En este momento, y dada
la correlación de fuerzas que impera en la región, las izquierdas y demás
fuerzas progresistas han cedido la iniciativa política y una suerte de inercia
nos arrastra al compás de los planes que se urden en Washington y que ponen en
práctica sus aliados dentro de cada uno de nuestros países. Vivimos a la
defensiva, en la resistencia, cubriendo varios flancos a la vez.
Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica
“¿Adónde va la
América, y quién la junta y guía? Sola, y como un pueblo, se levanta. Sola
pelea. Vencerá, sola”.
José Martí, Madre América (1889)
Poco a poco, como volviendo
a tiempos que –quizás con un exceso de optimismo- creíamos superados, la
dinámica política y el curso de los acontecimientos están desplazando el
espacio de las disputas sobre el devenir de América Latina de nuestras
latitudes meridionales, como había sido la tónica durante la última década al
menos, hacia el Norte revuelto y brutal
que nos desprecia, al decir de José Martí. Hacia la sombra tutelar y
conspirativa de Washington y los entresijos del Departamento de Estado, que han
pescado en el río revuelto de los errores y dificultades de los gobiernos
progresistas y nacional-populares.
La vocación de
vasallaje de las élites gobernantes, vieja vergüenza de nuestra historia, hoy
se nos revela una vez más en su doble condición de tragedia y farsa, que no
otra cosa ha sido la puesta en escena de la Asamblea General de la OEA en Cancún,
y los espurios preparativos a los que concurrieron numerosas cancillerías,
posiblemente sometidas a la diplomacia de la extorsión y el chantaje, para
adherir al guión intervencionista de la Casa Blanca. Salvo en los peores años
de persecución ideológica durante la Guerra Fría, y de acoso sistemático a la
Revolución Cubana, que desembocaron en la expulsión de Cuba de este organismo
en 1962, no se recuerda una campaña similar a la que ahora se ensaya contra
Venezuela.
Que la OEA recupere su
protagonismo como foro de resolución de conflictos continentales, tan solo
evidencia el avance del panamericanismo imperialista, ese que ahora se expresa descarnadamente, sin
modales ni artificios como los que caracterizaron las dos administraciones de
Barack Obama. Los halcones de Trump
muestran sus garras (como recién lo hicieron contra Cuba, en un teatro de
Miami), escupen amenazas y reivindican, mesiánicamente, el Destino Manifiesto como pretendidos defensores de la “democracia” y
la “civilización” en el hemisferio.
En la otra cara de la
moneda, los organismos de la integración regional múltiple y diversa de nuestra
América, que fueron determinantes para contener los reiterados empeños
golpistas y desestabilizadores que llevaron adelantes las derechas
antidemocráticas en los últimos años, en Paraguay, Honduras, Ecuador y Bolivia;
o para mediar en conflictos bilaterales como los de la Venezuela de Hugo Chávez
y la Colombia de Álvaro Uribe, han caído
en el ostracismo, o bien, sus mecanismos de acción política se han debilitado
por los cambios de gobiernos y las plazas tomadas por la restauración
neoliberal (Argentina, Brasil).
Como lo explican Ava
Gómez y Camila Vollenweider, investigadoras del Centro Estratégico Latinoamericano
de Geopolítica, “desde el 31 de enero de este año, la Unasur está acéfala, y su
funcionamiento prácticamente se ha reducido a lo elemental, al menos en
contraste con el protagonismo político que tuvo desde su fundación hasta
finales de 2016. (…) En lo que va del año, sólo 2 de los 12 Consejos
Sectoriales se han reunido, y ha sido por cuestiones técnicas, vinculadas a
educación y a infraestructura. (…) A diferencia de hace casi una década, hoy la
Unasur carece de la férrea voluntad política de buena parte de sus miembros
para reposicionarla como el principal espacio de interlocución política e
integración regional”. Otro tanto podría decirse de la CELAC, instancia que
pretendía establecerse como contrapeso a la influencia histórica de los Estados
Unidos en los asuntos latinoamericanos y caribeños, pero que no termina de
consolidarse y sus miembros –salvo Cuba y recientemente Venezuela- no cortan el
cordón umbilical que les une al panamericanismo de la OEA.
Está claro, pues, que en
este momento, y dada la correlación de fuerzas que impera en la región, las
izquierdas y demás fuerzas progresistas han cedido la iniciativa política y una
suerte de inercia nos arrastra al compás de los planes que se urden en
Washington y que ponen en práctica sus aliados dentro de cada uno de nuestros
países. Vivimos a la defensiva, en la resistencia, cubriendo varios flancos a
la vez.
Cómo recuperar la
audacia que marcó los primeros años del siglo XXI nuestroamericano, en medio de
un contexto global de prolongada crisis capitalista y con preparativos de una
Tercera Guerra Mundial en el horizonte, es la gran pregunta de nuestro tiempo. Sabemos
adónde no queremos volver: al pasado neoliberal que ahora se disfraza de
futuro. Pero esta certeza, por sí sola, todavía no nos alcanza para
reencontrar, en la diversidad de las luchas y experiencias, los caminos
emancipadores que reclama nuestra América.
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