La democracia neoliberal y de baja calidad que hoy vivimos en Guatemala, nació bañada en la sangre que derramó desde la década de 1980 Ríos Montt y después el régimen de Humberto Mejía Víctores.
Carlos Figueroa Ibarra / Especial para Con Nuestra América
Desde Puebla, México
El jueves 18 de agosto a las 18.30 horas en la sede de FLACSO, tendré el gusto de presentar la segunda edición corregida y aumentada de mi libro “El recurso del miedo. Estado y terror en Guatemala”. Nacido en el contexto de una tragedia personal, el asesinato de mis padres y de varios amigos, el ser sobreviviente de una lista de muerte del Ejército Secreto Anticomunista, el escribir este libro significó para mí la búsqueda de la paz de la razón. Esto significó el encontrar una explicación fundamentada en la ciencia social con respecto a la gran ola de terror que anegó en sangre a Guatemala entre 1978 y 1983.
La pregunta crucial que se deben hacer todos aquellos que han estudiado y estudiarán la represión terrorista que ha ejercido el Estado en Guatemala es la siguiente: ¿Por qué motivo Guatemala es el país en donde se observó el genocidio más grande de la América contemporánea? A partir de la contrarrevolución de 1954 y particularmente entre 1960 y 1996, 150 mil personas fueron ejecutadas extrajudicialmente y 45 mil fueron objeto de la desaparición forzada. Para un país que pasó durante ese período de 2 o 3 a aproximadamente 10 millones de habitantes, el genocidio es en términos proporcionales uno de una escala notable. Pero en términos absolutos también lo es. Argentina tuvo aproximadamente 30 mil desaparecidos aunque cierto es que esta infamia ocurrió en un lapso de unos 5 o 6 años. Comparado con Efraín Ríos Montt, Augusto Pinochet resulta un aprendiz de genocida, pues se calcula que en el peor momento de la dictadura chilena (1973-1976) fueron asesinados unos 3 mil chilenos.
Durante los 18 meses de gobierno de Efraín Ríos Montt, además de los fusilamientos hechos en el marco de los Tribunales de Fuero Especial, 16 mil guatemaltecos fueron asesinados o desaparecidos y se inició de manera sistemática la política de tierra arrasada que se observó a través de cientos de masacres de aldeas y caseríos indígenas. Pero Ríos Montt no fue un dictador terrorista más. Su proyecto iniciado con el golpe de estado de marzo de 1982 buscaba un viraje en la acción represiva que buscaba darle al Estado guatemalteco una estabilización de largo alcance. Por ello he usado la expresión de que con Ríos Montt el Estado buscó dejar de ser una bestia para convertirse en un centauro, es decir un ente mitad bestia mitad humano. Se buscó combinar el momento más alto de la represión estatal en la historia de Guatemala con reformas que le quitaran sustento político a la insurgencia. Se pretendía una suerte de reforma agraria, una reforma tributaria y diversas formas de búsqueda de soporte de masas para el Estado. Ríos Montt lo expresó de manera lúcida en el momento en que enfrentaba la incomprensión de la clase dominante: “un guatemalteco con hambre es un buen comunista, un guatemalteco sin hambre es un buen anticomunista”. Al final el carácter mesiánico del dictador, la guerra que le hizo la propia clase dominante, el descontento en el ejército porque se habían subvertido las jerarquías, y sus pretensiones continuistas, terminaron por propiciar su derrocamiento en agosto de 1983.
Pero es cierto que lo logrado por Ríos Montt en ese período fue sustancial para pasar al período de los gobiernos civiles. Y justo es decir por ello mismo, que la democracia neoliberal y de baja calidad que hoy vivimos, nació bañada en la sangre que derramó Ríos Montt y después el régimen de Humberto Mejía Víctores. La insurgencia fue derrotada militarmente pero los problemas que la habían hecho surgir se mantuvieron y hoy se expresan en la descomposición social que hoy vive el país. En cuanto al genocida, tuvo un resurgimiento a través del partido que fundó, el FRG. Logró además mantener la impunidad a través de sucesivos períodos como diputado. Hoy su partido camina hacia la extinción la cual se materializará en unas semanas y el general, que pudo haber pasado a la historia como un militar reformista de gran visión estatal, será recordado como el peor de los genocidas en un país de grandes genocidas.
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