizar. Esa fue una constante, una verdadera fiebre de Fidel. Ojalá que ese
aspecto primordial dentro de su legado no sea descuidado, y sea comprendida su
importancia vital.
5- La
comunicación siempre, con cada ser humano y con las masas, en lo cotidiano y en
lo trascendente. Esta es una de las dimensiones fundamentales de la grandeza de
Fidel, y es uno de los rasgos básicos del liderazgo.
6-
Utilizar tácticas muy creativas y estrategias impensables, que eran, sin
embargo, factibles.
7-
Luchar por el poder y conquistarlo. Mantener, defender y expandir el poder, que
es un instrumento fundamental para los cambios humanos y sociales. En términos
abstractos se puede discutir casi eternamente acerca del poder, pero solo las
prácticas revolucionarias logran convertir al poder en problemas que puedan
plantearse bien, y resolverse.
8-
Crear los instrumentos revolucionarios y formar a los protagonistas. Tomar las
instituciones para ponerlas a nuestro servicio, no para ponernos nosotros al
servicio de ellas.
9-
Ser más decidido, más consciente y organizado, y más agresivo, que los
enemigos.
10-
Enseñar y aprender al mismo tiempo, con los compañeros y con la gente del
pueblo con la que se comparte, y en cuanto sea posible, con todo el pueblo.
Recuerdo que el Che tituló “Lo que aprendimos y lo que enseñamos” a un texto
breve que escribió un mes antes del triunfo, para la prensa revolucionaria. Es
una pieza de análisis profundo y previsor, testimonio de la gran escuela que
estaban pasando.
11-
Ser siempre un educador. Fidel considera que la educación es un elemento
fundamental para que el ser humano se levante por encima de sus necesidades y
sus propensiones más inmediatas, y se vuelva capaz de actuar con propósitos
cada vez más elevados y de albergar motivaciones y valores correspondientes a
ellos. Solo de ese modo crecerán los seres humanos y la sociedad socialista,
violentando la escasez material y la multitud de obstáculos de todo tipo que se
levantan contra ella, y se crearán cada vez más fuerzas y capacidades que
desarrollen la nueva sociedad.
En la
medida en que el pueblo se levante espiritualmente y moralmente, será
participante consciente del proceso liberador y será capaz de todo,
complejizará sus ideas y sus sentimientos y enriquecerá su vida.
12-
Que la concientización y la movilización estén en el centro del trabajo
político, no solo para que se cumplan los fines de este, sino para que la
política llegue a convertirse en una propiedad de todos.
13-
Avanzar hacia formas de poder popular. En un buen número de aspectos de la gran
aventura de la creación de la nueva sociedad y la participación en la
revolución mundial de los oprimidos, Fidel vivió los afanes y las vicisitudes
de los límites que les ponen a la actuación las limitaciones del medio, los
obstáculos y los enemigos. La transición efectiva del capitalismo al comunismo,
había escrito el joven Marx, no será tan fácil como ganar una discusión
conceptual, tendrá que suceder en una etapa histórica a la que el gran pensador
alemán calificó de prolongada y angustiosa. Fidel fue el mayor promotor y el
abanderado del desarrollo de un sistema de poder popular que gobernara en grado
creciente la transición socialista. Desde los inicios de la Revolución estuvo
creando y defendiendo experiencias prácticas e instituciones, y exponiendo
ideas en ese terreno que constituyen una herencia inapreciable.
Ese
legado también resulta muy necesario hoy, cuando el capitalismo enarbola su
democracia desprestigiada, corrupta y controlada directamente por oligarquías,
y les exige a los gobernantes tímidos y a los opositores respetuosos que se
atengan a sus reglas como a artículos de fe, una actitud que sería suicida,
porque esas reglas están hechas para conservar el sistema de dominación
capitalista.
Sería
interminable la exposición de la inmensa riqueza del pensamiento político de
Fidel. Señalo solo como ilustración su planteamiento en 1969 de que, a
diferencia de lo que estimaba el marxismo originario, que el socialismo sería
consecuencia del desarrollo del modo de producción que llamamos desarrollado,
en la gran mayoría del planeta que fue colonizada el desarrollo tendrá que ser
consecuencia de la existencia de poderes socialistas.
Pero
debo detenerme. Hay que aprovechar la cantidad enorme de maravillosas historias
humanas de Fidel, ese es un regalo invaluable. Pero no podemos quedarnos ahí:
hay que rescatar a Fidel completo, todo su caudal inagotable de cultura
política y de línea política revolucionaria práctica, de maestría en la
conducción, de cuidar siempre al pueblo por sobre todas las cosas, de mantener
firmemente el poder en todas las situaciones y crear y cuidar los instrumentos
del poder, combinar la ética y la política, entender la educación como palanca
eficaz para lograr tanto las transformaciones que hacen crecer y ser mejor al
ser humano como las que permiten crear el socialismo, defender la soberanía
nacional y practicar el internacionalismo. Y muchos aspectos más.
Quisiera,
sin embargo, reclamar que no nos quedemos solamente con el legado de su
pensamiento, ni con la impresionante suma de su actuación pública. No olvidemos
nunca al ser humano altruista que no aceptó gozar de triunfos personales y lo
compartió todo con su pueblo y con los pueblos, al individuo preocupado por
cada persona con la que hablaba o le planteaba un problema, por los compañeros
que colaboraban directamente con él, sin guiarse por los cargos ni los niveles
de cada uno. Lo que se publicó en diciembre pasado acerca de este ser humano
Fidel es solo la punta del iceberg de su personalidad.
Mil
facetas podrían ser evocadas. El austero, ajeno a la ostentación y el oropel,
el comandante de abrumadora sencillez para todos los que le conocieron. El
individuo infatigable, ejemplo con su actuación que sin palabras de reproche
estimulaba a los que se cansaban. El cautivador, presto a gastar su tiempo en
cada tarea de enseñar, mostrar o convencer. El dirigente que sabía escuchar,
que no temía oír, y era un temible preguntador. El que recordaba los nombres de
la gente común, y les preguntaba por sus familiares. El que era siempre el
centro, donde quiera que se presentaba, y nunca era el autócrata ante el que
hay que bajar la cabeza y obedecer.
Baste
añadir que la vida de Fidel es imposible de encuadrar. Y que su última
voluntad, retorno después de una vida en el proscenio al magisterio de José
Martí, el que dijo que todas las glorias del mundo caben en un grano de maíz,
es una lección para que aprendamos a identificar bien la verdadera grandeza.
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