A pesar de sus problemas sociales, Brasil se yergue como una potencia emergente capaz de inclinar la balanza en las relaciones entre el Norte y el Sur de América, forjando así un nuevo equilibrio continental y mundial. Y esto fue obra de una fuerza política de izquierda, consciente de la oportunidad y responsabilidades del momento histórico.
Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica
Comprender el fenómeno de Luiz Inacio “Lula” da Silva, el gobierno del Partido de los Trabajadores (PT) y la situación de Brasil en la primera década del siglo XXI es una tarea compleja, que conviene acometer sin dogmatismos.
¿Se trata de una revolución social en marcha, que aún debe ser completada, como afirma el presidente Lula, porque “no se puede desmontar el aparato de exclusión de 500 años en 8 años”[1]? ¿O por el contrario, hemos presenciado la continuidad de un neoliberalismo maquillado, que no transformó las lógicas de acumulación heredadas del gobierno de Fernando Henrique Cardoso –más bien las fortaleció-, como acusan a Lula sus críticos en la izquierda brasileña y latinoamericana?
El problema no termina allí. Otras voces, como la del sociólogo Francisco de Oliveira, uno de los fundadores del PT, encuentran semejanzas entre la actual trayectoria política de Lula y el partido de gobierno, con el peronismo argentino y el PRI mexicano, “por el control que ejerce del aparato del Estado, además de que las disputas internas también son muy feroces, por el presupuesto, por el control de las empresas del Estado”[2].
Ya en 2003, en un polémico ensayo titulado “El ornitorrinco”, de Oliveira definía la situación del Brasil que recibía Lula apelando a la imagen del ornitorrinco capitalista: esa “figura emblemática de una forma de acumulación truncada y una sociedad inequitativa sin retorno ni rescate posible”, que no puede permanecer más como país subdesarrollado, pero donde las bases internas de acumulación (el modelo extractivista y el agronegocio, por ejemplo) son insuficientes y débiles para dar el salto al desarrollo. De tal suerte, el ornitorrinco está “condenado a someter todo a la voracidad de la financiarización, una suerte de agujero negro”, donde el dinero de los trabajadores, especialmente de los fondos de jubilación, financia al capital[3].
Esa realidad persiste aún en la nación suramericana, y su exitoso desempeño económico se sustenta, en buena medida, en esa financiarización y en la expansión del capital brasileño –estatal y privado- por toda América Latina, tarea en la que el poderoso Banco de Desarrollo de Brasil ha desempeñado una función crucial.
Sin embargo, limitar el análisis a estos aspectos solo permite construir un marco parcial de interpretación, que excluye otros factores de primer orden, como la importancia histórica y política de la llegada del PT al poder, y las transformaciones sociales emprendidas desde entonces. Bien lo dice Emir Sader: “Descifrar el enigma Lula es la condición para no ser devorado por él - como ha sucedido con la oposición y con la ultraizquierda - de lo que también puede ser víctima la propia izquierda. Para lo que es esencial identificar los elementos de continuidad y de ruptura en la historia brasilera de estas décadas, rearticulada por la globalización neoliberal y por las emergentes fuerzas post neoliberales, en el trazado de la crisis hegemónica global que marca el mundo, América Latina y el Brasil contemporáneos”[4].
En efecto, en la historia reciente de nuestra región pocos dirigentes políticos han ostentado, al final de su mandato, índices de popularidad tan altos como los de Lula (aproximadamente un 80% de aprobación de los ciudadanos y ciudadanas). Este dato, que para algunos podría no significar gran cosa, se explica por los logros del gobierno petista, que el presidente Lula resumió de esta manera en una entrevista reciente: “Sacamos a 27 millones [de personas] que estaban por debajo de la línea de pobreza absoluta y al mismo tiempo llevamos 36 millones de personas a convertirse en parte de la clase media. No es poca cosa. Generamos 15 millones de empleos”[5]. Además, creó “12 nuevas universidades y 105 extensiones universitarias para 545 mil nuevos alumnos, 40 por ciento de ellos negros (pobres de las periferias citadinas)”[6].
Junto a este innegable avance en el campo socioeconómico y educativo, Lula relanzó el proyecto hegemónico regional de Brasil y rompió con la vergonzosa tradición –reforzada por los militares durante la dictadura- que subordinaba su geopolítica a la de los Estados Unidos, cumpliendo funciones subimperialistas.
