Está en juego Venezuela
la posibilidad de que se desate un proceso de revancha, del cual ya se ven
algunos actos: el quiebre interno de un país con zonas paramilitarizadas, una
guerra civil, una victoria estratégica del imperialismo norteamericano en
América Latina.
Marco Teruggi / ALAI
Llegó la hora Venezuela.
Se desprende del análisis de todas las variables puestas sobre la mesa. La
derecha, conducida por sectores como Voluntad Popular y Primero Justicia, cortó
todo diálogo -ya no reconoce al Vaticano como intermediario- y sostiene cómo
única solución posible la realización de elecciones generales adelantadas. Ha
llamado abiertamente a la rebelión civil, y denunciado la convocatoria a la
Asamblea Nacional Constituyente hecha por Nicolás Maduro como ilegal. No
participará, hará lo posible para impedir su realización, y profundizará en
conflicto callejero.
Ese es el discurso para
los medios de comunicación nacionales e internacionales, la direccionalidad
pública del escenario que pusieron en marcha a principios de abril. Es la
superficie, donde están en una suerte de “épica por la libertad”, de la cual su
base social movilizada está absolutamente convencida. Son más de 50 días de
frontalidad, donde no han crecido en cantidad, pero han logrado sostener una
conflictividad de gran impacto -impensable sin el sobredimensionamiento hecho a
través del andamiaje comunicacional.
Lo peligroso, sin
embargo, está en las sombras que emergen con furia: está en marcha un plan
insurreccional conducido en las calles por el paramilitarismo, que ya golpeó en
aproximadamente diez ciudades del país. Las imágenes y testimonios están ahí,
se trata de incendio de hospitales, instituciones públicas, locales de partidos
chavistas, saqueos y destrozos de centros de ciudades -Socopó-, intento de
control territorial armado prolongado de algunas zonas -San Antonio de Los
Altos-, ataques a cuarteles militares y de policía -siete en un solo día en
Barinas-, asesinatos de dirigentes chavistas, toques de queda -San Cristóbal-,
amenazas a comerciantes y transportistas -Los Teques-, intento de cortar el
suministro de alimentos a Caracas. Son formaciones paramilitares que no se
identifican, y se mueven por el territorio con el objetivo de instalar jornadas
de asedio y terror en puntos claves del país.
Es una operación de
guerra preparada durante años. Allí está el plan real de la derecha que se
propone sostener un nivel cada vez más agudo en las formas de violencia con
varios fines. Uno: elevar la confrontación civil a puntos tales como el de
linchar e incendiar en plena calle a un joven por ser sospechoso de chavista.
Dos: desencadenar enfrentamientos armados civiles. Tres: asediar Caracas.
Cuatro: controlar, en los hechos y cómo símbolo, porciones de territorio.
Cinco: empujar el país al caos. Seis: lograr la intervención extranjera
descubierta -la encubierta ya está en marcha.
No existe, en estos
momentos, llamados capaces de desandar esa agenda. Los Estados Unidos dieron
luz verde, y el gobierno colombiano -retaguardia del paramilitarismo- mueve sus
piezas en función de esa estrategia. El bloque enemigo no se ha resquebrajado:
partidos de derecha, ganaderos, grandes empresarios, episcopado, y ha sumado
elementos claves, como la Fiscal General, nueva figura de la avanzada golpista.
Es ahora o nunca, ellos mismos lo dicen. Llegó la hora Venezuela.
***
El margen de maniobra por
parte del chavismo es pequeño. El llamado a la Asamblea Nacional Constituyente
-que tendrá sus elecciones en el mes de julio- es una posibilidad de reagrupar
fuerzas en los territorios y reactivar a un movimiento atrapado en gran medida
por sus lógicas más burocráticas. Debía ser, en primer lugar, una forma de
obligar a la derecha a volver al canal democrático: los resultados no son los
esperados. La radicalidad de la insurrección va en ascenso. ¿Cómo convivirán
dos tiempos opuestos, uno electoral con otro incendiario armado? Algo se abre
cada vez más, solo se encuentra para chocar.
Resulta difícil realizar
pronósticos con proyección a más de pocos días. Una semana es una inmensidad en
esta Venezuela. Se siente en las noticias, las redes sociales, las
declaraciones, los muertos que aumentan casi a diario -ya son más de 55-, cada
nueva jornada de ataque de la derecha que se eleva en su dimensión militar, cada
nueva presión internacional, cada investigación que ahonda en la estructura
insurreccional en movimiento. Se prepara el asalto final, el que abrirá las
puertas a la revancha que buscará cenizar todo rastro del chavismo -intentarían
que no quede ni el nombre.
El chavismo -muchas veces
gigante miope e invertebrado, como decía John William Cooke- tiene fuerzas para
resistir. En algunos pueblos se han organizado brigadas comunales para defender
las instalaciones públicas y populares. En varios puntos del país se realizan
asambleas en los barrios para debatir el proceso constituyente: ahí ponen gran
parte de su táctica quienes apuestan a una reacumulación de fuerzas en vistas
de los posibles escenarios por-venir. En algunas zonas populares donde la
derecha quiso generar destrozos, fueron los mismos vecinos quienes los echaron.
Existe un tejido popular vivo, aun con las dificultades económicas que no cesan
y son una de las razones principales de la tendencia a la desafiliación
política.
Pero el punto débil no está
-sin caer en idealismos de sujeto- en las bases del chavismo, sino en la
dirección del movimiento: parece seguro que la resistencia llegará, ya está en
marcha, por debajo, no así en el nivel de muchos de los que hoy dirigen.
Existen críticas -que no
son nuevas y figuran por escrito- y también la certeza acerca de dónde estar en
esta hora donde todas las variables se condensan en búsqueda del quiebre.
Quienes, en cambio, han optado por el silencio, o por una condena al chavismo
por su, dicen, “autoritarismo” -al tiempo que llegaron a calificar a esta
derecha como “controversial”- indican la necesidad urgente de revisar la misma
noción de izquierda y de intelectual. Cuanto más se necesitan aportes que
permitan comprender y actuar, es cuándo se ve la pobreza crítica y política de
muchos de quienes ocupan el espacio simbólico de la intelectualidad. Es en
estos momentos cuando se ve con claridad quienes están, y quienes pasan para el
otro lado -declararse por fuera del conflicto y apelar en abstracto a la “defensa
del pueblo”, es ilusorio, cómplice y muchas veces cobarde.
Está en juego Venezuela
la posibilidad de que se desate un proceso de revancha, del cual ya se ven
algunos actos: el quiebre interno de un país con zonas paramilitarizadas, una
guerra civil, una victoria estratégica del imperialismo norteamericano en
América Latina. Es momento de defender, de abandonar prácticas traicioneras de
la intelectualidad, jugarse -como lo han hecho varios- preguntarse qué se puede
hacer para apoyar un proceso político que lo necesita con urgencia. El mundo
visto desde Venezuela se achica, el tiempo y las posibilidades también.
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