La guerra psicológica
prepara el escenario para, luego, derrocar al gobernante de turno utilizando la
fuerza bruta (“donde hay balas sobran las palabras”). Los fantasmas de la
Guerra Fría se siguen agitando igual que hace 60 años, y lamentablemente, la
población sigue “comprando esos espejitos de colores”.
Marcelo Colussi / Especial para Con Nuestra América
Desde Ciudad de
Guatemala
Venezuela está en
guerra. Hace largo tiempo que lo está, pero en estos últimos meses todo indica que
esa guerra entró en una fase nueva. Para quienes la provocan, pareciera que
apuestan a que este sea el momento final de ese enfrentamiento. Es decir: una
guerra que tiene que tener un desenlace; y como en toda guerra, uno de los
bandos en pugna debe alzarse vencedor, pero para el caso –según lo que se
desprende de los actuales acontecimientos– aplastando al derrotado, no
negociando sino neutralizándolo totalmente, no dejando espacio para la reacción.
“Donde hay balas sobran las palabras”, pudo leerse alguna vez en una
pinta callejera anónima cuando el inicio de una dictadura sangrienta, una más
de tantas que poblaron la región latinoamericana. Cuando se pasa de las
palabras, los símbolos, la búsqueda de consenso, al hecho concreto (las balas,
la violencia descarnada, la intervención armada y sanguinaria), lo único que
cuenta es la fuerza bruta. En Venezuela pareciera que se va hacia esto.
Ahora bien: llegar al
uso de la fuerza bruta, al menos en términos de las dinámicas socio-políticas,
no es algo sencillo, requiere de preparaciones. Las guerras no surgen por
generación espontánea. Son posibles, sin dudas, (“la violencia es la partera de la humanidad”, dijo Marx) pero las poblaciones,
o las fuerzas armadas, no hacen uso de la violencia solo por un presunto
“espíritu agresivo” siempre listo a entrar en acción: es necesario un
condicionamiento social-político-ideológico-cultural que prepare las
condiciones. Solo porque sí (salvo un caso de trastorno mental: un psicótico o
un psicópata por ejemplo) nadie mata a su vecino. La moral social, la culpa se
impone. Los llamados “normales” (aquellos que estructuralmente somos
neuróticos) nos regimos por normas de convivencia; las podemos transgredir
circunstancialmente, pero en términos generales las respetamos. El respeto a la
norma nos contiene.
¿Cómo es posible que
alguien mate a otro ser humano? Hay que despersonalizar a esa víctima: hay que
transformarla en un “enemigo”, una cosa sin valor, un “malo de la película”.
Solo así alguien “normal” puede saltar una regla básica como es la prohibición
del asesinato y permitirse ver al otro como “peligro”, un “enemigo”
deshumanizado (sin nombre, sin historia, sin sentimientos), pudiéndole quitar
la vida sin culpa. Cuando en la guerra se mata a otro, nadie se siente un
asesino: en todo caso, en nombre de determinados ideales (defensa de la patria,
causa justiciera, etc.), cualquiera, dadas las circunstancias, puede empuñar un
arma y aniquilar a otro ser humano. Más aún: la guerra premia a quien más
“enemigos” mata. Se es un héroe de la patria, se le condecora; de ahí que,
terminada la guerra, es tan difícil hacer ese pasaje hacia un nuevo mundo de
legalidad y respeto al otro donde, si se mata, se es un delincuente[1].
Para que haya violencia
física desatada, organizada, planificada sistemáticamente (para que haya balas,
en otros términos), es necesario preparar las condiciones que permitan no ver
al otro como un ser humano sino como un “enemigo”, un peligro, un posible
atentado contra mi propia seguridad, una cosa maligna. Para lograr eso existen
las llamadas operaciones psicológicas (guerra de cuarta generación, como se le
ha dado en llamar recientemente). En otros términos: la Psicología, en tanto
ciencia, a favor de un proyecto de dominación (lo que la transforma en mera
tecnología ideologizada, en práctica vasalla al servicio del poder, quitándole
su pretendida seriedad científica).
“Una masa perpetuamente balanceándose al borde de la
inconsciencia, pronta a ceder a todas las sugestiones, poseyendo toda la
violencia de sentimiento propia de los seres que no pueden apelar a la
influencia de la razón, desprovista de toda facultad crítica, no puede ser más
que excesivamente crédula”[2], anunciaba a inicios
del siglo XX el iniciador de la Psicología de las multitudes, el francés
Gustave Le Bon. A partir de esos fenómenos, los años posteriores nos fueron
confrontando con la aplicación práctica de esos principios. Así, el Ministro de
Comunicaciones del régimen nazi, el alemán
Joseph Goebbels, padre de la manipulación mediática moderna, pudo decir: “¿A quién debe dirigirse la propaganda: a
los intelectuales o a la masa menos instruida? ¡Debe dirigirse siempre y
únicamente a la masa! (...) Toda
propaganda debe ser popular y situar su nivel en el límite de las facultades de
asimilación del más corto de alcances de entre aquellos a quienes se dirige. (…) La facultad de asimilación de la masa es
muy restringida, su entendimiento limitado; por el contrario, su falta de
memoria es muy grande. Por lo tanto, toda propaganda eficaz debe limitarse a
algunos puntos fuertes poco numerosos, e imponerlos a fuerza de fórmulas
repetidas por tanto tiempo como sea necesario, para que el último de los
oyentes sea también capaz de captar la idea”[3]. En otros términos, su famosa frase que lo resume: “Miente, miente, miente, que algo queda”.