Hoy, en cambio, Brasil se yergue como una potencia emergente capaz de inclinar la balanza en las relaciones entre el Norte y el Sur de América, forjando así un nuevo equilibrio continental y mundial. Y esto fue obra de una fuerza política de izquierda, consciente de la oportunidad y responsabilidades del momento histórico, en virtud de lo cual Lula y sus consejeros construyeron una política exterior global de largo plazo, sustentada en cuatro pilares: la articulación Sur-Sur en foros internacionales y en la coalición BRIC (junto a Rusia, India y China); el posicionamiento del país como referente en los temas de cambio climático, finanzas, paz y seguridad; la coexistencia armoniosa con sus vecinos, que se expresa en el apoyo incondicional a la integración y la unión latinoamericana; y finalmente, la prudencia y la audacia para conducirse sin timidez ni complejos de inferioridad en el nuevo escenario global donde, como explica el canciller brasileño Celso Amorim, “el mayor error sería subestimar nuestras capacidades”.[7]
Sería injusto y mezquino, entonces, detenerse solo en los lamentos por lo que pudo ser y no fue el gobierno del presidente brasileño, olvidando los méritos de un dirigente que condujo a su país a la condición de protagonista en el contexto interamericano y global –resta por ver sus posteriores desarrollos en esta dirección-, y que contribuyó, de manera decisiva, a que la primavera democrática –como la bautizó Frei Betto- y revolucionaria latinoamericana floreciera durante una década. En este sentido, el apoyo del PT, desde 1990, a la consolidación del Foro de Sao Paulo como espacio de convergencia para las izquierdas del continente, o la valerosa acción brasileña en la crisis de Honduras en 2009, dejan pocas dudas del compromiso militante de Lula con las organizaciones progresistas de nuestra América.
Ahora, las amenazas producto del peligroso entendimiento entre el neogolpismo criollo y el poder inteligente del imperialismo, aunado a los dilemas internos de los procesos políticos nacional-populares y posneoliberales (Venezuela, Bolivia, Ecuador), configuran una coyuntura en la que Brasil está llamado, de nuevo, a garantizar el equilibrio regional y el respeto a los gobiernos democráticos. y el respeto a los gobiernos democráticos. Como lo hizo Lula desde 2003. Y como seguramente lo hará Dilma Rousseff a partir de enero del 2011.
Nada de lo expuesto en estas líneas supone una invitación a ignorar o pasar por alto las críticas bien fundamentadas a la gestión de ocho años del PT, ni a sus contradicciones: éstas, probablemente, solo señalan los límites concretos en los cuales ha sido posible una experiencia singular de cambio en Brasil, en las condiciones que fue capaz de construir y aprovechar la izquierda brasileña. Y en ello va implícita una enseñanza para toda América Latina.
NOTAS
[1] “En ocho años hicimos una revolución”, Página/12. 3 de octubre de 2010. Disponible en: http://www.pagina12.com.ar/diario/elmundo/4-154262-2010-10-03.html
[2] “Temen analistas que si Rousseff arrasa Brasil se mexicanizará”, en La Jornada, 3 de octubre de 2010. Disponible en: http://www.jornada.unam.mx/2010/10/03/index.php?section=mundo&article=027n1mun
[3] De Oliveira, Francisco (2009). El neoatraso brasileño. Los procesos de modernización conservadora, de Getúlio Vargas a Lula. Buenos Aires: CLACSO – Siglo XXI Editores. Pp. 164-165.
[4] Sader, Emir (2009). “Brasil, de Getúlio a Lula”. En Rebelion, 18 de abril de 2009. Disponible en: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=84014
[5] “En ocho años hicimos una revolución”, Página/12. 3 de octubre de 2010. Disponible en: http://www.pagina12.com.ar/diario/elmundo/4-154262-2010-10-03.html
[6] “Sueño con una América Latina más fuerte”, en La Jornada, 3 de octubre de 2010. Disponible en: http://www.jornada.unam.mx/2010/10/03/index.php?section=politica&article=002n1pol
[7] Amorim, Celso (2010). “Brasil quiere jugar un rol ambicioso en el nuevo equilibrio del mundo”, en Le Monde Diplotique. Edición Francia, Agosto. Disponible en: http://publicaronline.net/2010/08/31/actualidad/le-monde-francia-brasil-quiere-jugar-un-rol-ambicioso-en-el-nuevo-equilibrio-del-mundo
[2] “Temen analistas que si Rousseff arrasa Brasil se mexicanizará”, en La Jornada, 3 de octubre de 2010. Disponible en: http://www.jornada.unam.mx/2010/10/03/index.php?section=mundo&article=027n1mun
[3] De Oliveira, Francisco (2009). El neoatraso brasileño. Los procesos de modernización conservadora, de Getúlio Vargas a Lula. Buenos Aires: CLACSO – Siglo XXI Editores. Pp. 164-165.
[4] Sader, Emir (2009). “Brasil, de Getúlio a Lula”. En Rebelion, 18 de abril de 2009. Disponible en: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=84014
[5] “En ocho años hicimos una revolución”, Página/12. 3 de octubre de 2010. Disponible en: http://www.pagina12.com.ar/diario/elmundo/4-154262-2010-10-03.html
[6] “Sueño con una América Latina más fuerte”, en La Jornada, 3 de octubre de 2010. Disponible en: http://www.jornada.unam.mx/2010/10/03/index.php?section=politica&article=002n1pol
[7] Amorim, Celso (2010). “Brasil quiere jugar un rol ambicioso en el nuevo equilibrio del mundo”, en Le Monde Diplotique. Edición Francia, Agosto. Disponible en: http://publicaronline.net/2010/08/31/actualidad/le-monde-francia-brasil-quiere-jugar-un-rol-ambicioso-en-el-nuevo-equilibrio-del-mundo
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