La efervencencia popular observada en los últimos meses en países latinoamericanos que, hasta hace poco, eran considerados como “modelos” o “milagros económicos”, advierte del agotamiento y el fracaso de la vía neoliberal.
Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica
(Fotografía: Chile. Los carabineros reprimen las manifestaciones de los estudiantes contra el gobierno neoliberal de Sebastián Piñera)
En su primer discurso como presidente del Perú, el día 28 de julio, Ollanta Humala afirmó: “Nuestra voluntad no es la de copiar modelos, queremos (…) que el Perú deje de ser el espacio problemático que era y sigue siendo, queremos para ello construir un camino propio, un modelo peruano de crecimiento con estabilidad, democracia e inclusión social. Tomaremos como ejemplo lo bueno de otras experiencias, pero como decía el amauta José Carlos Mariátegui, no habrá calco ni copia sino creación heroica”.
La declaración de voluntad del presidente Humala, que esperamos logre concretar para beneficio del pueblo peruano, encierra también una crítica al curso seguido por ese país en los últimos años, cuando la búsqueda del crecimiento económico per se y el fomento de las actividades productivas extractivistas (explotación de recursos y materias primas) hizo del Perú un espacio problemático del neoliberalismo: con un crecimiento anual del PIB de casi 9%, pero con indicadores de desarrollo humano que lo ubican en el lugar número 63 del mundo.
Esta imposible ecuación, que retrata la desigualdad social en todo su esplendor, y explica en parte el triunfo de Humala, derivó, por ejemplo, en constantes movilizaciones de los pueblos indígenas durante los últimos cuatro años: desde la reivindicación de la soberanía sobre sus territorios, la preservación de los recursos naturales y sus culturas, han enfrentado el acoso sistemático del capital transnacional y el “fetichismo del desarrollo” del expresidente Alan García.
Pero el de Perú no es un caso aislado. En Chile, desde el mes de mayo, no se detienen las protestas de estudiantes, trabajadores y ambientalistas contra la privatización de la educación, los aumentos en el costo de los servicios básicos, el deterioro de las condiciones laborales y por la defensa de los recursos naturales. En Centroamérica y México, una caravana por la paz que involucró a movimientos y organizaciones de varios países desnudó la crisis humanitaria de los miles de migrantes que hacen, cada año, el camino hacia el Norte: primero, expulsados de sus países por el sistema económico, y luego, violados sus derechos humanos por el crimen organizado. Incluso en la “pacífica” Costa Rica, en lo que va del 2011, se han registrado decenas de manifestaciones, protestas, bloqueos de carreteras y marchas que en, su conjunto, expresan el hartazgo de los ciudadanos frente al deterioro de la calidad de vida y la falta de soluciones concretas a sus problemas cotidianos.
La efervencencia popular observada en los últimos meses en países latinoamericanos que, hasta hace poco, eran considerados como “modelos” o “milagros económicos” por los oráculos del pensamiento hegemónico, es una señal inequívoca que advierte del agotamiento y el fracaso de la vía neoliberal.
Aferradas durante tres décadas a los dogmas del Consenso de Washington, las elites políticas y económicas regionales se abocaron a cumplir con las recetas del ajuste estructural, la disciplina fiscal, el equilibrio macroeconómico, la contracción de la inversión pública y el retraimiento del Estado de sus funciones y responsabilidades de carácter social.
El resultado ha sido el debilitamiento de los Estados latinoamericanos, incapaces de atender las necesidades elementales de la población: salud, educación, agua, electricidad, transporte, trabajo; Estados sin poder político ni capacidad económica para desplegar políticas sociales de amplio alcance; Estados agobiados por la ineficiencia de la burocracia que sobrevivió al festín de las privatizaciones de los servicios públicos; Estados donde la corrupción se convirtió en el modus vivendi y la cooptación de las instituciones por parte de intereses privados y gremiales está a la orden del día.
Impuesto el mercado como principio regulador de la política, la economía, la cultura y la ética, nuestras inefables élites, las oligarquías recalcitrantes, terminaron por poblar a América Latina de no repúblicas neoliberales, como las llama el presidente ecuatoriano Rafael Correa.
Son esos simulacros republicanos los que ahora, en medio de la tormenta de la crisis capitalista global, el pánico de los privilegiados, y la desesperación de la clase política, dempiezan a colapsar.
Pero no ocurre lo mismo en toda la región. Frente a la realidad de un neoliberalismo todavía dominante, pero en franca decadencia, América Latina se encuentra enfrascada, desde hace al menos una década, en la construcción de alternativas posneoliberales, y anticapitalistas en algunos aspectos, impulsadas desde los pueblos originarios, los movimientos sociales, organizaciones políticas y gobiernos de orientación progresistas y nacional-popular.
En unos países más que en otros, especialmente en los del Sur del continente, esta búsqueda de caminos alternativos –nunca modelos- ha permitido avanzar en la democratización de nuestras sociedades y en la atención de problemas acuciantes como la erradicación de la pobreza extrema, la disminución de la desigualdad social, el analfabetismo o la atención integral en salud. Se inventa y se acierta. También se cometen errores. Pero como no sucedía desde hace mucho tiempo, América Latina intenta pensarse a sí misma y actuar como una comunidad política, como pueblos que entienden, al fin, que solo caminando juntos podrán encontrar caminos de realización humana individual y colectiva.
Apoyar esos procesos, aprender de ellos, defenderlos en las calles, en la acción política o, a la distancia, en la trinchera de las ideas, pero sin renunciar al necesario juicio crítico, es ya una manera de contribuir al nacimiento de un futuro cualitativamente distinto para nuestra América
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