Es necesario realizar una ruptura con la idea dominante que asocia “desarrollo” con “occidentalización”, y al mismo tiempo, hacer de la especificidad cultural un factor primordial de la nueva forma de pensar el desarrollo.
François Houtart, uno de los intelectuales críticos y activistas altermundistas más reconocidos a nivel internacional, visitó Costa Rica para dictar una conferencia en la Universidad Nacional (27 de octubre), en la que reflexionó sobre los alcances de la crisis a la que nos enfrentamos, y expuso algunas propuestas o grandes ejes de pensamiento, que podrían animar y estimular la búsqueda de alternativas y soluciones.
Aunque su estadía en el país fue “invisibilizada" por los medios de comunicación hegemónicos, queremos destacar en estas líneas las principales ideas expuestas por el teólogo y sociólogo belga: un hombre que se ha ganado el respeto y reconocimiento por cultivar, a lo largo de los años, esa difícil virtud que hace de la consecuencia entre pensamiento y acción una forma de vida.
Múltiples expresiones de una crisis sistémica.
Para Houtart, asistimos hoy a una profunda crisis de la civilización occidental moderna: esa que nació con la expansión y conquista europea de los territorios del “nuevo mundo”, y al amparo del pensamiento eurocéntrico y el desarrollo del capitalismo (mercantilista, en un momento inicial; industrial-extractivista, más tarde, y financiero-informacional, en nuestros días).
Cuatro son las dimensiones más visibles, aunque por cierto no las únicas, de esta crisis: en primer lugar, la alimentaria, signada por el aumento en los precios de los productos agrícolas en los últimos años, y los movimientos de capitales especulativos hacia este sector de la economía mundial.
En segundo lugar, la crisis energética, que al ritmo de crecimiento de los niveles de consumo actuales, provocará el agotamiento de fuentes energéticas fósiles y minerales en un período de 50 años a un siglo (con el riesgo implícito de que aumenten los proyectos de explotación de la agro-energía); a ello se suma la crisis del cambio climático, cuyos efectos amenazan a grandes sectores de la población mundial, especialmente de los países más pobres e insulares, que llegarían a convertirse en migrantes climáticos.
Finalmente, la última dimensión señalada por Houtart es la crisis de hegemonía –política y económica- de los Estados Unidos, la potencia otrora dominante, que ahora afirma sus espacios de dominación a partir del despliegue de su fuerza militar: las invasiones a Irak y Afganistán, o la instalación de bases militares en zonas geopolíticas y geoeconómicas estratégicas en América Latina –una de las principales “reservas” de recursos naturales del planeta-, así lo confirman.
En el origen de estas múltiples crisis, subyace la lógica de acumulación del capitalismo, que ignora deliberadamente las consecuencias de sus actos. Siendo, entonces, una crisis civilizacional, de sistemas entrelazados e interdependientes, su lectura debe superar la estrecha interpretación que intenta caracterizarla solamente en su perspectiva financiera.
Alternativas y horizonte utópico.
Ante un panorama como este, ¿cuáles son las rutas que podríamos seguir para construir alternativas a esa civilización decadente? Un elemento clave en ese proceso de búsqueda y transformación, explicó Houtart, debe ser el replanteamiento profundo, radical, de los paradigmas dominantes de la civilización moderna, y en particular, del modelo de desarrollo neoliberal, quizá el más destructivo que ha conocido la historia humana.
Esto supone repensar los pilares de la modernidad occidental, posicionándose críticamente frente a ellos, para revertir sus efectos negativos, sus tensiones y contradicciones. Es necesario realizar una ruptura con la idea dominante que asocia “desarrollo” con “occidentalización”, y al mismo tiempo, hacer de la especificidad cultural un factor primordial de la nueva forma de pensar el desarrollo.
Así, un programa mínimo que encauce los esfuerzos de construcción del otro mundo posible requiere, en primera instancia, revertir el paradigma de la dominación y explotación de la naturaleza -que atraviesa la historia del colonialismo y el capitalismo modernos-, para forjar, en su lugar, una relación basada en el respeto y la conciencia de los vínculos profundos que existen entre el medio ambiente y el ser humano.
Además, debe aspirar a la transformación de la lógica dominante de la producción de la vida, es decir, redefinir la economía como la actividad necesaria para producir la vida material, cultural y espiritual, lo que supone, al mismo tiempo, impugnar el dogma capitalista que coloca el valor de cambio por encima del valor de uso de las mercancías.
Un tercer punto a considerar es la democratización social y política, a todo nivel: desde las relaciones humanas más básicas, hasta las instituciones políticas estatales y los organismos internacionales.
Y por último, directamente vinculado con lo anterior, la inclusión de los enfoques de multiculturalidad en “la construcción de una sociedad con oportunidad para todas las culturas, todas las religiones, todas las filosofías y los saberes”.
El plan de acción para llevar adelante este programa requiere “coherencia y unidad en el análisis y la acción”, y su objetivo final ha de ser la consolidación de un nuevo horizonte utópico: el Bien Común de la humanidad, lo que solo podrá alcanzarse mediante la complementariedad de las luchas, de los saberes y la convergencia de los movimientos sociales, si realmente se apuesta por “un proyecto de cambio de largo plazo”.
Precisamente, esta fue la gran lección de la conferencia de Houtart: la necesidad de la utopía, de no abandonar ese camino que, aunque largo y no pocas veces doloroso, ha de ser fecundado por la persistencia, sin olvidar que “lo que no existe hoy, puede existir mañana…”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario