Experimentar en seres humanos los efectos de la ciencia médica o la tecnología de guerra ha sido una práctica recurrente no solo de los Estados Unidos de América sino, en general, del “norte revuelto y brutal que nos desprecia”. Para ellos, somos seres de segunda categoría que podemos ser tratados como conejillos de indias.
Rafael Cuevas Molina/Presidente AUNA-Costa Rica
rafaelcuevasmolina@hotmal.com
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(Fotografía: Barack Obama se disculpó vía telefónica con el presidente de Guatemala, por los experimentos realizados en la década de 1940).
Por casualidad, buscando datos sobre experimentos realizados en seres humanos en la prisión norteamericana de Tuskegee, la investigadora de ese país, Susan Reverby, encontró información en la que se da cuenta que, entre 1946 y 1948, se realizaron en Guatemala experimentos médicos que consistieron en inocular con enfermedades venéreas a enfermos mentales, soldados, prostitutas y niños huérfanos, con el fin de determinar la efectividad de la penicilina en su tratamiento. El experimento contó con el conocimiento y el apoyo institucional del gobierno de los Estados Unidos y de la Oficina Sanitaria Panamericana, precursora de la actual Organización Panamericana de la Salud (OPS).
Los especialistas que lo llevaron a cabo estaban totalmente concientes de lo que hacían y de la falta de ética que implicaba. La investigación de Reverby encontró correspondencia, entre quienes llevaban a cabo los experimentos, en la que se justificaban acerca del método que utilizaban: “Les estamos explicando a los pacientes y a los demás involucrados, salvo algunas excepciones, que el tratamiento es un nuevo suero —para ocultar la inoculación de enfermedades venéreas— que estamos utilizando seguido por la penicilina. Este doble discurso me ayuda a ganar tiempo”, dice una de las cartas. En otro documento citado en el informe se reitera la preocupación porque “una palabra —del experimento— a las personas equivocadas aquí—Guatemala—, o incluso en casa, podría hacer fracasar el experimento o algunas partes de él…”[1]. Los médicos norteamericanos que trabajaron en el hospital siquiátrico de Guatemala detallan en sus archivos que los pacientes accedían a los procedimientos a cambio de cajetillas de cigarros, sin mayor explicación. Hace 62 años, ya temían que si alguna organización se enteraba de lo que estaban haciendo en Guatemala, levantaría “mucho humo”. Thomas Parran, el cirujano general que supervisó el inicio de los experimentos reconoció que el trabajo en Guatemala no se podía hacer en EE. UU., y que los detalles se les ocultaron a las autoridades guatemaltecas.
El médico Scott Allen, de la organización Médicos por los Derechos Humanos, muestra que tales prácticas no han sido casuales o esporádicas y llama la atención sobre supuestos otras realizadas en nuestros días por la CIA en cárceles como las de Guantánamo.
Experimentar en seres humanos los efectos de la ciencia médica o la tecnología de guerra ha sido una práctica recurrente no solo de los Estados Unidos de América sino, en general, del “norte revuelto y brutal que nos desprecia”. Para ellos, somos seres de segunda categoría que podemos ser tratados como conejillos de indias. En nosotros se experimentan vacunas, hormonas, tratamientos contra el cáncer o la meningitis o los efectos de la radiación que queda después de la explosión de las bombas atómicas.
Muchos de los “efectos colaterales” de las guerras llevadas a cabo en el Tercer Mundo no son más que las secuelas de estos experimentos nefastos. El crecimiento exponencial de la incidencia del cáncer y las malformaciones en recién nacidos en Irak y Afganistán no son casualidad. Las bombas de uranio empobrecido, por ejemplo, arrojadas sobre el territorio de estos países son causantes de muchos de esos daños. Como indica Misionesonline, “Durante la Guerra del Golfo George Bush (padre) autorizó la utilización de uranio empobrecido contra la población civil iraquí. El uranio empobrecido causa el 99% de los casos de cáncer terminales en un período entre 5 y 40 años y se dispersa muy lentamente. Es una sustancia altamente tóxica y mortal que perdura en el medio ambiente por 4.500 años. Además de persistir los bombardeos contra territorio iraquí durante los gobiernos de Bill Clinton y George W. Bush, Estados Unidos prohibió a los países de la comunidad internacional vender a Irak los artefactos tecnológicos que podrían limpiar su atmósfera y el agua de ese veneno”.[2]
En el caso del país centroamericano, el presidente Barak Obama se apresuró a llamar al presidente guatemalteco para pedir disculpas.
No hay disculpa posible por todo el año que su desprecio nos ha causado a lo largo e la historia.
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