Una integración desde el capitalismo, dirigida
tanto por las clases dirigentes latinoamericanas vernáculas como por
Washington, no sirve para el mejoramiento real de las mayorías explotadas.
Marcelo
Colussi / Especial para Con Nuestra América
Desde Ciudad de Guatemala
El siglo
XXI: un nuevo tiempo
Estos últimos años hemos asistido a una época de
neoliberalismo feroz y retroceso de conquistas por parte del movimiento de los
trabajadores en todo el mundo. Caídos el muro de Berlín y el bloque socialista
de Europa, el campo popular aún no termina de salir de su estado de shock; las
izquierdas no encontramos claridad, proyectos claros que movilicen a las masas.
Pareciera que la derecha, el gran capital, al menos de momento, tiene ganado
este asalto del combate.
Las líneas que marcan el mundo en los finales del
siglo XX y en los inicios del presente están dadas, por un lado, por la
precarización en las condiciones de vida de las grandes masas en todos los
continentes producto de ese triunfo omnímodo del gran capital sobre el campo
popular, y por un unilateralismo militar irreverente por parte de la potencia
ganadora de la Guerra Fría: Estados Unidos de América. Pero por otro, dada una
lentificación en el ritmo de crecimiento económico de la gran superpotencia y
en el aparecimiento de grandes bloques que le comienzan a disputar
protagonismo, una nueva tendencia que también marca estos años es la
recomposición del capitalismo a escala planetaria.
Estados Unidos sigue
siendo en la actualidad la primera potencia económica mundial, con
preponderancia en los diversos ámbitos de la vida: ciencia y tecnología,
presencia militar, influencia política, imposición de su moneda como patrón
dominante. De todos modos la pujanza de décadas atrás ha comenzado a detenerse.
Junto a ello vemos que han aparecido en escena una Unión Europea con un euro
fortalecido y un bloque asiático (con Japón y China a la cabeza, esta última
con un crecimiento económico fabuloso), que se muestran como polos de mayor
dinamismo, de mayor vitalidad que los Estados Unidos, y que sin dudas comienzan
a hacerle sombra.
La competencia
capitalista, al menos en principio, no parece llevar la opción bélica entre
estos gigantes. De todos modos la guerra interimperialista continúa, y la
modalidad que va tomando es la del desarrollo de grandes bloques de poder
continental basadas, fundamentalmente, en la competitividad económica y
científico-técnica con países centrales dirigiendo el proceso y otros satélites
que lo secundan. La creación de grandes bloques comerciales (Unión Europea,
Cuenca del Pacífico) parece marcar el rumbo de las próximas décadas.
En ese contexto surgió algunos
años atrás en el gobierno de Estados Unidos la idea del ALCA -Área de Libre
Comercio para las Américas- como presunta "integración" continental, aunque
siendo, en realidad, un mecanismo de control hemisférico para afianzar su
posición de potencia hegemónica para competir contra esos nuevos bloques
emergentes.
ALCA: hacia
la recolonización continental
Para los años 90, en Washington va surgiendo la idea de extender el entonces
vigente Tratado de Libre Comercio de América del Norte -NAFTA, por sus siglas
en inglés- hacia todo el continente americano. Aparece así el proyecto ALCA,
Área de Libre Comercio para las Américas. Dicha iniciativa representaba un
proyecto geopolítico del gobierno de Estados Unidos que, aunque comenzaba con
la creación de una zona de libre comercio para todos los países del continente
americano, buscaba en realidad el establecimiento de un orden legal e
institucional de carácter supranacional que permitiera al mercado y las
transnacionales estadounidenses una total libertad de acción en su ya
tradicional área de influencia (su patio trasero latinoamericano). Los países
que lo suscribirían tendrán que transformar en constitucionales los arreglos
surgidos de esta normativa, viendo aún más debilitada su capacidad de
negociación y debiendo renunciar a su soberanía en la implementación de
políticas de desarrollo.
Según expresara con total naturalidad Colin Powell, entonces Secretario de Estado de
la administración Bush: "Nuestro
objetivo con el ALCA es garantizar para las empresas americanas el control de
un territorio que va del Ártico hasta la Antártida y el libre acceso, sin
ningún obstáculo o dificultad, a nuestros productos, servicios, tecnología y
capital en todo el hemisferio." Dicho en otros términos: un continente
cautivo para la geoestrategia de dominación de Washington basada en el saqueo
institucionalizado de materias primas, recursos naturales, mano de obra barata
y precarizada e imposición de sus propias mercaderías en una zona de reinado
del dólar. Por supuesto que la dependencia se asegura también, en último
término, en las armas (léase: sus bases militares que hoy atenazan todo el
subcontinente, desde Centroamérica a la Patagonia, en un número desconocido
pero no inferior a 70).
