Las dimensiones de la crisis económica, y el reordenamiento de los equilibrios de fuerzas globales, demandan un giro de timón hacia rumbos posneoliberales. Aunque demore años, Centroamérica debe volver al Sur de nuestra América: allí donde pertenece.
Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica
Mientras los países latinoamericanos que integran la UNASUR discuten soluciones y acuerdan medidas para enfrentar este nuevo “coletazo” de la crisis del sistema capitalista, Centroamérica –y Costa Rica no es la excepción- podría pagar muy alto el precio de su adhesión política casi generalizada al neoliberalismo y su dependencia económica estructural de los Estados Unidos (profundizada por el Tratado de Libre Comercio vigente con ese país).
Así se desprende de los criterios de dos reconocidos economistas costarricenses, no subordinados al establishment de la intelectualidad oficial, quienes analizaron recientemente, en sendos artículos, las perspectivas del país y de la región centroamericana en la actual coyuntura internacional.
En su columna del diario digital El País , el Dr. Henry Mora Jiménez, Decano de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Nacional, afirmó que la economía centroamericana podrían sufrir severos impactos macroeconómicos, similares de los del período 2008-2009, entre ellos: “a) fuerte desaceleración del crecimiento (incluso negativo en el fondo de la crisis), b) disminución de la inversión extranjera (hasta en un 20%), c) disminución del envío de remesas, d) impacto negativo en el turismo (¡ahora que estaba en vías de recuperación!), e) fin de la leve recuperación de las exportaciones, f) empeoramiento de la situación fiscal”.
Esta situación afectaría, principalmente, a los sectores de la población de zona rural y a los que dependen de las actividades turísticas y agropecuarias de exportación. “En general, la contracción de los sectores más transnacionalizados de la economía hará aumentar el desempleo y la pobreza. Esperemos que en esta ocasión no se dispare el precio de los alimentos, que tuvo un impacto desastroso para los más pobres en 2008 y 2009. Y desde luego, las presiones fiscales (hoy más complicadas) harán más difícil que los gobiernos compensen ampliamente estos efectos. Y como el precio del oro anda por las nubes, seguirán las presiones transnacionales e internas a favor de esa temida actividad que es la minería a cielo abierto. No hay que pestañear”, explicó Mora.
Ante un panorama como este, ¿qué pueden hacer los gobiernos de la región? Descartada la posibilidad de un “blindaje” como el que propone la UNASUR, o el uso de una moneda alternativa para las operaciones comerciales –como el sucre que funciona entre los países del ALBA-, dado el pequeño tamaño de nuestras economías y la dependencia que mantienen México, Centroamérica y el Caribe de los mercados y capitales estadounidenses, Mora considera que “a corto plazo los gobiernos centroamericanos deben defender su mercado regional”.
Al mismo tiempo, el economista concluye que es necesaria “una reforma fiscal que genere recursos para al menos hacer sostenible un déficit fiscal que permita estimular el empleo y la economía social. Sí, apostemos a la economía social y a la organización productiva y social de la población en este tipo de emprendimientos. Los humildes no necesitan dádivas, necesitan oportunidades de empleo y condiciones para realizarlas”.
Por su parte, el Dr. Luis Paulino Vargas, del Centro de Investigación en Cultura y Desarrollo de la Universidad Estatal a Distancia, en un texto publicado por la agencia de información latinoamericana Argenpress.info, señaló que “frente a la magnitud de las tormentas que en este momento se abaten sobre Europa y EE.UU, se hacen indispensable dos cursos de acción urgentes: a. revitalizar el espacio económico centroamericano como nuestro espacio económico natural. [y] b. desarrollar un esfuerzo extraordinario de acercamiento a América del Sur, en especial Brasil y Argentina pero, en general, todo el bloque sureño en sus diversas expresiones”.
Para Vargas, “esto es esencial a fin de contar con mercados confiables donde colocar la producción y con la finalidad de hacerse parte de mecanismos de cooperación financiera mancomunados. A su vez, esto atiende a un objetivo ineludible: crear diques de contención que frenen la marejada destructiva que viene del norte”.
Por supuesto, este tipo de acciones requieren lo que, en el contexto centroamericano, sería un descomunal esfuerzo de creación política que involucre al conjunto de la ciudadanía, y sea capaz de revertir tendencias históricas de nuestro desarrollo socioeconómico: en particular, las decisiones tomadas por las elites regionales durante los últimos treinta años cuando, encantadas por el sonido de las flautas del neoliberalismo, apostaron por profundizar sus vínculos con la potencia norteamericana y adoptaron, sin chistar, los planes de reforma y ajuste estructural del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional.
Es un desafío sumamente difícil pero necesario, que además exige derribar el “muro ideológico del Darién”, ese artefacto de la cultura política dominante que, en consonancia con los intereses de la política exterior estadounidense, ha impedido todo posible contacto, acuerdo y diálogo constructivo entre Centroamérica y los procesos nacional-populares suramericanos.
Las dimensiones de la crisis económica, y el reordenamiento de los equilibrios de fuerzas globales, demandan un giro de timón hacia rumbos posneoliberales. Aunque demore años, Centroamérica debe volver al Sur de nuestra América: allí donde pertenece.
Utopía, sí. Pero sirve para empezar a caminar.
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