Comienzan las clases presenciales, el Decreto que las autoriza es claro y contundente. Hecho ignorado por el aluvión mediático que inunda radios y canales de televisión de la mañana a la noche, creando el clima beligerante contra un gobierno que se debate en privilegiar la salud de sus habitantes por sobre cualquier otro objetivo.
Roberto Utrero Guerra / Especial para Con Nuestra América
Desde Mendoza, Argentina
Esta decisión implica una delegación de responsabilidades amplia y compleja desde quienes tienen a cargo la educación, nacional y provincial (autoridades, alumnos, padres, docentes y no docentes involucrados) hasta el cedazo sanitario que vela constantemente por la evolución de una pandemia que muta y suma víctimas a pesar de la progresiva vacunación de la población.
Sin embargo, el entusiasmo por el regreso a las escuelas obnubila del mismo modo que el recluimiento y aislamiento preventivo podía vencer un virus que dura de dos semanas a veinte días. No fue así. Lo sabemos. La inmediatez por agotar el tiempo establecido. La impaciencia que se ha entronizado en la subjetividad contemporánea, aconseja el vivir el hoy a cuenta de hipotecar o anular el futuro. El calentamiento global y nuestra amada tierra dan muestra de esa obsesiva depredación y esa locura por construir un mundo distópico y demente.
Lamentablemente, esa maestra severa que es la historia, siempre está velando en contra del olvido y sus dictámenes son inapelables.
Las sociedades occidentales, desde los albores del capitalismo, pusieron en marcha la maquinaria del consumo en principio restringido y, paulatinamente, más masivo. Incluso hasta más democrático, conforme avanzaba la drástica reforma política impulsada por los burgueses franceses a fines del siglo XVIII. La semilla de igualdad de derechos y la búsqueda de oportunidades que movilizó a las masas de campesinos hacia las ciudades, incorporando mano de obra a las pujantes factorías, impulsó la satisfacción de necesidades por siglos postergadas en las capas más bajas de la sociedad.
Lentamente la ansiedad se fue adueñando de la conducta de las personas, el aluvión migratorio que se trasladó a América, sus luchas por mejores condiciones de vida y de trabajo, desembocaron en un mejor consumo alimentario y de salud que elevaron la esperanza de vida.
El Estado de Bienestar garantizó y extendió los beneficios de la seguridad social, instituto que entró en crisis en los años setenta del siglo pasado con el desembarco del neoliberalismo. Hecho sabido que no es necesario repetirlo, puesto que su flagelo sigue haciendo estragos en nuestras castigadas comunidades.
No obstante, el individualismo y el consumo ilimitado, desarrollaron como nunca la ansiedad, la impaciencia y la intolerancia. El bombardeo televisivo del “¡llame ya!” erosionó la crisis existencial fomentada por guerras mundiales y demás desmanes que venían anunciando los pensadores del siglo XIX. Los niños y los jóvenes quemaron etapas de desarrollo y sus frustraciones personales desembocaron en consumo de drogas y de alcohol en todas las capas de la sociedad. Nadie quedó a salvo, ni ricos, ni pobres.
La globalización de las nuevas tecnologías de la comunicación y comunicación y las redes, siguieron incrementando la ansiedad y la inmediatez del consumo. Nadie espera. Nadie tolera la demora. Todos cultivan la impaciencia y el berrinche ante la insatisfacción precipitada.
En esa atmósfera enrarecida y nerviosa nos sorprende el parate de la pandemia y la autorización de las clases presenciales. No obstante, los picos de la enfermedad que se observan en Europa y las exhortaciones masivas de jóvenes y no tan jóvenes, que no respetan ninguna medida preventiva, nos hacen mirar con prudencia el ciclo escolar del presente año. De allí el monitoreo Covid 19 conforme las normativas elaboradas por la Organismo Mundial de la Salud OSM, aceptadas por todos los gobiernos.
Los organismos responsables de la educación en el país son el Ministerio específico y el Consejo Federal de Educación. Hay escuelas de gestión estatal y de gestión privada, aunque la supervisión siempre es oficial.
El Ministerio de Educación no tiene escuelas ni alumnos. Su desguace, como el operado con las empresas y organismos públicos de los noventa, profundizó lo realizado por la dictadura. Ese momento bisagra en la sociedad argentina, descentralizó impuestos y su destino, entre los cuales estaba la educación que pasó a las jurisdicciones provinciales y municipales.
De allí que las quejas de los gobernadores sobre la construcción de nuevas escuelas y el mantenimiento de las existentes, siempre resulte un dolor de cabeza por la ausencia de los recursos financieros necesarios.
De allí también la queja de directivos, cooperadoras, docentes, alumnos y sus organizaciones: sindicatos y centros de estudiantes, cada vez que se inicia el ciclo lectivo porque las escuelas no están en condiciones óptimas para el inicio de clases, mucho más en un momento en que debe cumplirse el distanciamiento preventivo obligatorio en aulas que venían sobrecargadas de alumnos.
Cualquier estrategia disuasoria, como que los alumnos concurran en forma alternada durante la semana, o concurran a distintos lugares a tomar clases, suena a disparate.
Disparate también es no reconocer – como sucede en la CABA, empeñada en comenzar las clases este 17 de febrero – que tres baños para 400 alumnos son suficientes, o que el 66% de los establecimientos de una muestra de 611 establecimientos, según el gremio UTE-Cetera, no cuenta con ventilación suficiente, dentro de los aspectos más visibles que muestra la gestión emblemática de Juntos por el Cambio. Decisión alentada por el ex presidente Mauricio Macri desde su flamante Fundación que pretende dedicarse al fomento de la educación.
Todo un panorama sombrío sin contar los centros de primera infancia, con sus problemáticas específicas, su traslado y el acompañamiento de sus padres y los numerosos colegios de educación secundaria, cuyos docentes circulan por varios establecimientos a la semana.
Comienzan las clases presenciales, el Decreto que las autoriza es claro y contundente. Hecho ignorado por el aluvión mediático que inunda radios y canales de televisión de la mañana a la noche, creando el clima beligerante contra un gobierno que se debate en privilegiar la salud de sus habitantes por sobre cualquier otro objetivo. Pero bueno… en épocas de tanta mentira, si algo se desboca, la culpa la tendrá la insensible gestión encabezada por Alberto Fernández. Un gran coro opositor se escuchará en todo el territorio nacional llevando agua a su molino, dado que 2021 es un año electoral y la derecha quiere volver triunfante.
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