Considerando que todo esto es la esencia verdadera
del mecanismo de integración que propone Washington, el ALCA no podría traer,
en modo alguno, bonanza para Latinoamérica y el Caribe. La preservación de esas
asimetrías básicas entre la economía estadounidense y las mucho menos desarrolladas
economías latinoamericanas es vital para la estrategia hegemónica imperial,
tanto como la multiplicidad de monedas regidas por el dólar y el mantenimiento
de enormes brechas salariales. El ALCA pretendía ser, en definitiva, un
mecanismo recolonizador.
Debido a trabas interminables que se dieron en las negociaciones a partir
de los intereses de los grupos de poder latinoamericanos que chocaban con los
grandes intereses estadounidenses, pero más aún -y fundamentalmente- por la
tenaz oposición del campo popular a través de los distintos movimientos
sociales de protesta a lo largo de todo el continente- el ALCA no pudo entrar
en funcionamiento para el 1º de enero del año 2005 tal como estaba previsto.
Ante ello la estrategia imperial ha sido establecer tratados regionales o
bilaterales, siempre con la misma inspiración del tratado original, que a la
postre le brinden similares resultados.
Así lograron establecer, a principios del 2005, el RD-CAFTA
("Tratado de Libre Comercio para América Central y República
Dominicana"); y posteriormente diversos países fueron firmando tratados
bilaterales, que mantienen en esencia lo originalmente buscado por el ALCA.
Ahora bien: si la integración se centra sólo en el lucro económico de las
empresas, ningún beneficio para las grandes masas será tenido en cuenta, por lo
que la integración no servirá para un genuino proceso de desarrollo social. Es
necesaria, entonces, una integración basada en otros criterios. Pero el proceso
de integración latinoamericana y de los países del Caribe es hoy, por diversas
circunstancias, muy frágil.
¿Es
posible la integración en América Latina?
Proyectos de integración dentro de América Latina
ha habido muchos, desde los primeros de los líderes independentistas a
principios del siglo XIX hasta los más recientes del siglo XX: la Asociación
Latinoamericana de Libre Comercio -ALALC-, la Comunidad Andina de Naciones, el
Mercado Común Centroamericano, la Comunidad del Caribe -CARICOM-.
Recientemente, y como el proyecto quizá más ambicioso: el Mercado Común del Sur
-MERCOSUR-, creado por Argentina, Brasil, Paraguay, Uruguay y Bolivia en 1996,
al que se han unido posteriormente Chile, Perú, Ecuador, Colombia y Venezuela.
Sin contar, obviamente, con el intento de recolonización del ALCA, que en
realidad es más un sumatoria de países bajo la égida de Washington que una
genuina integración.
Hoy día, en un mundo globalizado con desafíos cada
vez más grandes en lo económico, en lo científico y en lo tecnológico, en una
sociedad mundial regida cada vez más por la información y el conocimiento de
vanguardia, y en el marco del dominante sistema capitalista, las posibilidades
de crecimiento y desarrollo como país independiente parecen ya imposibles. Ante
ello se torna imprescindible entonces el impulso de bloques de naciones.
Estamos quizá ante el comienzo del fin de la idea de Estado-nación moderno,
surgida en los albores del mundo post renacentista con un capitalismo naciente.
Hoy la historia se juega en términos de bloques, de grandes bloques de poder
económico-científico-político. Es por ello imperioso reconocernos en
Latinoamérica como un gran bloque con historia común, y sin dudas también con
un destino común.
Las burguesías nacionales que se desarrollaron a
partir de la independencia formal a principios del siglo XIX han estado siempre
en una relación de dependencia/complicidad con las potencias extranjeras. Son
socios menores de los capitales transnacionales, o comercian con ellos los
productos primarios que produce la región, pero la idea de unidad hemisférica
independentista no pasa por su proyecto.
El punto máximo en el planteo de integración de
esas aristocracias es el actual proyecto de MERCOSUR. Hay que destacar que ese
mecanismo se centra en la integración capitalista, siempre ajena a los
intereses populares. Para los sectores explotados en verdad no hay diferencias
sustanciales entre el MERCOSUR y el ALCA. Como correctamente analiza Claudio
Katz: "Las clases dominantes de la
región se asocian pero al mismo tiempo rivalizan con el capital externo.
