Debido a sus efectos en la sociedad cubana, el bloqueo impuesto a la isla por los Estados Unidos se ajusta perfectamente a la definición de genocidio de la Convención de Ginebra (1948), y la de guerra económica establecida en la Declaración del Derecho a la Guerra Marítima adoptada en Londres en 1909.
El bloqueo a Cuba se mantiene en una situación semejante bajo el gobierno de Obama a la existente durante el de W. Bush. Aunque se ha recrudecido en algunos aspectos, como es la persecución implacable de las operaciones comerciales cubanas para frustrarlas, y el acoso y las multas millonarias a individuos o empresas estadunidenses o de otros países que intentan comerciar con la isla, así como bancos extranjeros que realicen cualquier movimiento con dólares de ciudadanos o del Estado cubanos.
Todo esto implica sufrir las gabelas por el aumento del riesgo país. Además, Cuba sigue sin acceso al crédito de los organismos financieros internacionales y los escasos que puede obtener de la banca comercial son casi siempre en condiciones muy onerosas. La llamada flexibilización bajo Obama en rubros como la comunicación es una tomadura de pelo, pues no aporta a Cuba la posibilidad de acceder al capital, la tecnología ni la adquisición de equipos en el mercado estadunidense; consiste en medidas cuyos fines desestabilizadores han reconocido funcionarios de Washington. A la única excepción al bloqueo, la venta al contado a la isla de alimentos estadunidenses, se le han puesto trabas muy complicadas y gravosas.
El daño económico directo al pueblo cubano acumulado por el bloqueo, hasta diciembre de 2009, asciende a 18 mil 154 millones de dólares, cifra calculada de forma conservadora mediante un riguroso trabajo del gobierno cubano con la intervención de todas sus dependencias, centros de investigación económica y financiera y trabajadores de todas las ramas económicas. Pero el monto se incrementaría a 239 mil 533 millones de dólares si se tomara como base la inflación de precios minoristas en Estados Unidos utilizando el CPI Calculator del Departamento del Trabajo de ese país. La cifra treparía hasta los 751 mil 363 millones de dólares si el cálculo se hiciera considerando la devaluación de la divisa estadunidense respecto a la onza troy de oro en más de 30 veces desde 1971 (35 dólares por onza) hasta diciembre de 2009 (más de 1000 dólares por onza).
Pese a ser astronómicas estas sumas, no pueden dar una idea cabal de la deliberada crueldad detrás de los sufrimientos que ha impuesto esta política a los cubanos ni la odiosa postura yanqui de únicamente modificarla si Cuba se rindiera. Varias generaciones de isleños, la mayoría, nació y ha vivido toda su vida bajo el bloqueo. Debido a sus efectos en la sociedad cubana, se ajusta perfectamente a la definición de genocidio de la Convención de Ginebra (1948) y la de guerra económica establecida en la Declaración del Derecho a la Guerra Marítima adoptada en Londres en 1909. Definiciones, por otra parte, perfectamente congruentes con los que fueron precisados como objetivos del bloqueo el 4 de abril de 1960 en un memorándum ya desclasificado del Departamento de Estado: causar, hambre, desesperación y desaliento en el pueblo cubano.
Por sólo mencionar uno entre los muchos graves problemas que ocasiona el cerco está la imposibilidad de adquirir fármacos, equipos y tecnologías de avanzada para la cura del cáncer y las enfermedades cardiovasculares solamente fabricados por Estados Unidos o por consorcios donde éste posee acciones o cuyos productos contengan más de 10 por ciento de componentes estadunidenses. Existe una particular saña respecto a impedir que esos artículos lleguen a los hospitales pediátricos cubanos. De la misma manera fármacos irremplazables de la biotecnología cubana son vedados a los pacientes de Estados Unidos a menos que se arriesguen a viajar a Cuba en desafío a las duras penas impuestas por Washington.
Lo más triste de esto es que desde que Obama llegó a la oficina oval se ha reunido la mayor coalición de fuerzas opuestas al bloqueo que haya existido en Estados Unidos, dentro y fuera del Congreso, las corporaciones, influyentes legisladores de los dos partidos, iglesias, organizaciones sociales y una opinión pública muy favorable, hasta entre una parte considerable de los cubanos en Miami, que le otorgaban un margen de acción sin precedente al Ejecutivo para modificar las políticas de 10 de sus antecesores.
Pero excepto en la retórica, las medidas a favor de los viajes de los cubano-estadunidenses a la isla y una tímida apertura al intercambio cultural que no alcanza ni de lejos la que existió con Clinton, nada se ha avanzado. Ni siquiera en poner fin a la prohibición a los estadunidenses de viajar a Cuba, el único país al que se les impide visitar.
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