Cristina Fernández recogió un contundente respaldo popular en las elecciones primarias realizadas el domingo 14 de agosto. La oposición política, mediática y económica desnudó sus límites y quedó al borde del ridículo, único lugar desde el cual no hay retorno.
Ernesto Espeche*/ Agencia Periodística de América del Sur
Votó casi el 80 por ciento de la población habilitada –cifra record- un dato que evidencia la ineficacia de las campañas de desinformación y desprestigio que se organizaron desde el bloque opositor para generar confusión y apatía.
Pero el dato medular que se desprende de los comicios está en los abrumadores resultados conseguidos por el Frente Para la Victoria (FPV): más de la mitad de los argentinos respaldaron el proyecto iniciado en 2003 por Néstor Kirchner y continuado por Cristina Fernández desde 2007. Ninguna de las listas opositoras superó el 13 por ciento de los sufragios. Se estableció, de este modo, una brecha –un abismo- que difícilmente pueda encontrarse en las páginas de la historia institucional argentina.
El inédito apoyo que recibió el oficialismo gobernante puso luz sobre el escenario político concreto que se despliega más allá de las oscuras operaciones mediáticas. La elección pone las cosas en su lugar, es decir, nos presenta una realidad que nada tiene que ver con el clima de derrota instalado por las instituciones productoras de sentidos luego de los procesos electorales locales realizados en Ciudad de Buenos Aires, Santa Fe y Córdoba. Desde hace dos meses se insistía desde los bunkers de la oposición –los canales de televisión, las radios y los diarios enfrentados al gobierno- que había comenzado el agotamiento de la hegemonía oficial.
Las cosas en su lugar, decíamos. Una explicación posible al apoyo masivo recibido por la presidenta se asienta en un hecho irrefutable: las diferentes listas opositoras no alcanzaron a perfilar una alternativa creíble y con capacidad potencial de acceder a la presidencia. Aparecieron segmentadas, enfrentadas entre sí y encabezadas por referentes emparentados en su mayoría a las peores épocas que guarda la memoria colectiva.
Todo esto es cierto, aunque no parece ser el único vector para un análisis integrador. Pero todas las columnas de opinión que le ponen letra al discurso anti-gobierno se centran solo en el factor endógeno opositor, como si en la dinámica social no interviniese un complejo entramado de variables que exceden los límites del círculo cerrado que rodea a las voluntades de la reacción.
La clave, entonces, está en el impulso transformador del proyecto en curso. Los argentinos votaron para confirmar un rumbo, no para castigar la falta de alternativas serias. No fue un voto frío, desencantado o displicente. Fue un voto militante, festivo, reflexivo y lleno de optimismo; un voto que contagia, que entusiasma y que invita a participar y comprometerse. Un voto que no puede aun ser leído por quienes ni hoy ni nunca entendieron el comportamiento de las mayorías cuando se sienten interpeladas como sujeto histórico.
Si ponemos en relación los dos factores señalados en los párrafos precedentes podemos concluir que ese más del 50 por ciento es el piso y no el techo. De aquí a octubre seguirán las operaciones de desprestigio, las denuncias convertidas en escándalos mediáticos y los microclimas medidos sin el instrumental adecuado. Más de lo mismo, pero –como quedó demostrado- no alcanzará a revertir una tendencia irrefrenable. A partir de ahora, cada maniobra desestabilizadora generará más apoyo al gobierno; cada ataque venenoso dejará a la presidenta en el lugar de la concordia y la unidad nacional.
Malas noticias para los detractores del proyecto nacional. Toda intervención destituyente será contraproducente. Deberán aceptar la voluntad popular y empezar a imaginar una nueva posibilidad con la mirada en 2015. Siempre y cuando, claro está, acepten las reglas del juego democrático. Por las dudas habrá que estar atentos, porque no es esa una típica costumbre de la derecha argentina.
*El autor Director Adjunto de APAS, doctor en Comunicación de la Universidad Nacional de La Plata, director de Radio Nacional Mendoza y de la carrera de Comunicación Social de la UNCuyo.
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