Propician el MERCOSUR porque no se han disuelto en el proceso de
transnacionalización. Estos sectores buscan adecuar el MERCOSUR a sus
prioridades. Promueven un desarrollo hacia afuera que jerarquiza la
especialización en materias primas e insumos industriales, porque pretenden
compensar con exportaciones la contracción de los mercados internos. El
problema de la deuda está omitido en la agenda del MERCOSUR. Los gobiernos no
encaran conjuntamente el tema, ni discuten medidas colectivas para atenuar esta
carga financiera. Han naturalizado el pasivo, como un dato de la realidad que
cada país debe afrontar individualmente". Dicho en otros términos: con
el MERCOSUR no se pasa de "más de lo mismo".
Entendida la integración como una nueva puerta que
trascienda el MERCOSUR, comenzó a tomar cuerpo la idea de una integración como
proceso que pudiera conducir a alternativas al modelo capitalista. Para las
burguesías locales la integración no
pasa de ser un campo de negocios que refuerce su poder. Contrariamente, para el
campo popular la unidad regional puede ser un paso para la construcción de otra
sociedad más justa.
ALBA: hacia
una integración popular y solidaria. ¿Un camino al socialismo?
Contrariamente a lo dicho hasta el hartazgo por la prédica neoliberal, la
liberación del comercio no basta para lograr automáticamente el desarrollo
humano. La expansión comercial no garantiza un crecimiento económico inmediato
ni un desarrollo humano o económico a largo plazo. Es más: la liberación comercial
no es, en modo alguno, un mecanismo fiable para generar un crecimiento
sostenible por sí mismo ni para emprender una real reducción de la pobreza. De
hecho, de los tres países firmantes del Tratado de Libro Comercio para América
del Norte, solo los capitales estadounidenses se beneficiaron; a México y a
Canadá no llegaron las prosperidades.
Es por eso que, pensando no tanto en el dios mercado y en el beneficio
empresarial sino en los seres humanos de carne y hueso, en las poblaciones
sufridas, marginadas, históricamente postergadas, y retomando el proyecto de
patria común latinoamericana efímeramente levantado en el momento de las
independencias contra la corona española así como contra la nueva iniciativa de
dominación del ALCA, surgió la propuesta del ALBA -Alternativa Bolivariana para
América-, posteriormente rebautizada Alianza Bolivariana para los Pueblos de
Nuestra América (manteniendo siempre la sigla ALBA).
Esta nueva propuesta de integración fue presentada públicamente por el entonces presidente
venezolano Hugo Chávez en ocasión de la III Cumbre de Jefes de Estado y de
Gobierno de la Asociación de Estados del Caribe, celebrada en la isla de
Margarita en diciembre del 2001; se trazaron ahí los principios rectores de una
integración latinoamericana y caribeña basada en la justicia y en la
solidaridad entre los pueblos. Tal como lo anuncia su nombre, el ALBA pretende
ser un amanecer, un nuevo amanecer radiante.
El ALBA se fundamenta en la creación de mecanismos para crear ventajas
cooperativas entre las naciones, que permitan compensar las asimetrías
existentes entre los países del hemisferio. Se basa en la creación de Fondos
Compensatorios para corregir las disparidades que colocan en desventaja a las
naciones débiles frente a las principales potencias; otorga prioridad a la
integración latinoamericana y a la negociación en bloques subregionales,
buscando identificar no solo espacios de interés comercial sino también
fortalezas y debilidades para construir alianzas sociales y culturales.
La noción neoliberal de
acceso a los mercados se limita a proponer medidas para reducir el arancel y
eliminar las trabas al comercio y la inversión. Así entendido, el libre
comercio sólo beneficia a los países de mayor grado de industrialización y
desarrollo, y no a todos sino a sus grandes empresarios. En Latinoamérica podrán crecer las inversiones y las exportaciones,
pero si éstas se basan en la industria maquiladora y en las explotación
extensiva de la fuerza de trabajo, sin lugar a dudas que no podrán generar el
efecto multiplicador sobre todos los grupos sociales, no habrá un efecto
multiplicador en los sectores agrícola e industrial, ni mucho menos se podrán
generar los empleos de calidad que se necesitan para derrotar la pobreza y la
exclusión social. Por eso la propuesta alternativa del ALBA, basada en la
solidaridad, trata de ayudar a los países más débiles y superar las desventajas
que los separa de los países más poderosos del hemisferio buscando corregir
esas asimetrías. Con estas características, un proceso de integración
hemisférica realmente sirve a las grandes mayorías por siempre excluidas.
