Lejos han quedado los
países conducidos por Néstor Kirchner e Inacio Lula da Silva, Cristina
Fernández y Dilma Rousseff que alentaban la construcción de la Patria Grande.
Los actuales mandatarios de los dos mayores países del cono Sur, gobiernan de
espaldas de sus pueblos, complicados por sus propios negociados. Pero tampoco
nuestras sociedades son las mismas.
Roberto Utrero Guerra / Especial
para Con Nuestra América
Desde
Mendoza, Argentina
Michel Temer, presidente de Brasil. |
Las conversaciones
reservadas del presidente Michel Temer que salieron a la luz, pusieron de
manifiesto el grado de corrupción de su gobierno, secreto a voces que puso
nuevamente a las multitudes en las calles del país vecino. En su visita Macri
había respaldado su gestión, acotando el Mercosur y, desde luego, expulsando
del acuerdo a Venezuela. Temer que había subido de la mano de Dilma Rousseff y
conspiró para su derrocamiento, aliado con la dirigencia más corrupta, impuso
políticas neoliberales que tienen al pueblo en vilo. Claro que es una
preocupación para el actual gobierno argentino, si Brasil estornuda a Argentina
le da gripe, tal el grado de dependencia y complementación de nuestras
economías, sobre todo en la autopartista, de la cual nuestro empresario
presidente, conoce en profundidad.
Pero nuestra relación
no es de ahora, lleva más de cinco siglos de muchas intrigas y escasos momentos
de fraternidad, sentimiento de hermandad cultivado por aquellos que siempre vieron
en nuestra unidad, la concreción de los sueños de Bolívar y San Martín que
siempre nos advirtieron sobre el peligro de la balcanización al que fuimos
sometidos.
Desde épocas
coloniales, en donde el reino de España compartía con la corona lusitana esa
inmensa extensión territorial que, con el tiempo conformaría la República
Federativa de Brasil que, por su contigüidad espacial, nos involucra.
Con el imperio de Don
Pedro II y bajo la égida victoriana, conformamos la Triple Alianza, junto con
Uruguay y se arrasó el Paraguay de Francia, cuando este país era una promesa de
desarrollo industrial y ferrocarriles a su servicio.
La primera mitad del
siglo XX encuentra a Brasil intentando sobrevivir de la coalición comercial –
imperialista que mantenía al pueblo sumergido, en condiciones de esclavitud
habiéndose abolida ésta con el nacimiento de la República. Intentos de
modificar esa situación son la Columna de Prestes y, sobre todo, el Estado Novo
de Getulio Vargas que gobierna entre 1930 y 1945, cuando es derrocado y luego,
regresa al poder en 1950, de la mano del Partido Trabalhista, hasta que,
abrumado por las conspiraciones – cuestión que claramente lo explica en su
carta testimonio – se suicida en 1954[1].
Sin embargo, un año antes, firma a instancias del presidente argentino, Juan
Perón y el General Ibáñez de Chile, el Tratado del ABC, el primer tratado de
unión aduanera y complementación económica del cono Sur de América, despertando
la reacción feroz de los intereses coloniales que se cobran la muerte de Vargas
y el derrocamiento de Perón un año más tarde. Es de recordar que, el Ejército
brasileño envió 250 mil soldados a pelear a Europa en favor de los aliados,
durante la Segunda Guerra Mundial, en tanto Argentina se mantuvo ajena,
alineada a la Doctrina neutralista elaborada en la Primera Guerra, razón de
peso para separar las mentalidades militares de ambos países. Esto sin
introducirnos en la Tercera Posición que esgrimía Perón para distanciarse del
bipolarismo surgido luego de finalizada la contienda.
A ninguna de las
potencias de turno le convenía una alianza entre nuestros pueblos, por el
contrario, alentaron desde siempre y, sobre todo, en el seno de las Fuerzas
Armadas, hipótesis de conflicto que llevaron a la sospecha continua, hasta
tener sistemas ferroviarios de trochas diferentes o, sistemas de electricidad
incompatibles.
Recién con los
presidentes Alfonsín y Sarney, surgió la posibilidad del Mercosur, como
mecanismo regional de integración que contenía también a Paraguay y Uruguay,
cuyo funcionamiento estuvo frenado por diversos intereses, pero, sobre todo,
por las asimetrías económico sociales de los cuatro países fundadores.
Un dato a tener en
cuenta y poco reconocido entre los brasileños, es que, en 1982, cuando se llegó
a una población de 120 millones, el Congreso brasileño elaboró O segundo Brasil,
un estudio en el que se preveía duplicar esa cifra de población para 2014 y,
consecuentemente, proyectaba sus diversas políticas sociales para hacer frente a
esa abrumadora cantidad de nuevos brasileños. Felizmente esa prospección no se
cumplió y, por el contrario, los 200 millones se alcanzaron al año siguiente,
en cuyo seno incorporaba una nueva clase C de 40 millones que se sumaban como
consumidores, gracias a las políticas distributivas del Partido de los
Trabajadores de los últimos años. Una importante conquista de los brasileños
que ha quedado sepultada en el olvido, oculta por los escándalos de corrupción
que ahora terminan estallando en la calle, disolviendo el piso a los pies de
Michel Temer, por las revelaciones de sus negociados. Hecho de tal magnitud que
ha hecho estallar la indignación popular. Una verdadera catástrofe, teniendo en
cuenta que, dentro del espectro gobernante actual no hay nadie confiable. Como
sucede en estos casos, lo primero que se dislocan son las bolsas y se dispara
el valor del dólar, arrasando con la moneda nacional.
Cuando la crisis argentina
del 2001, la incertidumbre y desolación nos arrastraban peligrosamente hacia la
desintegración, Domingo Cavallo proponía, aconsejado por los técnicos del FMI,
el establecimiento de un protectorado dividido en cuatro regiones controladas
por funcionarios del Fondo, disolviendo vergonzosamente la soberanía nacional,
el entonces embajador de Brasil en Argentina, José Botafogo Goncalves, recorrió
todo el país intentando convencernos de lo contrario, que teníamos un país
maravilloso, una sociedad pujante, trabajadora con una gran historia y que, si
era necesario, el Banco Nacional de Desenvolvimiento brasileño, aportaría
fondos para fortalecer las exportaciones locales hacia Brasil. Un gesto de
confianza y aliento que, desde luego, ponía en evidencia nuestros lazos de
amistad y la traición de los cipayos de siempre.
Lejos han quedado los
países conducidos por Néstor Kirchner e Inacio Lula da Silva, Cristina
Fernández y Dilma Rousseff que alentaban la construcción de la Patria Grande.
Los actuales mandatarios de los dos mayores países del cono Sur, gobiernan de
espaldas de sus pueblos, complicados por sus propios negociados. Pero tampoco
nuestras sociedades son las mismas, años de consolidación de derechos
inclusivos e internalización de nuevas pautas de consumo, acceso masivo a la
educación, la salud y los beneficios de la seguridad social, han construido una
consciencia colectiva difícil de destruir, inspiradora de las luchas
cotidianas, por más que esta camada de ricos en el poder la intente destruir.
[1] Jorge Abelardo RAMOS, Historia de la Nación Latinoamericana, Bs.
Aires, Peña Lillo, Ediciones Continente, 6ta. Edición, p. 358.
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