En América Latina las voces que promueven un debate en profundidad sobre la intensificación de la explotación de la naturaleza siguen siendo minoritarias y, lo que es peor, no suelen ser escuchadas en las esferas oficiales.
La difusión del reciente informe del Banco Mundial, Los recursos naturales en América Latina y el Caribe: ¿más allá de bonanzas y crisis? (13 de septiembre), podría contribuir al necesario y urgente debate sobre las estrategias más adecuadas para salir de la pobreza y la dependencia, afrontar los problemas sociales y ambientales que genera el extractivismo, y aprovechar una coyuntura favorable para conducir al continente hacia una ruptura con el neoliberalismo. No es que el informe del BM no aporte nada interesante, más bien parece una broma de mal gusto. Sin embargo, muchos gobiernos de la región, incluyendo a los llamados “progresistas”, parecen coincidir con algunas de sus conclusiones más nefastas.
La vicepresidenta para América Latina y el Caribe del BM, Pamela Cox, prologa el informe diciendo que los países de la región “llegaron a ser de los más prósperos del mundo gracias a la producción de metales preciosos, azúcar, caucho, granos, café, cobre y petróleo”. Rechaza que la explotación de los recursos naturales haya sido una maldición para la región y cree que las perspectivas a corto plazo son “halagadoras” por los altos precios del mercado. El propio informe asegura que “las exportaciones de bienes primarios siempre han activado las economías de la región, llenando las arcas de los gobiernos”, y que América Latina “puede derivar beneficios significativos por ser la mina y el granero” de las economías centrales. Por supuesto, no considera que los principales beneficiarios han sido las grandes multinacionales y los países del norte, nunca los exportadores de materias primas.
El enfoque monetarista del BM lo lleva a proponer que las “ganancias extraordinarias” que se obtienen por las exportaciones de minerales, hidrocarburos y productos agrícolas, cuyos precios se mantienen muy altos en los mercados globales, sean usadas para realizar ahorros “que podrían luego utilizarse para estabilizar el gasto en los tiempos de crisis de esos bienes”, como sostiene el informe firmado entre otros por Augusto de la Torre, economista en jefe del banco para América Latina y el Caribe. Censura las nacionalizaciones de las empresas que explotan recursos naturales y dedica parte sustancial de sus conclusiones a indicar los caminos más adecuados para “evitar o minimizar los impactos sociales y los conflictos asociados con las industrias de extracción”.
De este modo, el principal think tank neoliberal evalúa que es precisamente el alto precio internacional de las commodities lo que permite que la región esté atravesando exitosamente la crisis mundial, y no su creciente distanciamiento de las recetas del propio BM y del FMI. La fuerte dependencia de las exportaciones de materias primas, que suponen 24 por ciento de los ingresos fiscales promedio en la región, con casos que alcanzan hasta 49 por ciento, es causa de honda preocupación. Ya no se discute sobre el deterioro de los términos de intercambio, ni sobre la diversificación de las exportaciones, la industrialización y la soberanía alimentaria, cuestiones estratégicas que están siendo tapadas por la oleada de exportaciones de productos primarios que sobrexplotan los bienes comunes como el agua.
No es la primera vez que el BM hace pronósticos falsos y luego se desentiende cuando llegan resultados desastrosos. A mediados de la década de 1990 el BM promovía la privatización de las pensiones con el argumento de que el envejecimiento de la población llevaría al sistema público a la quiebra. Un reciente informe del diario El País asegura que el Círculo de Empresarios de España, con base en los análisis del BM, aseguraba en 1996 que el sistema público de pensiones tendría un déficit de 10 por ciento del PIB para el año 2000, cuando en realidad acumula ahorros equivalentes a 6 por ciento del PIB; en tanto, las pensiones privadas están al borde del colapso (El País, 19/9/10). En efecto, en Estados Unidos hay 31 estados que pueden quedarse sin dinero para pagar las pensiones privadas, mientras en el Reino Unido perdieron 37 por ciento de su valor.
En América Latina las voces que promueven un debate en profundidad sobre la intensificación de la explotación de la naturaleza siguen siendo minoritarias y, lo que es peor, no suelen ser escuchadas en las esferas oficiales. Ni siquiera en los gobiernos que se proclaman opuestos al capitalismo. En la campaña electoral venezolana, donde el domingo 26 se renueva la Asamblea Nacional, la derecha consiguió polarizar el debate instalando la cuestión de la seguridad ciudadana. Sin embargo, las diversas izquierdas no consiguen poner en cuestión un modelo de desarrollo que sigue siendo dependiente de la exportación de petróleo. Algo que no se modificó desde que en 1999 Hugo Chávez asumió la presidencia.
Es en este punto donde la inercia acerca los hechos concretos a las posiciones tramposas del BM. Mientras el capital mundial elabora propuestas para profundizar el modelo, las propuestas alternativas siguen sin ser escuchadas. Abarcan, empero, un amplio abanico: desde un neodesarrollismo hasta el sumak kawsay o buen vivir estampado en las constituciones de Ecuador y Bolivia. El economista Jorge Katz, inscrito en la primera tendencia, acaba de denunciar en el congreso anual de la Asociación de Economía para el Desarrollo de la Argentina que el decil más rico en su país tiene un ingreso per cápita mayor que ese mismo sector en los países anglosajones, en tanto la población con menores ingresos es 20 veces más pobre que los estratos más bajos de los países desarrollados.
La fase actual del modelo neoliberal, aunque algunos prefieren hablar de “posneoliberalismo” cuando se trata de gobiernos progresistas, no puede sino generar polarización económica y social. En este caso, el progresismo interpone políticas sociales que no pueden modificar la distribución de la renta, pero son funcionales a la explotación de la naturaleza. No será sencillo salir del extractivismo. Pero nunca se conseguirá sin un profundo debate que anticipe la imprescindible confrontación con un modelo depredador.
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