Como dijo el presidente Chávez sintetizando el
corazón de la propuesta: "Es hora de
repensar y reinventar los debilitados y agonizantes procesos de integración
subregional y regional, cuya crisis es la más clara manifestación de la
carencia de un proyecto político compartido. Afortunadamente, en América Latina
y el Caribe sopla viento a favor para lanzar el ALBA como un nuevo esquema
integrador que no se limita al mero hecho comercial sino que sobre nuestras
bases históricas y culturales comunes, apunta su mirada hacia la integración
política, social, cultural, científica, tecnológica y física".
Según publicación del diario La Nación, Buenos
Aires, Argentina, del 13-9-05: "Las
materias primas y las manufacturas de origen agropecuario acaparan actualmente
las ventas de Latinoamérica. Conforman el 72% de las exportaciones argentinas,
el 83 % de las bolivianas, el 83% de las chilenas, el 64% de las colombianas y
el 78% de las venezolanas. La especificidad mexicana (81% de exportaciones
manufactureras) es engañosa, porque el país se ha especializado en el ensamble
de partes sin valor agregado, que las maquiladoras intercambian con las casas
matrices estadounidense. Únicamente Brasil constituye una relativa excepción,
ya que en su canasta de exportaciones las materias primas constituyen el 52%
del total". Para
muchos países de América Latina y El Caribe la actividad agrícola es, por
tanto, fundamental para la supervivencia de la propia nación. Las condiciones
de vida de millones de campesinos e indígenas se verían muy afectadas si ocurre
una inundación de bienes agrícolas importados, aún en los casos en los cuales
no exista subsidio por parte del gobierno federal de Estados Unidos. Hay que
dejar claro que la producción agrícola es mucho más que la producción de una
mercancía. Es, en todo caso, un modo de vida. Por lo tanto no puede ser vista
ni tratada como cualquier otra actividad económica o cualquier producto sin su
correspondiente cosmovisión cultural. El ALBA, justamente, intenta rescatar ese
punto de vista.
El ALBA es, de
momento, una buena intención, pues aún no está afirmado en su posición, Con la
coyuntura que se ha venido dado recientemente en varios países del área, con la
reaparición de gobiernos neoliberales proclives a Washington, las posibilidades
de profundizar una alianza alternativa está algo en entredicho. De todos modos,
en esa línea superadora del libre comercio y endiosamiento del mercado pueden
inscribirse ya importantes pasos: los convenios de cooperación suscritos entre
Cuba y Venezuela son un ejemplo. Pero hay más aún en esta intención
integracionista: la incipiente comunidad energética con Petrocaribe y Petrosur,
la integración en la comunicación con el canal televisivo teleSur, las
surgentes ideas de un Banco del Sur, de una Universidad del Sur, de unas
Fuerzas Armadas del Sur. Es decir: movimientos concretos que nos acercan y nos
unen como pueblos contra la estrategia hemisférica de recolonización por parte
del imperio y contra los mecanismos de unión aduanera capitalista del MERCOSUR.
La propuesta
de integración en esta línea de pensamiento, de todos modos, es mucho más
ambiciosa: entre otras cosas, por ejemplo, apunta a crear un gigante petrolero
latinoamericano -Petroamérica-, que bien podría convertirse en punta de lanza
de un amplio proceso de integración económica de la región cuestionando
seriamente el monopolio energético que manejan las grandes compañías
petroleras, estadounidenses en su gran mayoría.
La
construcción del socialismo en un solo país se ha demostrado sumamente
dificultosa; en nuestra región, Cuba resistió, constituyéndose en un ejemplo
admirable para el mundo, pero a un costo que hoy se demuestra muy alto. Ello
lleva a pensar en las posibilidades reales actuales de construir el socialismo
en solitario. La República Bolivariana de Venezuela, con un socialismo mucho
más matizado que el cubano, resiste como puede los embates del imperio y del
capitalismo global, abriéndose interrogantes sobre su futuro inmediato. Hoy
día, ante el surgimiento de grandes bloques de poder, pensar en desarrollos
nacionales autónomos parece casi imposible, a partir de lo cual surge la casi
obligada necesidad de impulsar procesos regionales como opción con
posibilidades reales de concreción.
