Este domingo, 14 de febrero , murió Carlos Menem en vísperas de carnaval, un capricho del destino como para recordar su gobierno de excesos de pizza y champán.
Roberto Utrero Guerra / Especial para Con Nuestra América
Desde Mendoza, Argentina
El hecho luctuoso en la Casa de las Leyes convocó el regreso de los muertos vivos. Personajes salidos del fondo de la historia, irreconocibles por el paso del tiempo y moviéndose en cámara lenta, fueron saludando a los familiares del fallecido presidente. Al mismo ritmo, casi obligadamente, fueron ingresando los recuerdos de aquella época nefasta en que el célebre occiso, con el favor de las urnas, completó la tarea que la dictadura comenzó la década anterior con la fuerza de las armas.
Nadie se dio vuelta como una media como él ni traicionó al movimiento que le dio origen. Tampoco nadie se abrazó con el mayor enemigo destructor del peronismo, el ultra gorila furioso, Contraalmirante Isaac Rojas y su ideólogo económico, el liberal Álvaro Alsogaray, cuya hija – María Julia – tuvo relaciones amorosas y formó parte de su gobierno, como otros miembros de su partida. Hechos inexplicables que incluso, van a contrapelo de su propia vida. Menem lo hizo.
Nacido en 1930 en el seno de una familia de inmigrantes sirio, comerciantes en Anillaco, provincia de La Rioja, tierra de luchas federales y caudillos como Facundo Quiroga y el Chacho Peñaloza, se identificó con el primero con sus largas patillas y cabellera azabache y el poncho rojo que cargaba sobre el hombro, se afilia tempranamente al peronismo de la primera época, e ingresa a la facultad de abogacía de Córdoba en 1949, de la que egresa dos meses antes del golpe militar de 1955, con el título de abogado. Es encarcelado por la Libertadora y liberado dos años después, dedicándose en la clandestinidad a defender gremialistas peronistas. Proscripto el peronismo, se presenta a diputado de su provincia por la Unión Popular en 1963, cuando asume el radical Humberto Illia a la presidencia de la nación. Un año más tarde viaja a España y se entrevista con Juan Domingo Perón en Puerta de Hierro, siendo el empresario Jorge Antonio quien intercede ante el líder, dado que López Rega, por entonces su mucamo, le negaba el ingreso a la residencia. Perón advierte la madera del riojano, bendición que sería de mucha utilidad en el futuro.
Dotado de un poder de seducción y un carisma extraordinario y una capacidad de liderazgo a toda prueba, buscó la cima por sobre todas las cosas. Quizás esa sea la oscura razón de su capacidad camaleónica de adaptarse a los diversos escenarios y situaciones, como su tremenda versatilidad para ser el centro donde le tocase actuar, fueran las cámaras de la televisión entre la farándula, en todos los deportes que practicó, en los diversos estratos sociales, codeándose con los popes de la oligarquía a los que favoreció y el pobrerío mugriento y harapiento con los que tomaba mate a pesar de haberlos condenado a la miseria para siempre. Todos lo admiraban y lo amaban por igual. Se codeaba tanto con los artistas internacionales, como los Rolligs Stone, Madona o Michael Jackson o los locales, siendo famosas sus festicholas como también sus carnavales riojanos en donde salía enharinado con ramos de albahaca en las orejas. Una versatilidad a toda prueba, podía salir a recorrer las rutas en su Testa Rosa como ir a hornear pan con los monjes trapenses.
Esa adaptación lo llevó a advertir el derrumbe del muro de Berlín y el triunfo del capitalismo, viajando tempranamente, luego de asumir su gobierno anticipadamente en julio de 1989, a Estados Unidos y entrevistarse con George Bush padre, con quien entabló una sólida amistad que lo llevará a las relaciones carnales y al cumplimiento del Consenso de Washington.
Su ingreso a la política nacional fue también un hecho insólito digno de estudio. Sin recursos y en contra del aparato oficial peronista tradicional liderado por una de las figuras históricas del movimiento, Antonio Cafiero, gobernador de la provincia de Buenos Aires, la mayor y más rica del país, se impuso con su imagen de caudillo del interior y una epopeya histórica de luchas federales contra el centralismo porteño.
Con la promesa de la revolución productiva y el salariazo y el eslogan de campaña, Síganme no los voy a defraudar, fue ganando el apoyo de las clases bajas y los trabajadores que vieron en el riojano la posibilidad de recuperación negada por el radicalismo.
