En estos tiempos de crisis, la unidad y la emancipación, como dijera José Martí de la creación política y cultural en el siglo XIX, son las palabras de pase de esta generación de latinoamericanos del siglo XXI.
Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica
Mientras la crisis civilizatoria avanza y se manifiesta con mayor intensidad, sacudiendo los pilares del mundo que hemos conocido durante al menos los últimos 60 años –desde el fin de la Segunda Guerra Mundial-, en América Latina se van perfilando dos tendencias que intentan enrumbar la región por caminos diferentes a los señalados por la hegemonía política, financiera y militar global.
Una de estas tendencias es la que reafirma el curso de unidad e integración que caracteriza el clima político de la región en los últimos años, en particular, desde la llegada al poder de gobiernos progresistas, nacional populares y cada vez menos afectos al ideario del neoliberalismo desintegrador.
Este bloque que podríamos designar, de un modo muy general e ilustrativo, como nuestroamericano, dado el común denominador de sus gobiernos, movimientos y organizaciones populares por construir políticas –no exentas de contradicciones y límites- con una visión propia, pensadas desde nuestras realidades diversas y plurales, y orientadas a satisfacer los intereses de las grandes mayorías, ha logrado emprender con buen paso la batalla cultural por la unión latinoamericana y caribeña (véase el desafío histórico, político y simbólico que supone la creación de la CELAC, un organismo continental sin Canadá y Estados Unidos).
Al mismo tiempo, y contra los pronósticos más pesimistas y las maniobras conspirativas de la derecha criolla y el imperialismo (como sucedió en Honduras, en 2009), este bloque nuestroamericano no solo suma nuevos aliados, sino que está impulsando la recomposición geopolítica y económica de la región: por un lado, el triunfo de Ollanta Humala en Perú podría fracturar definitivamente el bloque del Pacífico (México, Colombia, Chile), incondicional a Washington; y por el otro, la articulación de respuestas concertadas y regionales a la crisis económica mundial, desde el foro de la UNASUR y su recién creado Consejo Suramericano de Economía y Finanzas, si bien no aspira a la creación de un orden poscapitalista, sí representa un avance importante en la vía desmontar el aparato de dominación tendido por los organismos financieros internacional –FMI, Banco Mundial, BID- desde el inicio de la contrarreforma neoliberal conservadora de finales de los años 1970.
Signo inequívoco de la fortaleza política de la idea de la unidad latinoamericana, es el triunfo de la presidente argentina Cristina Fernández en las elecciones primarias del pasado domingo (con un apoyo abrumador del 50,7% de los votos emitidos, 38% más que sus rivales más cercanos), que allana su reelección para las elecciones presidenciales de octubre y apuntala el proceso diverso de integración nuestraamericana (iniciado también por el exmandatario Néstor Kirchner), en el que Argentina, por su dimensión geográfica, económica y estratégica, constituye uno de los pilares junto a Brasil y Venezuela. No en vano, una vez conocidos los resutados, la presidenta recibió felicitaciones y apoyo de sus pares de Brasil, Bolivia, Colombia, Ecuador, Venezuela y Uruguay.
La otra tendencia a la que hacemos referencia es la de la emancipación social, popular y antineoliberal, refrendada ahora por los presagios de colapso del sistema mercadocéntrico y especulativo que rige los destinos de los países industrializados, y que en América Latina fue vanguardia de la neocolonización impulsada desde los años 1990.
En este sentido, resulta muy significativo que la inminente reelección de la presidenta Fernández ocurra justamente 10 años después de la profunda y dolorosa crisis que sacudió a la Argentina en 2001, y que supuso, para todos los efectos, un hito fundamental en lo que, vistos los cambios ocurridos desde entonces, podríamos señalar como la clausura en América Latina, con mayor o menor celeridad, con más o menos dificultades en cada país, del proyecto neoliberal ortodoxo y antinacional.
Tampoco es casual que otro de los “alumnos ejemplares” o “modelos” del neoliberalismo latinoamericano, como es el caso de Chile, muestre grietas y señales inconfundibles de agotamiento: aquí, las protestas de los últimos meses condensan un amplio abanico de demandas y reivindicaciones que explican el cambio de época en América Latina, y que ahora cuestionan, incluso, la gestión de los gobiernos progresistas y nacional-populares surgidos de las movilizaciones y resistencias de los años 1990 y de inicios de la década del 2000 (como el de Evo Morales en Bolivia).
Chile es hoy un nuevo foco de las transformaciones en nuestra América, en donde el viento de la emancipación, y la emergencia de una ciudadanía más activa y beligerante –animada por el brillante ejemplo de los jóvenes-, sigue agitando las banderas de la lucha contra la exclusión de los pueblos indígenas y el colonialismo interno como política de Estado; la defensa del medio ambiente y el reclamo por la soberanía de los recursos naturales; la democratización del sistema político “representativo” y el paso a formas de democracia directa (plebiscito, referéndum); el reclamo de los trabajadores contra las injustas condiciones laborales que impone la economía capitalista; y la justa demanda por el derecho humano a una educación gratuita, universal y de calidad para todos.
No cabe duda: en estos tiempos de crisis, la unidad y la emancipación, como dijera José Martí de la creación política y cultural en el siglo XIX, son las palabras de pase de esta generación de latinoamericanos del siglo XXI.
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