Una
integración desde el capitalismo, dirigida tanto por las clases dirigentes
latinoamericanas vernáculas como por Washington, no sirve para el mejoramiento
real de las mayorías explotadas. De ahí que las renovadas ideas de integración
-en buena medida aportadas por el actual proceso bolivariano de Venezuela-
marcan un importante camino alternativo. Una integración basada en principios
de solidaridad y desarrollo genuino para los pueblos es, en estos momentos, un
enorme paso hacia delante en términos políticos y sociales. La revisión crítica
del ahora fenecido "socialismo real" del campo europeo, del chino
incluso, la propuesta de un nuevo socialismo, el socialismo del siglo XXI (que
nunca se terminó de definir exactamente), todo ello, sin renunciar a los
postulados tradicionales del materialismo histórico, debe ayudar a buscar
nuevos perfiles. Y ahí entra en escena esta nueva idea de la integración: no la
integración comercial, sino la integración desde abajo, la de los pueblos,
evaluando las dificultades del desarrollo nacional autónomo hoy día[1].
El ideario
socialista, aunque en este momento ha sido duramente castigado y todo el campo
popular sufre los efectos de una derrota política significativa con los planes
de capitalismo salvaje vigente, no ha muerto. Por el contrario, las causas que
lo generaron siguen totalmente actuales. En todo caso, de lo que se trata en
este momento, es de buscar nuevas vías alternas para construir una iniciativa
socialista posible. Los pueblos unidos, buscando la integración solidaria para
todos y no sólo aquella que beneficie a los tradicionales grupos de poder,
podremos construir un mundo más justo. En ese sentido la nueva idea de
integración latinoamericana, no comercial sino solidaria, puede ser un
importante camino socialista.
Bibliografía
Borón, Atilio (2008) "Socialismo del siglo
XXI. ¿Hay vida después del neoliberalismo?"; Buenos Aires: Ediciones
Luxemburg.
Caballero, M. (1988) "La Internacional
Comunista y la revolución latinoamericana", Caracas: Editorial Nueva
Sociedad.
Colussi, M. (compilador) (S/F) "Sembrando
utopía. Crisis del capitalismo y refundación de la humanidad". Edición
digital en Revista Albedrío. Material
disponible en: http://www.albedrio.org/htm/documentos/vvaaSembrandoutopia.pdf.
Visitado el 2/6/15
Figueroa Ibarra, C. (2010). "En el umbral del
posneoliberalismo. Izquierda y gobierno en América Latina". Guatemala:
F&G Editores.
Katz, C. (2006) "El porvenir del
socialismo". Caracas: Monte Ávila Editores.
Luxemburgo, R. (1918) "La
revolución rusa". Edición digital disponible en http://www.tiemposcanallas.com/la-revolucion-rusa-rosa-luxemburgo-1918/.
Visitado el 6/4/15
Moraria, L. (2014) "La guerrilla de La
Azulita. (Leyenda y realidad). Circunstancias históricas de la lucha social en
Venezuela y su trascendencia en la llamada Revolución Bolivariana
(1958-2013)". Caracas: Ediciones Leonardo Moraria.
Rodríguez Elizondo, J. (1990) "La crisis de
las izquierdas en América Latina". Caracas: Editorial Nueva Sociedad.
Varios autores (1999) "Fin del capitalismo
global. El nuevo proyecto histórico". México: Editorial Txalaparta.
[1] ¿Es posible construir el socialismo en un solo país en la actualidad?
Quizá podría ser factible tomar el poder a nivel nacional, desplazar al
gobierno de turno en forma revolucionaria y establecerse como nuevo grupo
gobernante con un planteo de izquierda, pero eso no significa necesariamente
una transformación en términos de relaciones de fuerza como clase de los
trabajadores y oprimidos. Además, dado el grado de complejidad en el proceso de
globalización y la interdependencia de todo el planeta, es imposible construir
una isla de socialismo con posibilidades reales de sostenimiento a largo plazo.
En ese sentido los planteos revolucionarios deben apuntar a pensar en bloques,
espacios regionales. La idea de Estado-nación entró en crisis y hay que
revisarla críticamente desde las propuestas de izquierda. El ejemplo de los
distintos socialismos que se intentaron construir en el transcurso del siglo
XX, o el socialismo bolivariano actual, nos da alguna pista al respecto: se
pueden comenzar procesos muy interesantes, fecundos, imprescindibles incluso;
pero eso es un preámbulo del socialismo. De todos modos, todo ello no debe
inmovilizarnos y hacernos pensar en que hay que abandonar las luchas
nacionales. De momento nuestra unidad de acción son espacios nacionales, y ahí
debemos trabajar, planteándonos todos estos problemas como los nuevos retos. La
integración regional es una vía a explorar.
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