Vivimos tiempos de gran
desamparo social. Se ha producido una especie de terremoto, esta vez no
provocado por la naturaleza sino por la propia política.
Leonardo Boff / Servicios Koinonia
Hubo un golpe de clase de
los adinerados, amenazados en sus privilegios por los beneficiados por las
políticas sociales de los gobiernos del PT, que los llevó a ocupar lugares de
los que antes estaban excluidos. Para ello usaron el parlamento, como en 1964
los militares. La destitución de la presidenta Dilma, democráticamente elegida,
sirvió a los propósitos de estas élites económicas (el 0,05% de la población
según el IPEA), lo cual implicaba ocupar los aparatos del Estado y garantizar
así su status histórico-social hecho a base de privilegios y de negocios
turbios. Habiendo naturalizado la corrupción, no tuvieron escrúpulos en
modificar la constitución e introducir reformas que eliminaron derechos de los
trabajadores y modificaron profundamente los beneficios de la Seguridad Social.
La corrupción, detectada
primeramente por los órganos de espionaje de Estados Unidos y traspasada a
nuestro sistema jurídico, permitió instaurar un proceso judicial que recibió el
nombre de Lava-Jato. Ahí se detectó la trama inimaginable de corrupción que
atraviesa las grandes empresas, desde las estatales a las privadas, los fondos
y otros órganos, dentro de la lógica del patrimonialismo. La corrupción
identificada fue de tal orden que escandalizó al mundo. Llegó a quebrar estados
de la federación, como por ejemplo el de Río de Janeiro.
Yo mismo y otros muchos
estamos sin recibir nuestros sueldos de profesores universitarios, retirados o
no, desde diciembre de 2016.
La consecuencia es el
descalabro político, jurídico e institucional. Es falaz decir que las
instituciones funcionan. Todas ellas están contaminadas por la corrupción. La
justicia es vergonzosamente parcial especialmente el justiciero Sergio Moro y
buena parte del Ministerio Público, apoyados por una prensa reaccionaria sin
compromiso con la verdad. Esta justicia revela sin tapujos una furia
incontrolable de persecución al expresidente Lula y a su partido, el PT, el
mayor del país. Se quiere destruir su indiscutible liderazgo, desfigurar su
biografía e impedir de cualquier modo que sea candidato. Se fuerza su
condenación, fundada más en convicciones que en pruebas materiales, lo que
impediría su candidatura, que goza de la preferencia de la mayoría.
La consecuencia es un
sufrido vacío de esperanza. Pero es importante recuperar el carácter
político-transformador de la esperanza. Ernst Bloch, el gran pensador de la
esperanza, habla del principio-esperanza, que es más que la virtud común de la
esperanza. Es ese impulso que habita en nosotros, que nos mueve siempre, que
proyecta sueños y utopías, y sabe sacar de los fracasos motivos de resistencia
y lucha.
De san Agustín, tal vez
el mayor genio cristiano, gran formulador de frases, nos viene esta sentencia: la
esperanza tiene dos hijas queridas: la indignación y la valentía; la
indignación nos enseña a rechazar las cosas así como están y la valentía, a
cambiarlas.
En este momento debemos
evocar en primer lugar a la hija-indignación frente a lo que el gobierno Temer
está perpetrando criminalmente contra el pueblo, contra los indígenas, contra
la población del campo, contra las mujeres, contra los trabajadores y contra
las personas mayores, quitándoles derechos y rebajando a millones de personas,
que de la pobreza están pasando a la miseria. No se escapa ni la soberanía
nacional, pues el gobierno Temer está permitiendo vender tierras nacionales a
extranjeros.
Si el gobierno ofende al
pueblo, este tiene derecho a evocar a la hija-indignación y no darle paz, sino
exigir en las calles y plazas su salida, ya que está acusado de delitos de
corrupción y es fruto de un golpe, y por eso carece de legitimidad.
La hija-valentía se
muestra en el deseo de cambio, no obstante los enfrentamientos que pueden ser
peligrosos. Ella nos mantiene animados, nos sostiene en la lucha y puede
llevarnos a la victoria. Es importante seguir el consejo del Quijote: no hay
que aceptar las derrotas sin antes dar todas las batallas.
Un dato que debemos tener
en cuenta siempre es que la realidad no es solo lo que está ahí, como un hecho
al alcance de nuestra mano. Lo real es más que lo factual. Lo real esconde
dentro de sí virtualidades y posibilidades ocultas que pueden ser sacadas
afuera y volverse hechos nuevos.
Una de estas
posibilidades es evocar el artículo primero de la constitución que reza: “todo
poder emana del pueblo”. Los gobernantes y los políticos solo son delegados del
pueblo. Cuando le traicionan, ya no representan los intereses generales sino
los de las empresas que financian sus elecciones. El pueblo tiene derecho de
sacarlos del poder mediante elecciones directas ya.
“Fuera Temer y directas
ya” no es un slogan de grupos sino de grandes multitudes. La hija-valentía debe
exigir, por derecho, esta opción, la única que garantizará autoridad y
credibilidad a un gobierno capaz de sacarnos de la presente crisis.
Las dos hijas de la esperanza
podrían hacer suya esta frase de A. Camus: «En medio del invierno descubrí que
había, dentro de mí, un verano invencible».
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