El agotamiento del plan Austral y la hiperinflación del último año, provocaron que el desgastado gobierno encabezado por Raúl Alfonsín anticipara la entrega del gobierno seis meses antes. En ese primer momento de apremio, Menem se alió al grupo económico Bunge y Borg que le suministró el primer ministro de economía el ingeniero Miguel Roig que falleció a los diez días de asumir el cargo, siendo sucedido por otro asesor del grupo, Néstor Rapanelli, luego Herman González, hasta convocar a Domingo Cavallo, el presidente del Banco Central a fines de la dictadura que había estatizado la deuda privada. Para entonces ya había girado 180° y puesto en marcha la Ley de Emergencia Económica y Reforma del Estado que promovía la desregulación y apertura económica y la privatización y concesión de bancos; de la línea de bandera, Aerolíneas Argentinas; Ferrocarriles; empresas de combustibles, gas natural, electricidad y telecomunicaciones; puertos; empresas de agua potable y saneamiento e industrias de fabricación de acero, de montaje y otras vinculadas a la defensa. José Roberto Dromi – mi profesor de derecho administrativo en Ciencias Políticas, a cargo de la reforma del estado, declaraba exaltado “nada de lo que deba ser estatal permanecerá en manos del Estado”, el sueño de una noche de verano, decía ilusionado quien había hecho una fortuna ganándole juicios al tonto y amorfo edificio estatal. Luego de quedarle chico el piso de calle Cerrito, la lateral de la Avenida Nueve de Julio en Buenos Aires, pasó a establecerse en Madrid para lucrar con los procesos privatizadores españoles.
Los medios hegemónicos habían alineado a la opinión pública en contra de las deficitarias empresas estatales. Bernardo Neustadt y Mariano Grondona fogoneaban día y noche con la inoperancia de las empresas públicas. En el caso de Ferrocarriles, su personaje doña Rosa, que representaba al ciudadano común, le insistía con el déficit diario de los trenes costaba un millón de dólares al fisco. Todos aplaudieron la supresión de servicios, luego del retiro voluntario de los empleados que fueron pagados en el Banco Nación y el City Bank de Nueva York. Los pocos que quisieron resistir fueron arrasados bajo el lema: “ramal que para, ramal que cierra”. El interior quedó sin trenes, cientos de pueblos desconectados y más de un millón de trabajadores entre directos e indirectos quedaron sin trabajo. El patrimonio ferroviario construido a través de un siglo y medio fue abandonado y saqueado. Menem lo hizo.
El uno a uno, dólar y pesos argentinos garantizados por la convertibilidad popularizaron los viajes a Miami sin visa, sueño cumplido del medio pelo local por las relaciones íntimas imperiales, mientras el desempleo y la pobreza eran invisibilizados.
Una doble moral hizo presa de la contradictoria sociedad argentina que entronizó el cinismo exitoso presidencial, que bien podría ser una remota caricatura de Donald Trump de los noventa.
La alianza con los países centrales y el envío de tropas a la guerra del golfo, introdujo los ataques terroristas que arrasaron con la Embajada de Israel y la Asociación Mutual Israelita Argentina AMIA. El envío de armas a Ecuador y Croacia, borraron el arsenal de Río Tercero, dejando cientos de muertes en cada uno de estos hechos. De allí que el intendente pueblo cordobés declarara no hacer duelo en la localidad.
También su hijo, Carlitos Junior fue muerto en un oscuro accidente de helicóptero. Mientras su padre negaba el atentado, su dolor de padre compartido por la gente, le dio la reelección. Reelección consecuencia de la reforma constitucional surgida del Pacto de Olivos, donde se reunió con el ex presidente Raúl Alfonsín con quien acordó una convivencia armónica.
Elevó a nueve los miembros de la Suprema Corte de Justicia, una jugada imprescindible para poder hacer las reformas que hizo.
A estas alturas el peronismo se había partido años antes, algunos disidentes formaron el Grupo de los ocho y se presentaron en las elecciones de 1994; la fórmula Chacho Álvarez – José Pilo Bordón lograron cinco millones de votos, oponiendo un programa de privatizaciones solidarias frente al neoliberalismo despiadado que venía operando.
Lentamente la paridad cambiaria se fue agotando y las protestas sociales ganaron la calle en el interior del país, Cutralcó inauguró los piquetes cortando las rutas nacionales. La represión oficial de gendarmería y policías locales no se hizo esperar, sus mártires fueron el estandarte de los desocupados.
