Cuba es una demostración de que no valen los modelos, sino las experiencias sistematizables. Tenemos una experiencia, hay que ver ahora en qué medida esa experiencia es capaz de autocorregirse, de mejorarse, de hacerse sistematizable, de servir a otros como experiencia pero no como modelo.
Intervención en la Cátedra de los libertadores, 4 de agosto del 2010. Casa Nacional del Bicentenario. Buenos Aires, Argentina.
Voy a hacer una presentación algo informal, dado que comparto el panel con Atilio Borón y Julio Gambina, dos argentinos que dominan la realidad cubana tan bien como yo. He organizado unos ocho o nueve puntos para tratar de ceñirme a los 20 ó 25 minutos que me corresponden. Mi propósito no va a ser en esta ocasión atenerme al relato histórico interno. Voy a tratar más bien de colocar el experimento cubano de transición socialista en el escenario latinoamericano que recorrió hasta la actualidad, donde otros efectos transicionales se han desarrollado en este siglo XXI, pues creo importante que no nos quedemos en la interpretación, y ni siquiera en la comprensión, del relato local. Ni desde la apología de los logros de la Revolución Cubana, que no son pocos, ni desde las críticas de sus frustraciones, que tampoco son despreciables en número e intensidad.
Quiero comenzar con una reflexión sobre el tiempo. Recordar que la Revolución Cubana cumplió 50 años. Recordar también que el nuevo escenario de transformación en América Latina, en el que al fin la Revolución Cubana se puede insertar, legítimamente, en su contexto continental, tiene solo diez años. Es decir, este escenario de hoy cuenta, por una parte, con una total frescura y adolece, por otra, de una falta de acumulación experimental. Los cubanos contamos con una acumulación de experiencias muy rica; pero, a veces, nos falta la frescura para incorporar flexiblemente las transformaciones que la época demanda.
Como primer experimento de cambio radical en América Latina, el cubano se ha caracterizado, sobre todo, por mostrar su capacidad de resistir a todo tipo de presiones del imperio. ¡A todo tipo de presiones! A las directas, a las ejercidas a través de la América Latina y a las ejercidas por la implementación de la dominación norteamericana imperialista en el resto del mundo. A las económicas y a las armadas, a las diplomáticas y a las culturales. Quiero decir que hay que tomar en cuenta que aquella situación obligó a Cuba a resistir en soledad, a resistir prácticamente aislada. Y cuando digo aislada pienso en el bloqueo de los EE.UU. durante más de medio siglo, pero aislada también debido al corte que EE.UU. forzó en el seno de la Organización de Estados Americanos (OEA. Se impuso como nunca el panamericanismo imperial.
Solamente México mantuvo el reconocimiento diplomático a Cuba y las relaciones consiguientes; gesto que siempre Cuba ha agradecido. Se trataba de una nación mexicana que todavía no había sufrido los efectos de la expansión neoliberal de los 80 ni la devastadora desestructuración económica impuesta por el Tratado de Libre Comercio firmado con los EE.UU. y Canadá en 1994; proceso que ha erosionado sensiblemente la influencia de su acción con luces independientes en el concierto continental. Aunque ni siquiera el México de entonces podía darnos un respaldo material, como contribuir a suplir el corte de la cuota petrolera estadounidense a Cuba. No podía suplirlo, su soberanía estaba demasiado comprometida para tanto. Como dijo alguien: “tan lejos de Dios y tan cerca de los EE.UU.”; es que siempre se ha visto muy sometido a las presiones del Norte. Por lo tanto, considero que el apoyo mexicano fue importante pero más bien simbólico, cuando todo el resto de nuestro continente cortaba sus lazos con Cuba.
Se sumaron al efecto de aislamiento las reticencias europeas, fluctuantes pero significativas. Lo paradójico fue que el país que mantuvo mejores relaciones económicas con Cuba en Europa fue el que las tenía peores políticamente, incluso con fuertes diferendos con el poder revolucionario temprano: la España de la dictadura franquista. Hay datos curiosos, como por ejemplo, convenios azucareros con España en los 60, en momentos tensos de las relaciones bilaterales, que contaron con precios preferenciales más favorables que los convenios azucareros con la Unión Soviética en la misma época (por supuesto, Cuba no formaba parte aún del CAME1). Cuando Cuba entró al CAME en los años 70 el panorama se modificó. Entonces Cuba pudo edificar, al menos por dos décadas, un proyecto de desarrollo, que las condiciones adversas de los 60 no habían propiciado. Con los costos —hay que reconocer— de una nueva forma de dependencia. LEA EL TEXTO COMPLETO AQUÍ...
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