La ampliación
de derechos sociales, económicos, políticos y culturales que impulsaron los
gobiernos progresistas y nacional-populares, ha permeado en la ciudadanía que
no parece dispuesta a ceder tan fácilmente las conquistas de estos años ni a
mirar impávida el deterioro creciente de sus condiciones de vida, a costa de la
ortodoxia neoliberal, de la austeridad y los ajustes que de nuevo están a la
orden del día.
Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica
Brasil: La lucha social contra los recortes neoliberales. |
Si la derecha
latinoamericana pretendía hacer del triunfo electoral de Mauricio Macri en Argentina
y del golpe de estado perpetrado en Brasil -que llevó a la presidencia a Michel
Temer- los hitos de la reconquista del poder político en la región, muy pronto
la realidad y la cultura de la resistencia de nuestros pueblos se han encargado
de revelar los límites de la pretendida restauración neoliberal. Ya no se trata
sólo del liderazgo que mantienen Cristina Fernández y Lula da Silva entre
amplios sectores de las sociedades argentina y brasileña, a pesar de las
persecuciones mediáticas y judiciales desatas en su contra; ni de la influencia
que ejercen como referentes en la cotidianidad política y en el perfilamiento
de escenarios electorales en el corto y mediano plazo (hay elecciones legislativas
en Argentina en octubre y presidenciales en Brasil el próximo año). El mayor
problema que encaran Macri y Temer, y con ellos las élites que los respaldan,
es la creciente y multitudinaria movilización social en rechazo de sus
políticas, lo que a su vez acelera y amplifica la crisis de gobernabilidad en
la que están inmersos.
A diferencia
de la primera ola neoliberal de los años 1990 (la de los Salinas, Menem, Collor
de Mello, Cardoso, Sánchez de Lozada, Bucaram o Fujimori), los gobiernos
actuales se muestran incapaces de consolidar una base de apoyo popular para sus
proyectos, más allá de los enclaves que mantienen entre sectores de la clase
media. Esto se explica, en parte, porque el anzuelo del consumo y del american way of life no se condice con
el contexto económico regional ni global de crisis prolongada del capitalismo;
y en parte también porque la ampliación de derechos sociales, económicos,
políticos y culturales que impulsaron los gobiernos progresistas y
nacional-populares, ha permeado en la ciudadanía que no parece dispuesta a
ceder tan fácilmente las conquistas de estos años ni a mirar impávida el
deterioro creciente de sus condiciones de vida, a costa de la ortodoxia
neoliberal, de la austeridad y los ajustes que de nuevo están a la orden del
día.
Vistas así
las cosas, la derecha realmente tiene pocos argumentos para ufanarse: en
Ecuador acaba de sufrir la derrota del banquero Guillermo Lasso; en Venezuela,
la desesperación y la violencia planificada mantiene a la oposición empantanada
en sus propias contradicciones; en México, la espiral de corrupción y violencia
devora al gobierno de Enrique Peña Nieto; en Colombia, la desaparición y
ejecución de dirigentes campesinos, sindicales, indígenas y sociales se ha
convertido en práctica sistemática a vista y paciencia de los gobiernos de
Álvaro Uribe y Juan Manuel Santos; en Chile, los gobiernos del continuismo
neoliberal llevan más de una década acosados por las movilizaciones
sociales de un diverso arco de actores y
grupos sociales, que desnudan las carencias de la democracia pinochetista; y en
Centroamérica, gobiernos como los de Guatemala y Honduras enfrentan, día a día,
las miserias de su condición subordinada y dependiente, las rémoras del
autoritarismo y la impunidad que no desaparecieron con la firma de los acuerdos
de paz hace más de tres décadas.
Vivimos
nuevamente tiempos de disputa y de creación. El reto para las izquierdas
latinoamericanas radica en ser capaces de aprender de las propias experiencias
de gestión de gobierno, de los errores cometidos y de los aciertos, y
particularmente, en comprender la coyuntura que vivimos, sus posibilidades y
desafíos, para construir un nuevo proyecto que, desde el diálogo permanente con
los pueblos y a partir de su protagonismo, permita revertir las derrotas parciales
e impulse un nuevo período de transformaciones en beneficio de las grandes
mayorías.
Sólo así, el
llamado fin del ciclo progresista dejará
de ser la ansiada lápida con que la nueva derecha quiere borrar de la historia
el giro emancipador que abrió el siglo XXI nuestroamericano, y podremos verlo
entonces como un repliegue temporal, como el punto de crítica y autocrítica
necesario para avanzar en la búsqueda de sociedades más justas, más libres, más
solidarias. Y en definitiva, más nuestras.
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