Siguiendo las directivas del decálogo del Consenso, el blanco de las políticas menemistas fueron el sistema educativo, el de salud pública y el de seguridad social. Tres instituciones que caracterizaron y distinguieron la cultura y el progreso de la sociedad argentina.
La movilidad ascendente de la educación desde fines del siglo XIX y el siguiente, sumando la gratuidad universitaria en el primer gobierno peronista. Idéntico progreso tuvieron los derechos sociales que consagraban la salud y los beneficios de la seguridad social a los ciudadanos. La reforma de la Constitución de 1949 tuvo ese objetivo. Por si quedaba alguna duda sobre la destrucción de lo construido por el peronismo. Menem lo hizo.
Sin embargo, dentro del cinismo corriente, Menem argumentaba que obedecía a la adaptación ideológica de los tiempos; esto a tono con el fracaso del comunismo soviético y el fin de la historia proclamado por Fukuyama.
Las protestas docentes armaron en 1998 la Carpa blanca frente al Congreso por la que pasaron más de mil docentes de todo el país haciendo ayuno. La Ley Federal destruyó la Educación Técnica y las universidades fueron presionadas para cobrar aranceles.
Los hospitales públicos y la tradición sanitarista de Ramón Carrillo en el peronismo fundacional fueron víctima de sus reformas, transfiriendo servicios al sector privado, en ese afán de colocar al mercado sobre cualquier institución pública. Aunque un negocio mayor significó la reforma del sistema de seguridad social mediante la creación de las asociaciones de fondos de pensiones y jubilaciones, entidades que tendrían el objetivo de capitalizar a los ahorristas. Una verdadera estafa que terminaría trasladando 70 mil millones de dólares de los ahorristas que debieron ser absorbidos por el sistema estatal de reparto una década más tarde. Hecho del que fui partícipe siendo asesor consultor de la Asociación Internacional de la Seguridad Social, Oficina Regional para las Américas, cuya sede estaba en Buenos Aires, cuando en un congreso convocado en Mar del Plata en septiembre de 1994, le sugerimos al Secretario de Seguridad Social Walter Schultes, la inviabilidad del sistema propuesto dada las pésimas experiencias ocurridas en Asia y el Reino Unido. Cuando terminó el congreso, las promotoras de las AFJP promovían el nuevo sistema con un marketing digno de desodorantes o bronceadores para la playa. La estafa ya estaba en la calle.
Hechos que fueron irreversibles en el siguiente período en que ya había caído su credibilidad frente a una Alianza en la que el pueblo volcaba su esperanza. No es necesario recordar la continuidad del modelo neoliberal del inoperante gobierno de De la Rua y su fuga en helicóptero.
A casi veinte años de la peor crisis argentina donde el descreimiento de los políticos llevó al reclamo generalizado de que ¡se vayan todos!, sólo la creencia aprendida a sangre y fuego en el sistema democrático, logró conceder al Congreso la capacidad de suministrar los cinco mandatarios que se hicieron cargo del Ejecutivo hasta Eduardo Duhalde, quien tuvo el compromiso y la responsabilidad de llamar a elecciones en 2003.
Allí nuevamente, el empecinado riojano volvió a ser candidato a la presidencia declinando la segunda vuelta contra Néstor Kirchner, quien se hizo cargo del gobierno con apenas el 22% de los votos. Desde entonces Carlos Menem fue senador hasta el día de su muerte, evitando todos los juicios por corrupción que se le hicieron. Desde hace años era una sombra, había perdido el carisma y el entusiasmo de sus épocas de gloria, pero había dejado un sistema judicial podrido capaz de judicializar la política y meter presos a los rivales sin que existieran pruebas.
Nada explica mejor el retorno neoliberal con Mauricio Macri y su manejo judicial mediante el uso de los Decretos de Necesidad y Urgencia con la misma intensidad y frecuencia con que lo hizo Menem, como si las grandes decisiones no debieran trasladarse al Congreso. Cualquier semejanza con una dictadura es lícito analizarla, dado que lo ilícito impregnó a ambos gobiernos que profundizaron la espantosa desigualdad de la sociedad. Menem lo hizo. Deshizo con su traición la confianza de los que lo votaron las dos veces a presidente.
Los medios celebraron su capacidad de manipular las masas de votantes. Se dieron el lujo de que los pobres votaran como y a los ricos. Menem lo hizo. Fue el primer actor del sainete de los noventa. Mauricio, el gran domador de reposeras, como el que escapó en helicóptero, fueron pésimas marionetas del sistema.
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