La derecha latinoamericana no ha perdido sus viejas costumbres, muchas de ellas articuladas a una visión de “naciones opereta”, como le llamó el presidente Rafael Correa, de Ecuador, cuando se dirigió al pueblo desde el balcón del Palacio de Corondolet luego de que fracasara el golpe de Estado fraguado contra él.
Rafael Cuevas Molina/Presidente AUNA-Costa Rica
rafaelcuevasmolina@hotmail.com
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(Fotografía: El pueblo ecuatoriano se movilizó y lanzó a las calles para detener el golpe de Estado)
Como nunca antes, la derecha latinoamericana se ha visto desplazada del poder político en varios países de América Latina. Siendo, como ha sido, fiel instrumento ejecutor de los designios del Consenso de Washington durante 20 años, los resultados desastrosos en que desembocaron las reformas impulsadas bajo su égida les pasaron factura. Partidos otrora poderosos, verdaderas máquinas electorales que movilizaban miles, si no millones, de electores, se derrumbaron y hoy están confinados a ser pequeños contingentes que apenas pueden sobrevivir. Es el caso, por ejemplo, de Acción Democrática (AD) y de COPEI en Venezuela.
No porque sus expresiones partidarias se hayan visto disminuidas, la derecha latinoamericana ha perdido sus viejas costumbres, muchas de ellas articuladas a una visión de “naciones opereta”, como le llamó el presidente Rafael Correa, de Ecuador, cuando se dirigió al pueblo desde el balcón del Palacio de Corondolet luego de que fracasara el golpe de Estado fraguado contra él.
La visión de naciones de opereta de la derecha latinoamericana se encuentra apoyada, entre otros, en algunos principios básicos: 1) el papel activo y de su parte de los Estados Unidos de América; 2) el saber de su lado al ejército, que a disgusto acepta la presencia de fuerzas democráticas, progresistas o de izquierda en el poder político y 3) el tener en sus manos (o aliados a ellos) importantes medios de comunicación de masas, verdaderos “fabricantes de consenso”.
La derecha latinoamericana se desconcertó por el ascenso de nuevos sujetos sociales al poder del Estado en los primeros años del siglo XXI. Poco a poco se ha reorganizado y recurrido a cuanto método esté a su alcance para tratar de volver a ocupar el lugar que ocupó siempre. Cuando debe llenarse la boca con democracia, se la llena. Cuando debe organizar un putch, lo organiza. Cuando debe mentir, miente y cuando debe aprovechar los errores, yerros o debilidades de las fuerzas progresistas y de izquierda, las aprovecha al máximo.
La derecha latinoamericana ha tomado nuevos bríos en los últimos tiempos: le resultó el golpe de Estado en Honduras y, entre otras cosas, con ello inclinaron el fiel de la balanza hacia el conservadurismo en Centroamérica. Desalojó del poder a la Concertación en Chile. Hizo avances en las elecciones parlamentarias venezolanas. Golpeó a una figura emblemática del progresismo colombiano, la senadora Piedad Córdoba. Intentó un golpe de Estado en Ecuador.
La derecha latinoamericana, después del momento de desconcierto, se avitualló y pasó al contraataque.
La elección de Barak Obama en los Estados Unidos les ha venido de perlas, porque se disipó la tan malograda imagen del cowboy tonto que proyectaba George Bush, y ahora pueden contar con una política más refinada y efectiva. Los Estados Unidos tienen ahora una batería de razones para justificar su presencia militar en América Latina: el narcotráfico, las organizaciones criminales transnacionales, las migraciones. Explotando el miedo y la incertidumbre que genera el crecimiento exponencial de la inseguridad y la violencia, aparecen en el horizonte con sus naves artilladas, sus portaviones, sus helicópteros y sus marines y se presentan como los grandes salvadores.
Los medios de comunicación son su caballo de batalla cotidiano. Nunca como ahora se habían quitado la careta de forma tan descarada. Medios con sede en los Estados Unidos, pero con difusión en todo el mundo, incluyendo, lógicamente, a América Latina, han orquestado una verdadera estrategia comunicacional, agresiva y beligerante, en contra de los gobiernos progresistas. El ejemplo clásico es la CNN.
Los ejércitos, por su parte, están ahí, como la espada de Damocles. Son como gatos agazapados esperando a saltar en el momento menos esperado. Hacen votos de lealtad pero quién sabe. En Ecuador y Uruguay protestan porque no les parece la remuneración que se les ofrece y, como vimos en este último país, no se detienen a pensarlo dos veces para sublevarse, insultar, atacar y secuestrar al presidente.
¿Cómo se detiene a la derecha latinoamericana? Profundizando los procesos de transformación social: 1) ampliando la base social de apoyo a través de políticas sociales que hagan ver con toda claridad quiénes son la principal prioridad de un gobierno progresista; 2) profundizando la democracia participativa, darle poder de decisión a quienes han estado siempre marginados; 3) ponerle especial atención a la dimensión ideológica y cultural de la construcción de nuevos proyectos sociales: la sociedad de consumo y sus valores no es compatible con las aspiraciones de construir sociedades distintas a las actuales.
A la derecha latinoamericana la debe frenar el pueblo.
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