Esa suerte de
“psicología”, si así puede llamársele, esa técnica de manipulación, esa
herramienta diabólica al servicio de la dominación y la explotación, dio como
resultado una “ingeniería humana” dedicada al control social de grandes mayorías.
De esa cuenta, un ideólogo de la derecha conservadora estadounidense, el
polaco-norteamericano Zbigniew Brzezinsky, lo dijo magníficamente: “En la sociedad tecnotrónica el rumbo lo
marca la suma de apoyo individual de millones de ciudadanos incoordinados que
caen fácilmente en el radio de acción de personalidades magnéticas y
atractivas, quienes explotan de modo efectivo las técnicas más eficientes para
manipular las emociones y controlar la razón”[4]
Las guerras se
preparan. En Venezuela, hoy día se está preparando una guerra; o más aún: ya
está en curso una guerra, de momento mediático-psicológica, preparándose
condiciones para –muy probablemente– una posterior intervención armada.
¿Por qué esta guerra?
La misma no se puede entender solo por causas endógenas: debe verse en el marco
de lo que significa ese país y el papel jugado globalmente por la principal
potencia capitalista mundial: Estados Unidos. Lo que mueve todo esto es la
afanosa, imperiosa necesidad de la gran potencia por el petróleo.
Las reservas de oro
negro que tiene Venezuela aseguran un aprovisionamiento para la economía
estadounidense para todo lo que resta del presente siglo, considerando aún el
aumento geométrico de la demanda. Eso es vital para el funcionamiento de la
primera economía capitalista (el petróleo mueve el mundo), y vital para las
grandes multinacionales petroleras que lucran con ese negocio, estadounidenses
principalmente, y también europeas. “Así
como los gobiernos de los Estados Unidos [y otras potencias capitalistas] necesitan las empresas petroleras para
garantizar el combustible necesario para su capacidad de guerra global, las
compañías petroleras necesitan de sus gobiernos y su poder militar para asegurar el control de yacimientos de petróleo
en todo el mundo y las rutas de transporte” (James Paul, Global Policy Forum).
Dicho más claramente
aún: la guerra que se libra en Venezuela es la guerra de unos grandes pulpos
comerciales que no quieren perder un hiper rentable negocio que les asegurará
miles de millones de dólares por muchas décadas. Guerra que se articula,
igualmente, con una derecha nacional que fue siempre la burocracia administradora
y testaferra de esas compañías, y que ahora, con la Revolución Bolivariana en
curso, se encuentra desplazada.
Ahora bien: no se puede
invadir Venezuela de un día para otro. Hay que crear el clima para que el
gobierno nacionalista/socialista actual (iniciado por Hugo Chávez, continuado
por Nicolás Maduro) se aleje del poder. Hasta ahora, todas las maniobras
desplegadas (por el gobierno de Estados Unidos, por la derecha vernácula, por
el coro conservador que acompaña esas iniciativas a lo largo del mundo)
fracasaron. Pero la guerra iniciada a principios de este año parece que está
logrando otros resultados. Es más que probable que el Departamento de Estado,
en Washington, ya tenga trazados todos los planes que seguirán, con sus
distintas variantes. Todo indica que lo que se viene puede ser mortal para el
proceso bolivariano. Van por la cabeza de Maduro, van por terminar de una buena
vez con todo ese proceso, van por las inconmensurables reservas de la franja
del Orinoco. Lo que comenzó es una brutal guerra psicológico-mediática. Steven
Metz dice sin ambages en qué consiste la misma: “Generalmente busca generar un impacto psicológico de magnitud, tal
como un shock o una confusión, que afecte la iniciativa, la libertad de acción
o los deseos del oponente; requiere una evaluación previa de las
vulnerabilidades del oponente y suele basarse en tácticas, armas o tecnologías
innovadoras y no tradicionales”[5].
Hace meses que esto se viene haciendo en Venezuela.
Seguramente las
actuales acciones están preparando la nueva fase: la necesidad de intervención
de una fuerza militar internacional, probablemente de la OEA, quizá de la ONU,
que intente “reinstalar la democracia
perdida”. La avanzada mediática a que asistimos, que ya lleva meses, ha ido
creando la matriz necesaria. La prensa, que ya no es el cuarto poder, que ya subió de categoría (pues es quien
fija realmente la agenda político-cultural, las prioridades, la que moldea la
bendita “opinión pública”), viene presentando la situación venezolana como un
caos, un desastre generalizado donde se combinan escasez económica, crisis
política y, más recientemente, virtual guerra civil, ya con alrededor de 50
muertos. “Venezuela se enfrenta ahora a
la inestabilidad económica, social y política significativa debido a la
rampante violencia, la delincuencia y la pobreza, la inflación galopante, la
grave escasez de alimentos, medicinas y electricidad”, anunciaba el general John Kelly ante el Comité Senatorial de Servicios
Armados del Congreso el 12 de marzo de 2015. Un año después, el Almirante
Kurt Tidd, Jefe del Comando Sur, informaba en Washington que “Venezuela
atraviesa un período de inestabilidad significativa el año en curso debido a la
escasez generalizada de medicamentos y comida, una constante incertidumbre
política y el empeoramiento de la situación económica”. ¿Guión ya
establecido?
En el Documento “Plan
para intervenir a Venezuela del Comando Sur de Estados Unidos: Operación
Venezuela Freedom-2”, de inicios del 2016 –guión de la novela ya escrita–
puede leerse como algunas de las acciones a seguir: “(…) c) Aislamiento internacional y descalificación como sistema
democrático, ya que no respeta la autonomía y la separación de poderes. d)
Generación de un clima propicio para la aplicación de la Carta Democrática de
la OEA”.
La crisis de escasez
está generada por la especulación y el mercado negro implementados por el mismo
empresariado local; la crisis política es una artera maniobra de las fuerzas
políticas de derecha, nucleadas en la Mesa de la Unidad Democrática –MUD–,
financiadas y teledirigidas por la Casa Blanca; y la virtual situación de
guerra civil es un escenario fabricado por bandas de matones a sueldo y
francotiradores que aterrorizan a la población. La imagen que todo ello
posibilita ir creando, interna e internacionalmente, es de desastre humanitario,
de ríos de sangre, de situación de ingobernabilidad absoluta.
La situación no es
ingobernable, pero esa guerra psicológica lleva a que lo sea. Las muertes de
personas –entre ellos, un joven chavista linchado por hordas antichavistas–, la
quema de unidades de transporte, los ataques a edificios gubernamentales, son
reales, sin duda. Su magnificación, la forma en que se presentan, los
artificios que logran las tomas televisivas que muestran “cientos y cientos de miles de personas hastiadas del régimen
castro-comunista del dictador Maduro” han logrado disociar/esquizofrenizar
la opinión pública global (la venezolana en principio, la planetaria luego),
para pedir a gritos una “solución”.
La población, como
siempre, queda en el medio, víctima de esa manipulación. Lo que decía Goebbels
hace casi 100 años, o lo que la Psicología de las Multitudes ya entreveía en
los albores del siglo XX (“las masas son
increíblemente manipulables, las masas se mueven por sentimientos primitivos”)
permite crear las condiciones para que las multinacionales roben una vez más un
petróleo que no les pertenece (tal como hicieron y siguen haciendo en Medio
Oriente o en el África).
¿Qué sigue ahora en la
Revolución Bolivariana de Venezuela? Todos los indicios muestran que el plan de
la Casa Blanca sigue los patrones de lo hecho ya en Irak o en Libia, donde se
“inventaron” guerras civiles que permitieron derrocar a los “dictadores”
correspondientes: Saddam Hussein y Mohamed Khadafi. La guerra psicológica
prepara el escenario para, luego, derrocar al gobernante de turno utilizando la
fuerza bruta (“donde hay balas sobran las
palabras”). Los fantasmas de la Guerra Fría se siguen agitando igual que
hace 60 años, y lamentablemente, la población sigue “comprando esos espejitos
de colores”.
Como campo popular, oponer
otra guerra psicológica de igual cuño es imposible (y éticamente despreciable).
La prensa veraz –que por supuesto existe– no puede ante esa prensa comercial
mundial que “miente, miente, miente”
porque sabe que “una mentira repetida mil
veces se transforma en una verdad”. Quizá, como decía aquella pinta de ese
país latinoamericano, se acabó el tiempo de las palabras y es hora de las
acciones. ¡Organización popular! ¡Fuerzas armadas fieles a la revolución y
población preparada para hacer frente a lo que venga! Tal vez no hay otra alternativa.
Si no, el precio a pagar puede ser muy alto.
[1] “Terminada la guerra volvió el soldado a casa. Pero no tenía ni un
mendrugo. Vio a alguien con un pan, y lo mató. ¡No debes matar!, dijo el juez.
¿Por qué no?, preguntó el soldado”, elocuente poema de Wolfgang Borchet.
[2] Le
Bon, G. (2004) “Psicología de las masas. Estudio sobre Psicología de las
multitudes”. Buenos Aires: La Editorial Virtual.
[3]
Goebbels, J. En un artículo publicado el 30 de abril de 1928 en “Der Angriff”,
órgano de prensa del Nacional Socialismo.
[5] Metz, S. En Bartolomé,
M. (S/F) “Las guerras asimétricas y de
cuarta generación dentro del pensamiento venezolano en materia de seguridad y
justicia”.
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